miércoles, 27 de noviembre de 2013

Requiem por las cajas de ahorros



    Sin duda una de las consecuencias más inesperadas y traumáticas de la crisis desencadenada en 2008 y que seguimos sufriendo, fue la práctica desaparición  de las Cajas de Ahorros como tales, con un arraigo en el país de cerca de dos siglos. Fueron desalojadas del mundo financiero como destrozadas por un tsunami.
    Los perjuicios de esta pérdida son múltiples y diversos, tanto de orden financiero y crediticio como social. Habían sido concebidas por el legislador del siglo XIX como entidades semipúblicas, sin ánimo de lucro, dedicadas a administrar el ahorro de las familias, conceder crédito a las pequeñas y medianas empresas y dedicar los excedentes a constituir reservas y crear obras sociales no atendidas por los poderes públicos en los más variados campos de la cultura y la asistencia social en favor de las clases más necesitadas. Con su conversión en bancos comerciales, su objetivo, como el de cualquier empresa privada es conseguir beneficios a repartir entre los accionistas.
    El pecado que más ilustra el desastroso final fue el que cometieron sus gestores olvidando la naturaleza y fines de las Cajas a las que deberían servir, acompañado de una ostensible falta de ética y un exceso de codicia, compartidas ciertamente por las clases dirigentes del país. No le falta razón a la catedrática de Ética Adela Cortina al afirmar que “si nos hubiéramos comportado éticamente no tendríamos una crisis como la actual”, que es además de financiera, económica, política, social y cultural.
    Las manifestaciones prácticas de una gestión que cabe calificar de impropia, desacertada y arriesgada, tienen su concreción en hechos causales como los siguientes:
a)      Crecimiento desequilibrado, excesivo y sin control.
b)     Deficiente evaluación del riesgo en los créditos concedidos a promotores inmobiliarios.
c)     Infracción de los principios básicos de las inversiones: seguridad, rentabilidad y liquidez.
d)    Endeudamiento excesivo en los mercados mayoristas internacionales agravado por su corto plazo y su empleo en hipotecas a largo plazo.
e)     Consejos de Administración integrados mayoritariamente por miembros inexpertos con la agravante de algunos provenientes de la política, defensores de intereses ajenos a los de las Cajas.
    La responsabilidad de lo acaecido salpica a muchos organismos por acción u omisión. Entre ellos es inevitable citar: el Estado, encarnado en los Gobiernos, con especial implicación de los ministerios de Economía, por las normas dictadas que hacían imposible la supervivencia de las Cajas; el Banco de España, por dejación de sus funciones  de regulación y supervisión; los Gobiernos autónomos, por no defenderlas e influir en sus decisiones inspiradas en motivos políticos; la Confederación Española de Cajas de Ahorros, por no adoptar a tiempo acuerdos que corrigiesen o frenasen  las desviaciones del “modus operando”; y finalmente, los gestores, que no supieron estar a la alturas de las circunstancias. Los resultados de sus decisiones se los endosaron al Estado, o sea, a los contribuyentes. La conclusión es que entre todos las mataron y ellas solas se murieron.
    Nos podemos preguntar, como en las novelas policiacas, “Qui prodest?”, ¿a quién benefició la muerte de las Cajas de Ahorros? La respuesta la tienen los grandes bancos, que vieron eliminadas a destacadas competidoras, las cuales habían llegado a controlar la mitad de los depósitos y del mercado crediticio. Tales recursos se concentraron en el sector bancario, del cual, las tres mayores entidades captaron 100.000 millones de euros solamente en el año 2012, fugados en gran parte de las Cajas inmersas en un el proceso de reconversión en pequeños bancos, con excepción de Bankia, sumida en un escándalo, y Caixabank, proveniente de la antigua Caja de Pensiones de Cataluña y Baleares. El dinero es por naturaleza medroso y huye de la inseguridad, por lo que no extraña que se refugie en las entidades que considera más seguras.
    Tanto la economía nacional como la sociedad en general, tardarán mucho en rehacerse del daño infligido a la actividad financiera y la obra social, todo lo cual conllevó, entre otros efectos, el cierre de oficinas y la pérdida de empleo.

martes, 19 de noviembre de 2013

El lento declive de EE.UU.



