sábado, 29 de julio de 2017

La vida y su sentido



Cada día que vivimos es un paso que nos aleja de la cuna y nos acerca a la tumba. Podría ocurrir que fuese un día perdido si no hemos sabido emplearlo bien. Lo cual sería una pena dado lo corta que es la vida, y además porque sería una pérdida irrecuperable. ¿Qué hacer para no incurrir en tan lamentable error? ¿Qué criterio seguir para dirigirnos hacia la meta ideal y aprovechar juiciosamente toda la duración de nuestra existencia?
Infortunadamente, o las preguntas están mal formuladas o carecen de respuesta. Así lo debió entender Antonio Machado cuando escribió este cuarteto: “En preguntar lo que sabes/ el tiempo no has de perder…/ Y a preguntas sin respuesta/ ¿quién te podrá responder?” Pero somos seres pensantes y las dudas nos incitan a activar la mente con la esperanza de hallar la clave oculta. Si lo lográramos sería tanto como conocer el sentido de la vida, saber para qué diablos hemos venido al mundo, a fin de adaptar nuestro comportamiento a ese destino.
El desconocimiento de este enigma vital nos llena de zozobra a la hora de ajustar nuestro quehacer a un principio trascendente. Somos como hojas otoñales arrastradas por el turbión, títeres manejados por fuerzas ocultas, destino contingente sometido al azar. Ante la incertidumbre de hacia dónde dirigir nuestros pasos, podemos elegir distintas alternativas, todas ellas insatisfactorias. He aquí algunas posibles:
1. Escoger la vida ascética.
2. Seguir la vocación religiosa.
3. Disfrutar al máximo de los placeres a nuestro alcance.
4. Dedicar todos los afanes al triunfo profesional y a la conquista de la fama.
5. Cifrar nuestra meta en la formación de una familia.
6. Hacer todo cuanto nos sea posible en favor de los demás.
7. Buscar por todos los medios la riqueza y el poder.
Cada una de estas opciones contiene una respuesta implícita a la gran cuestión del sentido de la vida, o en algún caso, a su negación. Algunas son excluyentes, por ejemplo la 1 y la 3; otras son complementarias, como la 5 y la 6, y todas contienen un algo de imperfección.
En el fondo, el problema radica en nuestro insaciable deseo de trascender, de encajar la vida en un proyecto global integrado del que sería parte la de cada individuo en el conjunto de la historia, la naturaleza y, el universo entero, con implicaciones incoherentes porque, ¿cómo aceptar, por ejemplo, que el destino de tantos animales es el de ser sacrificados, cocinados y digeridos por nosotros? Verdaderamente, no tenemos ni meros indicios para engarzar todas las piezas en un conjunto coherente.
Ese desconocimiento de las respuestas no solo nos incapacita para elegir nuestro rumbo sino también para orientar el de nuestros hijos, y ello nos resta autoridad como educadores.
Estamos condenados a vivir entre sombras, y no tenemos más remedio que abrir paso haciendo camino, orientados por los códigos de conducta que nos marcan la ética y el hecho de vivir en sociedad.
Tal vez tenga razón el dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmat al afirmar que el sentido de la vida solo puede plantearse por personas frente a personas, y esto nos conduce a un comportamiento que hace referencia a nuestra actitud frente a los demás. La finalidad no sería otra que asumir nuestra participación activa en el bien común.
Ante tantas disyuntivas, el individuo reivindica el derecho a ser feliz, pero de nuevo surgen desafiantes las mismas interrogantes. ¿Cómo conseguirlo?, ¿qué camino seguir en la dirección correcta?, ¿no es la felicidad un objetivo inalcanzable planteado de forma particular?, ¿tiene algún significado la busca de la felicidad sin poder compartirla con otras personas?
La consecuencia sería que nuestra vida solamente podrá justificarse en la medida en que haya tenido como finalidad facilitar la dicha ajena, comenzando por la de los más allegados pero sin reducir nuestra solidaridad al ámbito familiar, sino en ver en cualquier semejante al prójimo evangélico.

domingo, 23 de julio de 2017

La muerte de un banquero



La defunción “por autolesión” según reza el informe forense, de Miguel Blesa, el otrora presidente de la Caja de Ahorros de Madrid, nos pone ante un caso paradigmático de quien alcanzó la cumbre del poder y de la riqueza y desde lo alto se precipita al abismo de la nada.

