sábado, 29 de noviembre de 2014

El impacto de la robótica



    Nos hallamos inmersos en una campaña permanente a favor de la productividad como arma necesaria para la conquista de los mercados exteriores, medida, como es sabido, por el cociente de dividir el producto interior bruto (PIB) de un país por el número de personas ocupadas, o por el número de horas trabajadas, comparando el resultado con el de años anteriores para evaluar la evolución en el período indicado.
   La principal estrategia de que se sirven las empresas para mejorar su productividad es la utilización de máquinas y herramientas cada vez más perfeccionadas y polivalentes que facilita la robótica con incorporación de conocimientos procedentes de la informática y la inteligencia artificial.
    Cuando el dramaturgo checo Karl Chapek introdujo en su obra R.U.R. (Robots Universales Rosum) estrenada en 1921, la palabra robota traducida por robot para designar un trabajo mecánico repetitivo, no podía imaginarse que estaba dando nombre a una nueva tecnología que sería fuente de inspiración para autores de ciencia ficción y para designar un trabajo repetitivo realizado por autómatas.
    Año tras año ha ido creciendo la fabricación de artilugios robóticos tanto industriales como domésticos que sustituyen el trabajo humano. La Federación Internacional de Robótica informa que actualmente existen 1,5 millones de los primeros y en 2013 se vendieron 179.000.
    Estamos a punto de estrenar una nueva generación de ordenadores que impulsarán la aparición de robots más complejos y potentes que ampliarán su campo de aplicaciones. La robótica comenzó a instalarse en laboratorios para dar paso al nacimiento de una industria en continuo crecimiento. Los primeros autómatas cumplían tareas rutinarias pero a medida que incorporan programas más afinados aumenta su capacidad para realizar actividades complejas como quedó demostrado cuando en 1997 el ordenador Deep II de IBM le ganó la partida al ruso Gary Kasparov, a la sazón campeón mundial de ajedrez. La máquina había derrotado al “homo sapiens”.
    El uso masivo de nuevas tecnologías –las conocidas y las que se hallan en fase de investigación y desarrollo- junto con la globalización, implicará muchos y variados conceptos, algunos de ellos son contradictorios entre sí. El primero es la eliminación de mano de obra en el proceso productivo. Es cierto que la fabricación de nuevas máquinas crea puestos de trabajo pero en número muy inferior al de los que destruye. El paro, que en España ya es alarmante tenderá a ser mayor. Solo hace falta visitar una fábrica de automóviles para darnos cuenta de cómo los autómatas han suplantado la presencia humana. No es de extrañar que el coste de la mano de obra de un vehículo no pase del 8% del precio.
    Esto, a su vez, generará otra contradicción. La producción de bienes aumenta y la industria tiene que darle salida. Si una proporción considerable de familias carece de ingresos no podrá adquirirlos porque en una economía capitalista solo cuenta la demanda solvente. Se trata de un dilema implícito en el modelo económico.
    Otra consecuencia del avance tecnológico es la prevalencia del capital sobre el factor trabajo, lo que eleva el paro.
    Si las leyes y las actuaciones de los gobernantes no regulan adecuadamente la evolución prevista, tendremos una sociedad polarizada que no augura nada bueno para la paz social. El mercado por sí mismo no corrige sus excesos; es el Estado quien tiene la responsabilidad de evitar los abusos y castigarlos cuando se producen. El desafío consiste en repartir con equidad los frutos del progreso.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Pobreza y riqueza



     En fechas recientes han sido hechos públicos dos informes con contenido socioeconómico de gran relevancia en nuestro país, que vale la pena analizar.
    Por orden cronológico apareció primero el informe de la Fundación Foressa auspiciado por Cáritas, cuyas conclusiones no pueden ser más alarmantes al describir el estado de pobreza y desamparo en que viven muchos conciudadanos. Entre otros ejemplos nos dice que el 25% de la población española –nada menos que 11,7 millones- padece exclusión social severa, lo que significa que está privada de servicios básicos, tales como sanidad, educación y correcta alimentación. A esas cifras se añaden otras no menos pesimistas. Menos del 40% de las familias llegan a fin de mes sin dificultades frente al 60% que no sabe cómo llegar. Medio millón de personas carecen de ingresos y la tercera parte de los niños están en riesgo de pobreza con las necesidades insatisfechas que ello conlleva. Y lo peor es que la situación tiende a empeorar a causa de la crisis económica que parece no tener fin, por mucho que el Gobierno insista en que hemos iniciado la recuperación.
