lunes, 25 de junio de 2012

Dos reformas a destiempo


    Cuando el actual gobierno del PP inició su andadura, la primera reforma legislativa que llevó a cabo fue la laboral por medio del Real Decreto 3/2012 de 10 de febrero, con tanta prisa que acudió al Decreto-Ley para abreviar su tramitación parlamentaria, sin que le importase prescindir del consenso con los agentes sociales, que había sido presupuesto de otras reformas anteriores. Fue como si la mayoría electoral que le otorgaron las urnas al partido le autorizase a legislar por su cuenta cual si estuviesen en posesión de la verdad absoluta.
    Antes de examinar someramente su contenido, digamos que sus promotores sufrieron un error de calendario, pues como se vio muy pronto, lo verdaderamente prioritario era acometer la reforma del sistema financiero, donde se ocultaba la fuente de los problemas que, ya existentes a la sazón,  no hicieron más que agravarse día tras día. Pero tal vez ahí estarían implicados otros intereses que al PP no le interesaba desvelar y combatir.
    Desde distintos puntos de vista, lo que importaba era alterar profundamente el contenido del Estatuto de los Trabajadores de 1985 para abaratar los salarios y la indemnización por despido para remediar la insoportable tasa de paro del 23% de la población activa, que en lo que a la juventud se refiere, llegaba al 50%. En cuanto al concepto indemnizatorio por despido improcedente, mientras el Estatuto la establecía en 45 días por año de servicio, con un máximo de 42 mensualidades, la nueva norma la rebaja a 20 días y 12 mensualidades, respectivamente.
    Entre tanto, altos directivos de las empresas, al producirse el cese, por despido o dimisión, se embolsan sumas millonarias, independientemente de que su gestión hubiera sido nefasta, fruto de la libertad de contratación de esta élite privilegiada.
    En cuanto a los efectos de la reforma conocidos hasta ahora, lo menos que puede decirse es que defraudó todas las expectativas. El desempleo siguió creciendo como era de prever. Al facilitarse y abaratarse el despido, las empresas vieron la oportunidad de  de reducir sus costes salariales recortando la plantilla y sustituyendo trabajadores con años de antigüedad por otros de nuevo ingreso con sueldos inferiores.
    A la clase trabajadora en general se le metió el miedo en el cuerpo al sentir la amenaza implícita o expresa, a modo de espada de Damocles, de perder el empleo, creándose así una situación que nos retrotrae a tiempos pasados que creíamos superados.
    Por otro lado, la demora en conocer y reconocer la verdadera situación de bancos y cajas, que al día en que escribo sigue siendo un misterio, ha llevado a la pérdida de confianza de los mercados, lo que se traduce en un aumento descontrolado del riesgo país que a su vez encarece el coste de la deuda soberana hasta el extremo de haberse  convertirse en el mayor capítulo de gasto presupuestario, lo que asimismo compromete  la consolidación fiscal que es un compro miso irrenunciable del gobierno.
    El reciente rescate de la banca sigue sin formalizarse, según la canciller alemana porque el gobierno español aun no ha cursado la oportuna solicitud. El país está sumido en una crisis sin fondo y los gobernantes encargados de gestionarla semejan enanos políticos desbordados por los acontecimientos, mientras no paran de afirmar que siguen su hoja de ruta, sin dar la cara ni informar al Parlamento y al pueblo de cómo piensan salir del atolladero, En situaciones como ésta surge espontáneamente la expresión de “que Dios nos coja confesados” seguida de “sálvese quien pueda” que es el peor camino para salvarnos todos.