No se trata de juzgar su trayectoria, sino de una breve meditación sobre el voluble destino que aguarda a quienes no controlan sus ansias, instintos y apetitos. Blesa, que lo fue todo, no resistió el cambio de escenario al ser condenado a seis años de reclusión y estar pendiente de otras causas judiciales. Escogió la forma menos airosa y digna para irse por el foro mediante un disparo con la escopeta que utilizó para matar a muchos animales en sus cacerías por las reservas africanas.

El hombre que sin experiencia en el sector ni méritos propios accedió al cargo por el dedo de su amigo José Mª Aznar, a la sazón presidente del Gobierno, se hizo un hueco en el selecto grupo de los grandes financieros. Se sintió tan poderoso que se creyó inmune ante la ley, gestionando la entidad a su capricho, la llevó a la bancarrota, palabra apropiada en este caso, lo que obligó al Gobierno a realizar el mayor rescate bancario por importe de 22.000 millones de euros, que saldrán de los bolsillos de todos los españoles. En su tiempo la Caja emitió acciones preferentes que perdieron todo su valor y, en consecuencia, supuso la ruina de millares de personas que perdieron sus ahorros por haber confiado en la seriedad y honradez de la entidad emisora y terminaron siendo víctimas de una estafa colosal.

Como le ocurre a muchas personas que ocupan la cúspide del poder o de la fortuna, viven en una burbuja que les aísla de la realidad, y para ellas las personas solo son números. Su aislamiento en las alturas les impide comprender que tiempo, viento y fortuna presto mudan y que el fin, más o menos próximo, es ineluctable y que hay cosas que nunca se podrán comprar con dinero, como por ejemplo, tiempo.

Presumo que gentes como Blesa frecuentarán muy raramente –si es que la conocen- la poesía de Jorge Manrique, el poeta que en sus versos nos recuerda que, como los ríos, en llegando al mar, todos somos iguales, los que viven de sus manos y los ricos.

La muerte siempre nos abruma con su presencia y cuando es convocada por el interesado no podemos sustraernos a las preguntas sobre los motivos que indujeron al interesado a tomar tan trágica decisión. En el caso de Miguel Blesa, el hombre que nos abandonó por la puerta trasera sin decir adiós, nos preguntamos si lo hizo por falta de valor para soportar su pesadumbre, si el motivo fue el remordimiento por el daño causado o si no pudo resistir la presión de la calle y de los medios de comunicación. Todos estos interrogantes no tienen respuestas porque solo él podría darla y no se ha hecho público ningún testimonio suyo como despedida.

No soy juez ni me corresponde canonizar al suicida ni resaltar sus defectos. Solo procede intuir las razones que le llevaron a huir a las tinieblas.

Quedémonos con la idea de que algunas veces las culpas se pagan con un condigno castigo, y más frecuentemente es el remordimiento el que nos roba el sueño y nos hace vivir pesadillas.

martes, 18 de julio de 2017

Conciencia social



Vivir en sociedad implica una serie de derechos fundamentales que figuran en la Constitución en su título I, capítulo primero, la cual incluye también algunos deberes de los que no más de dos son exigibles coercitivamente: el servicio militar obligatorio –hoy eliminado- y el pago de impuestos.

Cuando se trata de exigir derechos, lo normal es que nadie se quede corto; bien al contrario, todos tendemos a ampliar los constitucionales, especialmente si de prestaciones económicas se trata. Queremos que sean generosas y de fácil disponibilidad. Que el Estado sea un buen pagador. Pero el Estado no es una especie de mago capaz de multiplicar los recursos. En realidad es solo un administrador de los medios que recauda. Cuando se le pide una prestación, se la estamos haciendo a todos los españoles.

Este planteamiento que es de una claridad meridiana, no siempre guía la actuación de los ciudadanos, lo que evidencia una falta de conciencia social. Solemos pedir a la Administración gastos sin límite y a la vez, hacemos cuanto sea o pueda parecer legal para restringir nuestras obligaciones con ella.

Semejante trato diferenciado se pone de relieve en numerosas ocasiones. A título de ejemplo, si para construir una vía pública hay que expropiar una determinada parcela cuyo propietario apenas se acordaba de aquel monte a matorral, de repente adquiere un valor como si en él se criasen trufas, y exige una indemnización correspondiente, aun a costa de interponer cuantos recursos permita la ley para imponer su criterio.

Si esta persona. por ser fumadora, contrajese un cáncer de pulmón, consideraría normal y justo que tanto las operaciones quirúrgicas como el tratamiento quimioterápico o radioterápico y los más recientes medicamentos sean de calidad y totalmente gratuitos.