    Los imperios, a semejanza de los seres vivos, se crean, crecen, se agotan y declinan, cumpliendo así el ciclo existencial. Así ha ocurrido desde la antigüedad hasta nuestros días. La Iª Guerra Mundial borró un buen número de ellos, y tras la IIª, el único que sobrevivió y alcanzó el máximo poderío fue Estados Unidos de América.
    Existen serios indicios de que este imperio se encuentra en fase de declive relativo, no como en otros casos, por efecto de una derrota militar irreparable, una especie de Armagedon, sino por el fortalecimiento de otras naciones que por crecer a un ritmo mucho más rápido se convirtieron en competidores de la hegemonía mundial.
    Al iniciarse la posguerra en 1945, EE.UU., que no fue escenario en su territorio de ninguna batalla, tenía un PIB del 45% frente al 23% que representa en la actualidad. Exponente máximo de su supremacía era el monopolio del arma atómica cuyos efectos letales experimentaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto del citado año.
    Pronto, sin embargo, comenzó a perder esa privilegiada posición al explosionar la primera bomba atómica la Unión Soviética. Ello supuso el comienzo de la guerra fría que enfrentó a las entonces únicas superpotencias que, si no colisionaron se debió a la estrategia de la destrucción mutua asegurada que supondría para ambas el empleo del arma nuclear.
    Desde entonces, una serie de aventuras bélicas desafortunadas han jalonado el camino de la decadencia norteamericana. Corea, Vietnam, Irak y Afganistán son los nombres de otros tantos fracasos estratégicos que culminaron con sendas retiradas con más pena que gloria, sin contar las humillaciones sufridas en Líbano y Somalia.
    Al deterioro progresivo de la posición hegemónica contribuye el crecimiento económico y político de otros protagonistas de nuevas naciones emergentes, y de forma destacada China e India, que progresan a tasas muy superiores y cuyo peso demográfico es cuatro veces mayor que el estadounidense,. Las dos potencias asiáticas están llamadas a corto plazo a ser las más directas competidoras de la hegemonía norteamericana.
    Estados Unidos cuenta con poderosos instrumentos que ralentizan su decadencia. Uno de estos factores se relaciona con la ciencia. Posee los mejores laboratorios, tanto civiles como militares, sean públicos o privados, en los que trabajan sabios de primera línea, muchos de ellos premiados con el Nobel.
    Cuenta prácticamente con el monopolio mundial de la evaluación de riesgos (rating) ejercido por tres compañías (Standard and Poors, Moodys y Fitch). Posición similar ostentan cuatro sociedades dedicadas a la auditoría (KPMG, Ernest and Young, Deloitte y PWC).
    Las principales empresas tecnológicas de ámbito mundial tienen también su sede en EE.UU. Son Apple, Microsoft, Facebook, Google y Amazon. Todos estos agentes son factores del llamado poder blando que ejercen una influencia superior a la del ejército, y además no gravan a los contribuyentes. Al contrario, crean empleo y producen ingresos a Hacienda.
    No se trata de que el país deje de ser un protagonista importante en el concierto internacional, sino que dejará de ser “primus inter pares” como ahora. Cada vez más, habrá de negociar sus decisiones con otras potencias. Esto significa que habremos pasado de un mundo monopolar a otro multipolar. Ahí radica el interés del cambio que se está produciendo ante nuestros ojos. Como se desarrollará la transición es algo que no podemos predecir, como tampoco si el nuevo “statu quo” traerá una era de paz o será causa de una mayor inestabilidad. A los ciudadanos nos queda el papel de observadores de la competición en el nuevo orden que se está generando.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Árabes y judíos



