miércoles, 19 de enero de 2011

La religión y los pobres

En general, las grandes religiones predican el amor al prójimo, la caridad y la austeridad de costumbres, así como el enaltecimiento de los pobres como fieles predilectos de las distintas creencias, mas los hechos no acompañan a las palabras, ni por parte de los representantes más cualificados, ni de la mayoría de los creyentes. Se hace alarde de lujo y suntuosidad en los lugares donde se rinde culto a los respectivos dioses, pero la solidaridad con los más necesitados brilla por su ausencia. Más bien puede afirmarse que allí donde predomina la religión la desigualdad es más patente, de lo que constituye una buena muestra el aspecto que ofrece el mundo musulmán.
Si trasladamos la atención a la religión cristiana y comparamos la doctrina y los hechos del Fundador con el ejemplo que dan las jerarquías eclesiásticas, el contraste no puede ser más demoledor. El centro del poder del catolicismo, el Estado Vaticano, rebosa opulencia y derroche, que en nada recuerda los humildes lugares escenarios de la primera predicación. Su imitación del ejemplo de Jesucristo es la pura negación del modelo. No en vano se dice que “vista Roma, fe perdida”. Desde el Papa, pasando por los cardenales y obispos, su aspecto no se parece en nada a la proverbial pobreza de Jesús. En su entorno, la modestia y humildad están ausentes. Por las calles romanas deambulan orondos prebostes de vestimenta talar y estómagos prominentes, a los cuales el ayuno y la abstinencia les son desconocidos.
Si los máximos representantes de la fe siguen este comportamiento, no sorprende que el ejemplo cunda en la cristiandad y por doquier se alzan suntuosas catedrales, mientras a poca distancia viven gentes en míseras chabolas y los palacios episcopales destacan por su amplitud y magnificencia. La misma contradicción entre lo que se proclama y lo que se practica hace que la desigualdad entre los creyentes sea la tónica dominante, con el pertinaz olvido del mandato evangélico “ama al prójimo como a ti mismo”. Por ello es lícito afirmar que donde la religión es omnipresente, la justicia social está ausente. Múltiples ejemplos podrían traerse a colación pero bastaría citar lo que ocurre en Iberoamérica, donde la desigualdad es extrema.
Cuando el papa Pablo VI inició las giras internacionales que su sucesor Juan Pablo II continuó multiplicadas para ser recibido en baño de multitudes, viajaba en avión especial rodeado del máximo confort y acompañado por una cohorte de religiosos y periodistas, incluido portavoz oficial, todo un despliegue de medios a distancia cósmica de la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de una borrica. Oh tempora! oh mores!, como exclamó Cicerón en sus “Catilinarias”.

domingo, 9 de enero de 2011

La coyuntura política

Estamos inmersos en una grave crisis económica de imprevisible evolución que tiene su reflejo, obviamente, en la situación política que vivimos, caracterizada por el fracaso de las políticas del Gobierno, la oposición irresponsable del Partido Popular y, como consecuencia, el descrédito, la desconfianza, y el rechazo de la clase política.
La política económica seguida ha sido tan ineficaz como injusta; primero por el tardío reconocimiento de la existencia de la crisis, y después por la serie de medidas descoordinadas con efecto de paños calientes, en lugar de un plan global coherente de reformas que atajasen el deterioro de la economía. Finalmente, cuando los mercados pusieron al Gobierno entre la espada de las reformas y la amenaza de la intervención, el presidente optó por cargar el peso del ajuste sobre las espaldas de los más débiles: parados, pensionistas, funcionarios, autónomos, etc.
El resultado de tantos errores no podía ser otro que el estancamiento económico, un número de desempleados sin precedentes y una preocupante tasa de inflación. Todo conforma augurios que oscurecen el horizonte del año que comienza.
No hace falta ser economista para darse cuenta de que, si el aumento de ingresos públicos para recortar el déficit presupuestario se fía a la elevación de los impuestos indirectos como el IVA, dejando intactos los que dependen del nivel de renta (IRPF), el efecto inmediato es la presión inflacionaria por el carecimiento de los precios, lo cual, automáticamente, se traduce en la reducción del consumo que a su vez provoca la ausencia de crecimiento.
Las medidas adoptadas, además de injustas –y por tanto contrarias a lo que cabría esperar de un gobierno socialdemócrata– son insuficientes, impopulares y antisociales. El efecto previsible es que hundan las expectativas electorales del PSOE, comenzando por los comicios municipales del 22 de mayo próximo mientras el PP se frota las manos de contento viendo el camino abierto para recuperar el poder, y tanto más seguro cuanto más Rodríguez Zapatero prosiga en la misma línea “cueste lo que cueste”. Al país, claro.
Sin embargo, Rajoy pide públicamente el adelanto de las elecciones como táctica política, ya que su interés consiste en que el PSOE prolongue su agonía, como muestran las sucesivas encuestas, e implemente medidas que le evitarán a él acometerlas cuando se produzca el relevo.
Para entonces completará el menú atribuyendo la culpa al Gobierno saliente, con las medidas precisas para aplicar la cura de caballo a la que son proclives los partidos de derecha. Desde luego, a buen seguro que no incrementará los impuestos a las grandes fortunas. El futuro inmediato puede conducirnos de málaga a malagón y convertir nuestro incipiente Estado de bienestar en Estado de malestar. Ojalá que estos temores resulten infundados.