Bien es verdad que la contraparte –Hacienda- no es ajena ni inocente de que la mentalidad insolidaria exista en la realidad. Al contrario, se la acusa con razón de prácticas en las que la ética brilla por su ausencia, tanto por lo que se refiere a la recaudación como a la equidad de las operaciones del gasto público,

El honrado contribuyente que cumple a rajatabla sus deberes tributarios se siente ofendido y maltratado cuando el Gobierno autoriza una amnistía fiscal que premia a defraudadores y evasores, con posibles cuentas en paraísos fiscales.

Este mismo contribuyente se rebela contra el empleo perdido de 60.000 millones de euros en el rescate de las cajas de ahorros que el Banco de España acaba de anunciar con la tranquilidad de que el asunto no va con él. Como si nada hubiera tenido que ver con él el descalabro. Las mismas entidades que incluían en sus hipotecas la cláusula suelo y la negativa a reconocer el derecho a la dación en pago.

A quien abona puntualmente sus cargas fiscales tiene que parecerle acertado que el ministro de Hacienda haga pública la lista de personas que hicieron de alarde fortuna y siguen viviendo en la abundancia mientras se olvidan de pagar sus impuestos, originando en conjunto una deuda de superior a 15.400 millones de euros a cargo de más de 4.540 morosos. Inevitablemente surge la duda de si Hacienda hace uso de los medios que tiene a su alcance para hacer efectivo el cobro de la deuda. Al parecer, tener un elevado nivel de vida no es incompatible con adeudar millones de euros.

La enseñanza que todos podemos extraer de lo antedicho es que el Estado y la ciudadanía tenemos mucho que mejorar en beneficio común porque todos formamos parte de la sociedad.

lunes, 10 de julio de 2017

Bueno después de muerto



La muerte es el acontecimiento más decisivo de la vida. Ante ella quedamos atónitos, sin palabras porque todo está dicho, sobre todo cuando afecta a un familiar o amigo íntimo. No obstante, cuando la persona fallecida es de gran renombre, siempre es posible hilar alguna reflexión sobre las circunstancias que rodearon su vida y su despedida.
Tal ocurre con respecto al óbito de quienes desempeñaron un importante papel en la política como ocurre en el caso del excanciller alemán Helmut Kohl que fue figura clave de acontecimientos trascendentales en la historia europea de los últimos decenios del siglo pasado, cuya defunción tuvo lugar el 16 de junio de 2017, a los 87 años de edad.
Alcanzó el poder en 1982 y se mantuvo en él 16 años. A él se debe en buena parte la unificación alemana, favorecida por las buenas relaciones con Gorbachov, la creación del euro, el fortalecimiento del eje francoalemán, indispensable para la supervivencia de la UE, y por último, la adhesión de Portugal y España en 1986, que le concedió el premio Príncipe de Asturias.
En medio de tan brillante historial tuvo la debilidad de cometer un error que el Código penal considera delito. El 18 de enero de 2000, el ya excanciller se vio obligado por sus correligionarios de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) a dimitir de la presidencia honorífica, acusado de haber recibido donativos ilegales para su partido -que en principio negó- , entre otros del traficante de armas bávaro Karlheinz Schreiber que así pagaba el favor que se le había hecho al autorizarle una exportación de material bélico. A la renuncia de su presidencia honorífica, que tuvo el aspecto de una destitución pública, le siguió dos días después el suicidio de Wolfgang Hüler, encargado de finanzas del mismo partido. Un Bárcenas con peor suerte.
Los últimos años de Kohl fueron aciagos. Con mal estado de salud –se desplazaba en silla de ruedas-, abandonado de los suyos y separado de sus dos hijos por desavenencias con la segunda esposa de su padre.
Como desquite, dejó ordenado que no se le tributasen honras fúnebres en Berlín y que el funeral de Estado se celebrara en el Parlamento Europeo -un honor inédito- en Estrasburgo, la ciudad alsaciana a orillas del Rhin, en territorio francés. El funeral tuvo lugar el 1 de julio en presencia de veinte líderes políticos y altos representantes de numerosos Estados. Asistimos a un caso de tantos en que es preciso morir para que sean reconocidos los méritos del difunto.
La trayectoria del canciller alemán nos enseña que lo más difícil es cumplir la sentencia que Shakespeare puso como título de su comedia “Bien está lo que bien acaba” porque a lo largo de la vida son muchas las tentaciones en que podemos caer y cometer errores a veces irreparables.
Estas situaciones nos llevan a las imperfecciones de que adolece la justicia humana en sus aplicaciones prácticas. Puede una persona tener un historial limpio de toda mancha, haber realizado acciones importantes a favor de la colectividad y haber obtenido notables éxitos políticos. Si en un momento determinado comete un acto deshonroso cuya gravedad no voy a enjuiciar, todas las buenas obras quedan borradas y la justicia, implacable, le juzgará y condenará como si aquellas obras no hubieran existido. Pongamos el supuesto de un ciudadano que siempre hubiera cumplido ejemplarmente sus deberes tributarios, que años después se descubre que ocultó al fisco una operación mercantil. Si los hechos configurasen un delito fiscal sería condenado a varios años de prisión, sin que sirviera de atenuante lo ocurrido anteriormente.
Es la traducción al plano judicial de la doctrina católica de que un solo pecado mortal recibe como castigo la llama eterna del infierno. Algo difícil de entender, y sobre todo tratándose de justicia divina que se supone carente de cualquier clase de imperfección.

