Existe
en el Código Penal una figura tipificada como delito que se comete
cuando alguien opera en Bolsa conociendo de antemano medidas de tipo
legislativo o empresarial que afectan al nivel de cotizaciones del mercado o al
de algún valor en particular. Ello supone valerse de información privilegiada
en beneficio propio.
La eficacia punitiva de la ley es mínima
porque en muy contados casos se consigue probar esa ventaja y demostrar que
tales compras o venta de valores se hicieron en función de dichos conocimientos.
Hay casos, no obstante, en los que los indicios acusadores son irrebatibles. Si, por ejemplo, un directivo
que conoce la situación real de su empresa vende todas o gran parte de las
acciones que posee y días más tarde la sociedad se declara en quiebra o en
concurso de acreedores, las dudas se convierten en certezas. Si, en caso
contrario, un directivo o un familiar suyo, sabiendo que están en curso
negociaciones para la fusión o compra antes de hacerse públicas, las sospechas
también son irrefutables.
Las operaciones realizadas al amparo de
dichos conocimientos colisionan con las reglas del mercado y representan un
perjuicio para quienes contratan en desigualdad de condiciones, pero existen
otras clases de información cuyo uso puede dañar la solvencia de determinadas
empresas o de un país. Cuando se anuncia la rebaja de nota por las compañías de
“rating” el efecto es inmediato sobre el empeoramiento de la solvencia de un
país lo que se traduce en la elevación del tipo de interés que ese país ha de
pagar por su deuda, lo cual conlleva un mayor gasto presupuestario, lo que
repercute en crecimiento del déficit, ingresando así en un círculo vicioso. El
perjuicio no es de una empresa sino del pueblo.
Los dirigentes de las empresas calificadoras,
previendo el impacto de sus decisiones pueden operar con antelación si no
directamente, sí a través de amigos o familiares, adquiriendo o vendiendo tanto
deuda pública como acciones. Tendríamos un caso de información privilegiada de
muy difícil verificación. En consecuencia, no se conoce precedentes de alguien
haya sido procesado por la utilización de tales fuentes de conocimiento.
Las “tres gemelas” (Standard and Poors,
Fitch y Moodys) que ejercen un práctico monopolio, son inmunes a cualquier
fallo, equivocación o desacierto de sus dictámenes por evidentes que sean.
Quedó bien de manifiesto cuando en 2007 dieron la máxima nota de solvencia a
las hipotecas “subprime” que poco después provocaron el estallido de la crisis.
Naturalmente, estas oportunidades de
ganancias fáciles no están al alcance de cualquiera. Solo de gente escogida con
dinero abundante, acceso a puestos de influencia y más avaricia que escrúpulos.
Como hemos dicho, con mínimo riesgo de ser descubiertos.
Se trata de uno de tantos mecanismos
legales o semilegales que propician la concentración de la riqueza en pocas
manos. Si la ley no impide esta clase de negocios, lo que procede es cambiar la
ley. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato?
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