lunes, 18 de junio de 2012

Sueldos y supersueldos


Como es sabido, las empresas se constituyen para obtener beneficios y no para hacer amigos. Esta característica general es de especial aplicación en el caso de las sociedades financieras cuyas penurias actuales son tema de recurrente actualidad, de las que voy a ocuparme.
    Conseguir simultáneamente ganancias y amigos no deberían ser objetivos contradictorios porque la actividad empresarial debe basarse en la confianza mutua, condición indispensable tratándose de las empresas que se dedican al tráfico de dinero. Sin embargo, si no es fácil hallar motivos para bendecir éticamente a las empresas en general, lo es aun menos en el caso de los bancos y cajas de ahorros cuya relación con la moral es harto conflictiva.
    La tentación de beneficios crecientes puede jugar malas pasadas a los gestores de las entidades financieras que termina enajenando la confianza de sus clientes. Haciendo abstracción de acciones tipificadas como  delictivas en el Código penal, existen comportamientos alegales no menos censurables. Comenzando por las relaciones laborales, frente a remuneraciones desmesuradas de la cúpula directiva se urden procedimientos  para abaratar los sueldos más bajos con fórmulas restrictivas de derechos que configuran los llamados “contratos basura”. Si de lados de los costes se exageran los trucos para reducirlos al mínimo, del de los ingresos, la imaginación juega su papel, y no para de incorporar el lanzamiento al mercado de productos a cual más sofisticado y más oscuro haciendo uso de su capacidad de crear dinero. Invertir los ahorros de sus clientes en operaciones rentables, seguras y con liquidez es el desideratum de cualquier establecimiento bancario, pero como dichas condiciones son incompatibles entre sí, el problema se resuelve con una equilibrada distribución, de modo que, en conjunto, se consigan los tres objetivos en un grado razonable. Así lo manda la ortodoxia financiera.
    Este delicado equilibrio ha sido vulnerado muchas veces, comenzando por las quiebras bancarias de la década de los ochenta para culminar con el agujero negro en que están sumidos bancos y cajas que obligó a su intervención por los organismos internacionales después de haber arrastrado a la ruina a muchas familias y dejado en la calle a miles de empleados, al mismo tiempo que los gestores causantes del estropicio se retiran tranquilamente a disfrutar de los millones que se autoadjudicaron, sin que los gobiernos ni los jueces tengan nada que decir al respecto. Si esto se considera legal, habría que concluir que estamos regidos por la ley del embudo.
    Entre las malas prácticas de las entidades financieras a las que hemos asistido en los últimos años, figuran los depósitos-seguros de prima fija, la falta de celo en la detección del blanqueo de capitales o la relación con los paraísos fiscales, para terminar con la emisión de las llamadas participaciones preferentes colocadas entre pequeños ahorradores ayunos de cultura financiera que no eran conscientes de los riesgos que asumían ni los empleados se ocuparon de explicárselos. Atraídos por la alta rentabilidad, los suscriptores firmaron los documentos que les presentaron sin darse cuenta que los intereses solamente se abonarían si la entidad emisora  tenía beneficios –lo que ahora no ocurre- y la recuperación de la inversión solo era posible a través del mercado secundario entre compradores y vendedores de participaciones, el cual dejó de funcionar, y en consecuencia no se puede deshacer la operación.
    Gran parte de la culpa de los apuros en que se encuentra el sistema financiero hay que atribuírsela al Banco de España que, teniendo facultades  de regulación y supervisión, omitió ejercerlas, dejando a las entidades en libertad de actuación, con los resultados que conocemos: la bancarrota propia, el engaño de sus clientes y un daño enorme al país. A todo esto, el gobernador, que cobraba un sueldo de 176.000 euros, se va a su casa un mes antes de que terminara su mandato y solo se le ocurre decir que “tal vez se haya podido cometer algún error”.
    Que tantos fallos y conductas impropias queden impunes y se salden
con una vaga disculpa, pone de relieve el mito de que ante la ley todos somos iguales.

viernes, 8 de junio de 2012

La locura de los pueblos


    La demencia es una enfermedad que altera el estado normal de la mente con manifestaciones esquizofrénicas o paranoicas que afecta tanto a individuos como a grupos sociales.
    En el primer caso, las consecuencias las sufre el propio interesado y su ámbito familiar. Pero la perturbación colectiva puede darse también  en grupos más o menos numerosos, e incluso afectar a buena parte de la población de un país, con daños catastróficos. En el origen de estos fenómenos sociales puede estar un ideólogo que propugne soluciones utópicas o irracionales, casi siempre violentas a problemas de convivencia con minorías étnicas, religiosas, políticas o lingüísticas que se presentan como incompatibles.
    La historia es testigo de que estas ideologías violentas desencadenaron en el pasado y en el presente episodios de exterminio de colectivos por el hecho de profesar creencias políticas o religiosas que sirvieron y sirven de justificación a invasiones de pueblos vecinos seguidos de conflictos bélicos de independencia.  
    Es frecuente que en el origen de estos desórdenes estén teorías elaboradas por mentes desequilibradas que logran transmitir su vesania y convencer a masas de adeptos. Una muestra incontestable sería el libro de Adolfo Hitler “Mein Kampf” (Mi lucha) en el que acusaba  a los judíos  de ser culpables  de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, y por ello propugnaba su aniquilación. Como es sabido, dichas teorías  llevaron al Holocausto y al hundimiento del país que lo provocó.
    También los españoles tenemos la dolorosa experiencia de convivir con una pesadilla de 50 años de terrorismo de ETA, apoyado por un sector importante de la población vasca, para poner en práctica las elucubraciones xenófobas de Sabino Arana, apóstol del odio a los demás españoles y del independentismo vasco.
    En ocasiones, el discurso de los reformadores ha sido llevado a la práctica con sentido y medios totalmente opuestos a los que inspiró a los fundadores. En materia religiosa basta comparar el amor, la pobreza, la humildad y el pacifismo de Jesucristo con lo que ha sido y es el comportamiento de las Iglesias cristianas para comprender la distancia que separa  a ambas partes.
    Otro tanto podría decirse en el terreno político de lo ajeno que son las teorías de Marx y la interpretación que de ellas han hecho los regímenes comunistas que en el mundo han sido. No en vano se ha dicho que la desgracia del maestro es tener discípulos.
    Los ejemplos de tales perversiones son innumerables. Refiriéndonos a los casos más recientes, viene a cuento citar el contraste entre las enseñanzas evangélicas y como son vividas por los cristianos que se reclaman creyentes. Si Marx, que propuso el reino de la igualdad y la justicia en este mundo sin esperar a que se cumplan en el cielo, levantase la cabeza, le daría un pasmo al ver como sus ideales son transformados en brutal represión  de los derechos de los ciudadanos por una elite política que detenta el poder, ajena a la opinión pública a la que se le niega el derecho a hacerse oír en los países proclamados comunistas  (China, Cuba, Corea del  Norte).
    Aun no se ha descubierto una vacuna que inmunice a los pueblos contra sus locuras, pero existen fórmulas a modo de medicamentos cuyo uso previene la aparición de sus manifestaciones patológicas. En la medida en que reine la justicia, se amplíen los cauces de participación en los asuntos públicos, se mejore la educación, se fomente la tolerancia, la transparencia y el pensamiento crítico, será más fácil alejar el peligro que representan la demagogia, el extremismo y el fanatismo. Demasiados objetivos para poder confiar  en su próximo cumplimiento. Pero  no tenemos otra solución a nuestro alcance.