sábado, 1 de julio de 2017

España diferente



La frase “España es diferente” que fue atribuida a Fraga como un eslogan turístico vale también para designar ciertos aspectos de nuestra idiosincrasia. Me refiero concretamente a la permanencia de actitudes y juicios −mejor diríamos prejuicios− sobre la guerra civil y la dictadura subsiguiente. Habiendo transcurrido ochenta y un años desde el comienzo de la contienda fratricida, mal llamada cruzada, sigue siendo un tema tabú, capaz de encrespar los ánimos y hacer difícil una conversación serena y desapasionada entre amigos de distinta ideología.
Buena parte de la culpa la tienen los gobiernos que surgieron de la transición política que, por un lado le prestan escasa atención en los textos escolares, en los que existen muchos espacios en blanco, y por otro, cierran a cal y canto los archivos históricos a los investigadores, los cuales han de valerse de los documentos desclasificados por otros países. En gran parte de los Estados de nuestro entorno existen leyes con determinación de plazos que oscilan entre 25 y 50 años para hacer públicos documentos clasificados. En España se tramitó en 1968 la discusión parlamentaria de la Ley de Secretos Oficiales sin que los legisladores se pusieran de acuerdo en aprobarla e insertarla en el Boletín Oficial del Estado para su entrada en vigor. En la tramitación legal de esta cuestión España hace honor al eslogan citado. Muchos episodios de nuestra historia reciente permanecen oscuros por falta de información documentada que los ratifique o rectifique.
Esta carencia impide conocer cómo fueron gestionados determinados acontecimientos y las decisiones que los hicieron posibles, a pesar de afectar a nuestras vidas. Pongamos el ingreso de España en la OTAN como único ejemplo.
Si desde que lo dijo San Pablo se admite que la verdad nos hace libres, yo creo que también nos hará tolerantes, comprensivos, indulgentes, y ello nos predispondrá a una auténtica reconciliación cuando admitamos que quienes lucharon y murieron en los dos bandos dieron su vida por la patria en las trincheras o en la retaguardia con el propósito de que pudiéramos vivir todos en paz y armonía, independientemente de las opiniones que cada uno pudiera defender.
Tenemos el deber de conseguir que su sacrificio no haya sido en vano y terminar de una vez con la clasificación de caídos por la patria y enemigos de la patria, en la escasa medida en que aun podamos restituir el honor a los segundos, marcados por el olvido y el oprobio con que el régimen de Franco trató a los vencidos y los gobiernos que le sucedieron fueron ciegos y sordos ante el clamor de la injusticia.
A los del bando vencedor se les distinguió como excombatientes, caballeros mutilados y excautivos y se le otorgaron honores y privilegios para el empleo: para los perdedores, abandono e indiferencia por su futuro. Semeja desprecio añadido a la muerte la negativa a exhumarlos de las fosas comunes en que fueron arrojados, fuera de los cementerios. Suena a ensañamiento negar a los familiares el último consuelo de identificar a sus deudos y darles cristiana sepultura. No se trata de abrir viejas heridas sino de clausurar una etapa dolorosa de nuestra historia.
Es raro que sobreviva algún excombatiente, y también habrán fallecido la mayoría de sus hijos. No deberíamos demorar más la hora de la misericordia haciendo honor a la dedicación de este año proclamada por el Papa Francisco.