    Estas personas de carne y hueso o de cuerpo y alma viven en la angustia de si podrán pagar el alquiler o la hipoteca o si serán desahuciados, si al comienzo del curso escolar podrán comprar los libros de texto de sus hijos o si podrán costearle la comida en el colegio o si en invierno tendrán que prescindir de la calefacción. Son solo algunos de los aspectos implicados en la carencia de medios en que se encuentra quienes quedan en paro y pierden la prestación por desempleo.
    La segunda información a la que me refería al principio, la facilita la revista “Forbes”. En ella se señala que los diez españoles más acaudalados reúnen una fortuna de 83.200 millones de euros, sin computar casas, joyas, pinturas, vehículos, o cuentas corrientes, y que los primeros veinte supermillonarios atesoran la misma riqueza que los catorce millones más pobres. Solamente la fortuna del primero bastaría para eliminar el déficit del Estado y aun seguiría siendo multimillonario.
    No prejuzgo la justificación de tal acumulación de bienes; lo que sí creo es que esas personas no abonan los impuestos que en conciencia les corresponderían y que no son de recibo diferencias tan abismales, sobre todo en un Estado que se precia de ser democrático, social y de derecho como reza la Constitución. En él nadie debería verse privado de satisfacer sus necesidades básicas como es la alimentación o la vivienda. Ello implica que las leyes son injustas y que los poderes públicos no cumplen su cometido, que es gobernar para todos. Como no lo hacen, tenemos, más que una injusticia, una enfermedad social. En una sociedad sana no pueden convivir tantos lázaros con unos cuantos ricos epulones a los que se refiere el Evangelio. Como los pobres no suelen llenar las urnas con sus votos, se les relega al olvido. Así se explica que en lo que va de legislatura, de las 395 iniciativas parlamentarias, solamente dos se hayan ocupado del tema de la pobreza.
    Me pregunto que placer pueden sentir los opulentos adinerados cuando al levantarse por la mañana ven que su balance acumuló mientras dormía varios millones más, en tanto que   muchos desheredados se han acostado con la incertidumbre de si al día siguiente tendrán un plato de comida o si tendrán que acudir a la beneficencia para conseguirlo. Vienen a la memoria las palabras “memento mori” (recuerda que has de morir) que le recitaban al emperador filósofo Marco Aurelio, el que dijo “Lo he sido todo, y todo es nada”.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Ser dueños de sí mismos



    Cuando designamos los órganos que alberga nuestro cuerpo los nombramos precedidos de los adjetivos posesivos mi o mios. Así, por ejemplo, decimos mi corazón, mi estómago, mis pulmones, etc.; pero ¿es real esta posesión? Cuando uno tiene la propiedad de algo se sobreentiende que ejerce  su dominio y puede escoger el uso que quiera darle, situación que en el caso que nos ocupa, no responde a la realidad, dado que nuestra capacidad de disponer sobre su funcionamiento es escasa o nula.
    Tomemos como muestra la relación bilateral con el corazón, un músculo que tiene una importancia capital en la duración y normalidad de nuestra vida, como lo demuestra ser una de las causas más frecuentes de fallecimiento.
    De acuerdo con nuestros conocimientos, el corazón puede pedirnos indirectamente  que no ingiramos mucha sal, que no bebamos un exceso de alcohol, que realicemos un mínimo de ejercicio físico y que no le sometamos a estrés, pero aunque cumplamos  a rajatabla estos mandatos, nada nos garantiza que él responda a nuestros deseos, y al margen de nuestra voluntad puede acelerar sus pulsaciones aumentándolas (taquicardia) o ralentizarlas (bradicardia) sabiendo que esta desviación del ritmo es un factor de riesgo para el mantenimiento de nuestra salud.
    En resumen, nuestra supuesta propiedad orgánica es ilusoria y más prudente sería afirmar que la relación con nuestros órganos internos es la de ser sus servidores o usuarios, pero no poseedores.
    Si el corazón pudiera dialogar con nosotros, tal vez alegaría que no lo hemos creado ni adquirido; lo hemos recibido gratuitamente de nuestros progenitores en usufructo, y por tanto, sin título de propiedad, lo cual se traduce en una relación desigual en la que dichos órganos deciden por su cuenta y disponen de nuestra salud ignorando nuestras apetencias y necesidades.
   Como no hay regla sin excepción, existe un único caso de una parte de nuestro cuerpo de la que podemos regular su actividad. Se trata de los órganos sexuales. Podemos emplearlos para cumplir la función reproductiva o mantenerlos inactivos por la castidad. No es mucho, mas es de gran importancia, ya que de ello depende la continuidad de la especie. Ser transmisores de vida comporta una enorme responsabilidad que no siempre se asume.