viernes, 1 de junio de 2012

Frau Merkel juega con fuego


    La inflexibilidad y dureza que sostiene Angela Merkel, que se empeña en ganar  el apelativo que distinguió a su antecesor Otto von Bismarck de “canciller de hierro”, respecto a su postura ante los socios mediterráneos de la Unión Europea, y muy especialmente frente a Grecia, puede acarrear graves consecuencias no solo para los griegos, sino que está en juego la supervivencia de la UE.
    La política de austeridad y recortes después de cuatro años para eliminar a toda costa el déficit presupuestario en breve plazo contra la opinión generalizada de economistas y políticos, impide el crecimiento económico, hunde las bolsas, aumenta el paro, reduce en términos insoportables las políticas sociales y mengua la recaudación de impuestos, lo que a su vez agranda el déficit. A más recortes, más déficit, y a mayor déficit, más recortes, en un círculo vicioso que se autoalimenta.

    Al mismo tiempo, las perspectivas que con la crisis se proyectan sobre el euro, rebaja su cotización frente al dólar. Esto favorece de momento las exportaciones alemanas en perjuicio de las estadounidenses que Obama necesita para mejorar las expectativas de su reelección, y esta situación genera tensión entre ambas potencias. Pero, además genera  inquietud entre los inversores que compran la deuda emitida por países como España e Italia, lo que se traduce en aumento del riesgo país, y en definitiva acrecienta los intereses que aquéllos han de pagar, lo cual contribuye a incrementar el déficit por el pago de intereses y el volumen de la deuda.
   
    Como suele ocurrir, las culpas están repartidas. Tanto España como Portugal, Italia, y tal vez en mayor medida aun Grecia, cometieron no pocos pecados económicos. Durante años gastaron más de lo que tenían haciendo mal uso de las ayudas que recibieron de Bruselas, sin modernizar el aparato productivo ni volcarse en mejorar  la educación y la I+D+i, que actúan a modo de siempre promisoria de más prosperidad.  A Grecia se la acusa también de haber falseado las cuentas para ingresar en la eurozona.

    Dicho esto, tenemos derecho a preguntarnos por qué la Comisión Europea no ejerció sus facultades de verificar la veracidad de las cuentas que recibía, por qué dio por buenas las elaboradas por el banco norteamericano Goldman Sachs, así como por que los bancos franceses, alemanes y holandeses, entre otros, siguieron prestando dinero al gobierno heleno sabiendo, como tenían que saber, que era insolvente y que no podría cumplir sus compromisos.
    La obstinación del gobierno alemán en apretar las tuercas a Atenas, lleva al suicidio de los griegos –los casos registrados van en aumento- y tal como dice el líder del partido griego de izquierda Alexis Tsipras, “el infierno no es negociable”.
    La UE no tiene más remedio que reconocer que la deuda griega es incobrable y se impone una segunda quita, o utilizando un eufemismo en boga, una reestructuración, favorecer estímulos al crecimiento y alargar el plazo para lograr la consolidación fiscal, y cuanto más se dilaten estas medidas más se agravará el sufrimiento de la población sin haber tenido arte ni parte en la provocación de la crisis, cuyos efectos son más sensibles sobre los sectores más vulnerables, al tiempo que se pone en peligro la estabilidad mundial, teniendo en cuenta que la UE es el primer socio comercial.