    Según relata la Biblia en el Génesis, los primitivos israelitas habitaban en el valle del Éufrates (actual Irak). Allí nació en fecha imprecisa comprendida entre 2165 y 2000 antes de Cristo el patriarca Abraham (Ibrahim en árabe), descendiente de Noé, personajes ambos de notoria importancia en la historia del pueblo judío.
    Siempre según la Biblia, Abraham que desesperaba de tener descendencia con su esposa Sara, tuvo antes un hijo con su esclava Agar, llamado Ismael. Cuando ya tenía 99 años de edad, Dios, que todo lo puede, le prometió que procrearía un hijo con su esposa al que llamaría Isaac, como así ocurrió. De él descenderían los judíos y de Ismael los árabes. Ambos son, por tanto, ramas de un mismo tronco, integrantes de la etnia semita, de Sem, el primogénito de Noé.
    Por entonces Yaveh, el dios del Antiguo Testamento, mantenía frecuentes coloquios con el Patriarca y no solo le dio hijos sino que le asignó tareas a desarrollar, y la primera debió ser poner a prueba su fe. A tal efecto le ordenó sacrificar a Isaac, mas cuando ya estaba a punto de cumplir los deseos divinos, recibió contraorden y su hijo se salvó de perecer. Abraham  no solo aseguró la continuación de su estirpe sino que recibió otro encargo: conducir a su pueblo a un nuevo territorio llamado Canaan situado entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, habitado a la sazón por descendientes de amorreos, hicsos y amurritas, antecesores de los palestinos.
     Vencidos los cananeos, los judíos consideran su nueva patria como la Tierra Prometida que les pertenece por derecho divino. Allí residieron hasta el año 70 de nuestra era en que el emperador Vespasiano reprimió duramente un levantamiento, arrasó el templo de Salomón y deportó a los hebreos que se extendieron por todo el mundo, dando lugar a lo que se llamó la Diáspora, sin renunciar por ello a retornar algún día.
    Como resultado, los cananeos se hicieron dueños del país sin formar un Estado independiente. En el siglo VIII se convirtieron al islamismo y formaron parte del imperio otomano hasta que en el siglo XX, tras la II Gran Guerra, el territorio quedó bajo administración británica.
    Desde principios de dicha centuria, se inició la inmigración judía que se fue afirmando con la compra de tierras a los palestinos, y con la derrota de la Alemania nazi que habían asesinado a seis millones de judíos, estos comenzaron a llegar  en masa con el propósito de fundar  un Estado propios donde sentirse seguros, lo cual implicó, primero la compra de tierras, y después la expulsión de los palestinos con la consiguiente oposición armada. En 1947, Naciones Unidas, buscando un arreglo, propuso la división del país en dos Estados entre israelíes y palestinos, pero estos últimos se negaron a aceptar el plan, quedando de manifiesto  la imposibilidad de convivir en paz con el nuevo Estado.
    Una coalición árabe formada por Siria, Jordania y Egipto atacó por tres veces, en 1948, 1967 y 1973 a Israel y todos ellos terminaron son sendas derrotas, gracias a la ayuda incondicional de Estados Unidos.
    Desde entonces se han sucedido los intentos de alcanzar un acuerdo, sin que las negociaciones tuvieran éxito. El último, patrocinado por el secretario de Estado norteamericano John Kerry, se inició en el presente mes de setiembre y hay que rebosar optimismo para abrigar la esperanza de que llegue a buen puerto.
    Pese al supuesto parentesco que les une, la hostilidad que se profesan hace punto menos que imposible cualquier tipo de entendimiento, y por ello el conflicto seguirá en la agenda de la ONU siendo el litigio más antiguo. Demasiado complejo, demasiados intereses en juego para hallar una solución que pueda satisfacer a las dos partes directamente implicadas y a sus padrinos. El escenario seguirá siendo un barril de pólvora que amenaza incendiar la región.
    Nos hallamos en un lugar que es santo tres veces y está lleno de símbolos de las tres religiones, concentrados en la ciudad de Jerusalén. Los judíos tienen allí las ruinas del templo de Salomón en donde los creyentes piden a Yaveh sus deseos escritos en papeles que esconden en las ranuras de las piedras. Para los cristianos fue donde predicó y fue crucificado Jesucristo y el templo del Santo Sepulcro es el principal monumento representativo. Finalmente, para los musulmanes fue la ciudad desde donde el profeta Mahoma ascendió al cielo y han edificado dos grandes mezquitas llamadas El Aqsa y La Roca. Los tres credos aseguran ser depositarios exclusivos de la Verdad y como la Verdad es única, no puede repartirse. De ahí que cada religión vea a las otras como falsas, y en muchas ocasiones, como enemigas. Y todo ello a pesar de que las tres predican la paz, el amor y el perdón.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Remedios criticables contra la crisis