    Resultado de nuestra libertad de actuación en el campo de la actividad sexual es la obligación de atenernos a las consecuencias que se derivan, que encuentra su más clara manifestación en la admisión o rechazo de la interrupción voluntaria del embarazo. Lo que está implícito en la elección es si la madre es dueña de su cuerpo o debe soportar que otros decidan por ella.
    En la mayoría de los países desarrollados un sector de la población se opone al aborto por razones religiosas, en tanto que los gobiernos lo autorizan dentro de un límite temporal de la gestación y en función de la viabilidad del feto. No obstante, sigue siendo un tema polémico, origen de agrias disputas entre defensores y detractores. En España el aborto ha dado lugar a dos leyes y se planteó una tercera que más tarde fue retirada, con criterios diametralmente distintos de las precedentes.
    Pienso que un factor muy importante a la hora de decidir debe de ser la voluntad de la madre a  decidir, porque es protagonista y víctima a la vez de las circunstancias. Los hombres solo somos espectadores.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Un noviembre histórico



    Me refiero al noviembre de 1989 y concretamente al día 9 en que se conmemora un hecho trascendental en la historia contemporánea de Alemania, con repercusiones mundiales. En efecto, en ese día ocurrió inesperadamente la caída del muro de Berlín que no solo significó la reunificación de la República Federal de Alemania con la República Democrática Alemana para formar la actual Alemania que sobrevivió a la derrota de 1945, sino también el preludio del colapso de la Unión Soviética, completado dos años después.
    Ese último acontecimiento representó la desaparición del comunismo europeo llamado socialismo real, y como resultado, la victoria del capitalismo que se quedó sin antagonista ideológico. Tal circunstancia tuvo graves consecuencias que en parte seguimos experimentando.
    Por otro lado, el cambio dio paso en Rusia y en los países que giraban en su órbita a la transición del socialismo o al capitalismo de la que no había precedentes históricos, y cuyo desenlace supuso la privatización de las empresas públicas que cayeron en manos de una élite privilegiada de multimillonarios, y en política al gobierno democrático de líderes autocráticos por el estilo de Vladimir Putin.
    Pero si en economía hubo que acudir a la improvisación sobre la marcha para salir adelante, no fue menor la influencia del cambio en la situación sociopolítica en gran parte del mundo. El capitalismo se sintió libre de ataduras para poner en marcha su ideología. De ello se encargaron sobre todo Ronald Reagan en EE.UU y Margaret Thatcher en Gran Bretaña, siguiendo las pautas marcadas por la escuela de Chicago dirigida por el economista Milton Friedman.
    Sus rasgos definitorios son la privatización de la economía, el ataque a los poderes estatales –“El  Estado es el problema”- , debilitar las organizaciones sindicales y eliminar organismos de control. La experiencia demostró lo errado de la receta, ya que las empresas privadas, obrando a su albedrío, provocan patologías económicas como las crisis recurrentes, porque los mercados no son buenos médicos de sus dolencias.
    Sumando al sistema económico neoliberal los efectos de la mundialización o globalización que instituye el libre movimiento de capitales a la vez que obstaculiza o restringe las migraciones, tenemos dibujado el panorama actual, caracterizado por la destrucción paulatina del Estado de bienestar que costó siglos de luchas sindicales conseguir, el paro masivo y el deterioro de las condiciones laborales. Los favores al capital se contraponen a los derechos de los trabajadores y los beneficios del capital aumentan exponencialmente en la misma proporción en que se deprimen los salarios y disminuye su peso en la formación del PIB, incrementándose consiguientemente la desigualdad. Vivimos en un estado de cosas en que el poder y el capital se han entremezclado y los gobiernos se mueven entre las urnas y los mercados.
    En todas estas transformaciones ha influido la caída del comunismo. Tras la Iª Guerra Mundial se inició la promulgación de leyes sociales, comenzando por el establecimiento de la jornada máxima legal de ocho horas, a lo que no fue ajeno el temor a que se extendiera la revolución bolchevique.
    En sentido inverso actuó el fenómeno político que se inició con la desaparición del muro de Berlín seguido del desplome del imperio soviético que confirmó el triunfo y la vigencia del capitalismo puro y duro.