martes, 4 de enero de 2011

Destronamiento del ser humano

Desde que la ciencia adquirió entidad propia y se desligó de la teología a fuerza de formular preguntas y desmontar mitos y leyendas, ha devenido en debeladora implacable del orgullo del hombre por creerse especie única semidivina, como le atribuyen las religiones monoteístas en el libro sagrado del Génesis.
En la lista de ataques a nuestro antropocentrismo, ocupa el primer lugar el asestado por el polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) al postular que el Sol no gira alrededor de la Tierra como se sostuvo durante quince siglos desde que Tolomeo formuló la teoría geocéntrica, sino a la inversa.
Ya en el siglo XX, el paso siguiente lo dio el estadounidense Harlow Shapley (1885-1972) al descubrir que la Vía Láctea, a la que pertenece el sistema solar, además de ser mayor de lo que hasta entonces se creía, en ella el Sol no ocupa el centro ni nada de posición especial.
Más tarde, el también norteamericano Edward Hubble (1889-1953), usando el telescopio del Monte Wilson de 254 cm. (el mayor del mundo a la sazón) descubrió que nuestra galaxia no era única ni la mayor, sino una de los miles de millones que puebla el Universo.
En el orden cronológico es preciso volver al siglo XIX por haber sido testigo de la mayor acometida a nuestro narcisismo con la publicación en 1859 del libro “El origen de las especies” de Charles Darwin (1809-1882) que revolucionó las ideas establecidas acerca del origen de nuestra especie.
Finalmente, en fecha tan reciente como 2001 el Instituto Nacional de la Salud (INH) de EE.UU. junto con la empresa dirigida por el científico John Craig Venter descifraron el genoma humano y quedó claro que nuestro genoma coincide en un 99% con el del chimpancé. Solo esa insignificante diferencia nos distingue de los primates que fueron nuestros lejanos ancestros.
Por si aun quedaba algún motivo para mantener nuestro endiosamiento, el último asalto procedió del médico austriaco Sigmund Freud (1856-1939) con su teoría del psicoanálisis, al mostrar que nuestros actos no responden del todo a nuestro voluntad sino que están influidos por el subconsciente, con lo que perdemos el dominio del libre albedrío.
No somos el centro de nada ni nuestro origen es distinto del de las demás especies. ¿A qué podemos asirnos para sostener nuestro narcisismo? De pocas cosas podemos presumir para considerarnos un punto y aparte de la creación, pero es justo reconocer que ocupamos la cúspide piramidal de la evolución natural, que estamos dotados de inteligencia, comunicación simbólica, imaginación y fantasía y capacidad para prever las consecuencias de nuestros actos, cualidades todas ellas ausentes en los demás seres vivos.
No podemos olvidar, sin embargo, que las poseemos en cantidades limitadas en competencia con fuerzas instintivas que pueden ser vencedoras en la lid interna.
Inmersos en esta competencia, primamos con frecuencia el progreso material sobre el progreso ético con desarrollo asimétrico entre la inteligencia y los resultados de su aplicación, lo que se traduce, entre otras cosas, en el invento de armas más y más destructivas que favorecen los enfrentamientos intra especie y con el medio ambiente, en perjuicio de la convivencia pacífica y de la conservación de la naturaleza que nos sostiene, lo que implica la subordinación de la mente a la sinrazón.