    España ostenta dos records europeos que sería deseable perder porque nos sacan los colores. Con datos dados a conocer recientemente, nuestro país es el más desigual de Europa y ocupa el número uno en tasa de desempleo.
    Ello es resultado del camino escogido para combatir la crisis que nos aflige desde hace cinco años. Como es sabido, en el mundo industrializado se adoptaron dos métodos distintos para solucionarla: uno, el protagonizado por EE. UU., consistente en fortalecer la actividad económica mediante incentivos monetarios y crediticios a trueque de aumentar el montante de su deuda pública, siguiendo una receta keynesiana.
    La UE por su parte, y de manera especial España, bajo la presión de Alemania, optó por la austeridad a ultranza que llevó a la recesión durante nueve trimestres. Si el acierto lo juzgamos por los resultados obtenidos, es evidente que la fórmula estadunidense ha sido la más eficaz para reducir los efectos negativos de la crisis, comenzando por la destrucción de empleo. Es cierto que las condiciones que se daban en Estados Unidos no eran las mismas que en Europa, y especialmente en nuestro país por la importancia de la burbuja inmobiliaria que se dejó hinchar imprudentemente por los gobiernos. La pertenencia a la UE hizo imposible recurrir a la devaluación de la moneda, pero aun así, cabía la posibilidad de adoptar distintas medidas anticrisis.
    Se prefirió recurrir a la devaluación interna que implicaba reducir salarios, aumentar impuestos y precarizar las condiciones laborales, haciendo pagar los platos rotos a los trabajadores, imponiendo la austeridad a toda costa con el consiguiente efecto de deprimir el consumo, incrementar el paro y hundiendo el nivel de vida de las clases medias. La consecuencia más palpable fue el empobrecimiento general con excepción de la minoría más rica, ajena a toda clase de restricción, como ponen de manifiesto los informes publicados últimamente.
    Según el informe anual de Cáritas, 12 millones de españoles viven por debajo del umbral de las pobreza, 3 millones tienen que conformarse con menos de 307 euros al mes y más de un millón carecen de ingresos de todo tipo, condenados a sobrevivir de la beneficencia.
    En el extremo opuesto, el Crédit Suisse informa que quienes poseen una fortuna superior a un millón de dólares aumentaron en España un 13% entre mediados de 2012 y junio de 2013.
    Esto se explica porque los sueldos escandalosamente altos no se han tocado, porque la lucha contra el fraude no descubre más que una pequeña parte de los casos, porque las grandes fortunas siguen disfrutando de privilegios fiscales y porque la tributación de los rendimientos del capital tienen un tope del 19 €, en tanto que el IRPF que grava sobre todo los rendimientos del trabajo puede llegar al 56% en algunas autonomías.
    La cura de caballo recetada por el gobierno de Rodríguez Zapatero y extremada por el de Rajoy ha ocasionado una fractura social y heridas profundas que en la sociedad española tardará mucho en ser restañadas. El daño inferido a la educación, la sanidad, la cultura y la investigación dejarán huellas duraderas en el Estado del bienestar.
    Al alcance del gobierno del partido popular estaban otras alternativas más solidarias, más sensatas y menos dolorosas, tanto aumentativas de ingresos fiscales como reductivas de gasto. En el primer grupo figurarían, a título de ejemplo, las siguientes medidas: unificar los ingresos de los diputados nacionales y autonómicos sometiéndolos a tributación por IRPF como el resto de los salarios, luchar con más eficacia contra el fraude, gravar los beneficios de las Sicav, igualar el IVA de las entradas al futbol, que solo pagan el 4% con las del cine y teatro. Tendrían tanto efecto recaudatorio como ejemplarizante.
    En el capítulo de gastos cabría rebajar los sueldos de los cargos políticos, revisar sueldos de cargos públicos en el extranjero, reducir o eliminar los cargos designados a dedo llamados asesores, id redundancias televisivas y duración de las programaciones, embajadas autonómicas en el extranjero y casas de autonomías en Madrid, flotas de coches oficiales, subvenciones a las líneas aéreas de bajo coste. Y por último, suspender las obras del AVE que no estén en fase de terminación y dedicar parte de los fondos liberados a la reparación de autovías y carreteras.
    Finalmente, un mínimo de sensibilidad social, aconsejaría paliar la pobreza severa con medidas de este tenor: prolongar la duración de la prestación mínima de desempleo, ampliar el importe y el número de pensiones no contributivas, reponer el almuerzo en los colegios de primaria y la gratuidad de los libros de texto.
    Omitir estas ayudas es tanto antisocial como inhumano.