    Estamos instalados en una fase crítica de la situación sociopolítica que genera un rechazo creciente con la desafección de la clase política y el descrédito de la democracia, en tanto en cuanto produce los frutos que conocemos y sufrimos. De esta pugna, hoy por hoy, afortunadamente pacífica, es previsible que como reacción surja la semilla de una renovación del sistema que nos gobierna. Es posible que estemos en los comienzos de una revolución sin darnos cuenta.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Paradojas de la Historia



    El 4 de octubre de 1999 tuvo lugar en Madrid un acto de gran simbolismo histórico. En el marco de su visita oficial a España, el presidente de la república francesa, Jacques Chirac, homenajeó a los héroes del 2 de mayo, depositando una corona de flores en el monumento que les recuerda en la plaza de la Lealtad.
    ¡Quién diría a Daoiz y Velarde que, pasado el tiempo, les rendiría honores el máximo representante del pueblo cuyos soldados fueron sus ejecutores! De saberlo, es dudoso que hubieran sacrificado sus vidas por defender lo que interpretaron como los sagrados intereses de la patria y resultaron ser las puertas que abrieron el reinado de Fernando VII, de infausta memoria, llamado primero “el rey deseado” y después “el rey felón”.
    La ofrenda floral de Chirac a los que cayeron frente a las tropas napoleónicas recuerda la postración de hinojos del canciller alemán Willy Brandt ante el monumento a los judíos masacrados por los nazis en el gueto de Varsovia, y a otros actos de contrición pública a los que asistimos en los últimos tiempos.
    La historia es pródiga en ofrecer testimonios de hechos que en su día fueron juzgados como gestas gloriosas y que en el futuro fueron considerados como episodios desafortunados cuando no criminales, por la ceguera de los políticos que no supieron evitarlos. Más pronto o más tarde se impone la rectificación y surge la necesidad del desagravio, implícito o expreso, a las víctimas injustamente sacrificadas.
    La historia de España no está exenta de estas trágicas paradojas. Pensemos, por ejemplo, en como se desarrolló la emancipación de la América hispana y de Filipinas. Los héroes de la independencia fueron juzgados traidores y los que cayeron en poder de los españoles fueron ejecutados, como fue el caso del cura mexicano Miguel Hidalgo o el joven poeta filipino José Rizal.
    En la cruenta guerra que España libró para conservar su imperio de ultramar cosechó las derrotas de Ayacucho, Chacabuco, Carabobo y Boyacá, que dieron la independencia a Perú, Chile, Venezuela y Colombia. A los vencedores de aquella contienda fratricida no solo se les honra como los libertadores de sus países, sino que también en España son reconocidos con estatuas y se les dedican calles y plazas, en tanto que los vencidos han caído en el más espeso de los olvidos y sus nombres no aparecen en los textos escolares, que es como una segunda y definitiva muerte de los que perecieron en combate. Que nadie busque en una enciclopedia general los nombres del virrey La Serna, de Rafael Maroto, de Ceballos o de Cajigas. Una excepción conocida en Vigo fue Pablo Morillo que mandó el ejército derrotado por Bolívar en Boyacá. Gracias a su actividad política posterior aquí es recordado y homenajeado por haber recogido la rendición de los ocupantes franceses (gabachos, como se decía entonces) el 29 de marzo de 1809, y su estatua corona el monumento levantado en la plaza de la independencia.
    ¿Cómo alguien  podría explicarles a los miles de españoles muertos a manos de los yankis en Cuba que su sacrificio iría seguido, 55 años más tarde, de un acuerdo por el que Estados Unidos, artífice de  nuestro descalabro, ocuparía  como aliado bases en la metrópoli?
    Estas contradicciones, verdaderas burlas de la historia, las estamos sufriendo actualmente a causa de nuestra guerra incivil. Los que un día fueron llamados héroes y mártires son hoy motejados de fascistas y a sus víctimas se las denomina luchadores por la libertad,   aunque los descendientes o partidarios de los primeros se opongan a la exhumación de sus restos. Setenta y ocho años después de aquel aciago enfrentamiento, su recuerdo aun perturba la convivencia.
    Cervantes dejó escrito que la historia es maestra de la vida, pero los alumnos, que somos todos, cosechamos abundantes suspensos en todos los exámenes, porque olvidamos sus lecciones y repetimos los mismos errores.
    Bien hayan, por ello, los gobernantes de amplia visión y altura de miras que dirigen la nave del Estado por las límpidas aguas de la ética y la justicia, y así evitan arrepentimientos tardíos que a nada conducen porque los muertos no resucitan.
    ¡Cuántas guerras se habrían evitado  si los líderes políticos  hubieran hecho más uso de la cordura y la sensatez a la hora de resolver los conflictos.