La relación de Occidente con el Tercer
Mundo ha sido y sigue siendo ambivalente. Centrando el análisis en África, nos
encontramos con que hasta el siglo XV, cuando los navegantes portugueses bordearon
la costa atlántica, era prácticamente desconocida su existencia. Tras el
descubrimiento de América había que proveer de mano de obra barata aquellas
tierras, y a tal fin se recurrió al comercio de esclavos negros, capturados por
los propios africanos. De esta forma se traficó durante siglos con personas
como si fueran animales en un comercio inmoral que se mantuvo hasta la segunda
mitad del siglo XIX.
En el Congreso de Berlín de 1884 se repartió
el continente entre Francia, Inglaterra, Alemania, Bélgica y Portugal bajo el
régimen de colonias con el pretexto de civilizar a los nativos, pero en
realidad, era una forma de explotación de la población y de las riquezas
naturales. A partir de la II Guerra Mundial surgió un rechazo del colonialismo
apoyado por EE.UU que eclosionó en 1960 con la independencia de muchos países,
de modo que las colonias se transformaron en Estados soberanos, muchos de ellos
inviables y llenos de problemas de toda índole.
Antes de la emancipación y después también,
Occidente –y últimamente China- expolian
las riquezas minerales (oro, cobre, petróleo, hierro, diamantes) en connivencia
con los gobernantes locales, que se
hacen ricos por su colaboración, en tanto que el pueblo llano no sale de su
pobreza y atraso.
Cuando ocurren desastres naturales, como
pueden ser lluvias torrenciales seguidas de sequías prolongadas, la pobreza se
convierte en miseria y la hambruna se apodera de grandes sectores de la
población.
La otra cara de la relación bilateral
consiste en la transferencia de miles de millones de euros que bajo la
designación de ayuda al desarrollo se dedica en gran medida a paliar
emergencias, si bien, canalizada a través de los gobiernos y organizaciones
locales, se filtra en gran parte en los bolsillos de intermediarios corruptos.
A veces el tratamiento es peor que la enfermedad. Como la alimentación en África
descansa fundamentalmente en el consumo de maíz y arroz, el reparto gratuito de
estos cereales importados elimina todo aliciente para el cultivo “in situ”, en
lugar de adquirirlos sobre el terreno, con lo cual se refuerza la dependencia
en adelante. Esta forma de ayuda sin atacar las causas de la crisis, somete a
los beneficiarios a la condición de pordioseros, al mismo tiempo que se
sostiene implícitamente una red de corrupción que favorece a quienes desempeñan
puestos de autoridad u ONG locales.
Otras veces la ayuda se distribuye por
medio de Organizaciones No Gubernamentales cuyo nombre no responde a la
realidad, ya que se financian significativamente por aportaciones públicas. Si
por ejemplo, construyen una escuela y se retiran, se corre el riesgo de que
desaparezca o se transforme en un centro privado al que se asiste mediante
pago.
Otros agentes de la cooperación son los
misioneros que tienen la ventaja de la permanencia, pero el inconveniente de
buscar el adoctrinamiento y proscribir el uso de anticonceptivos, lo que
contribuye a agravar el problema demográfico y a aumentar los estragos del
sida.
Es indudable que más de cincuenta años de
cooperación al desarrollo y los miles de millones empleados no han modificado
la triste condición del continente negro. La miseria y el desamparo, junto con
la ausencia de educación, la sanidad y la vivienda, siguen tan presentes como siempre.
Como causa y efecto de esta situación, con excesiva frecuencia estallan guerras
en las que África pone las víctimas y los occidentales y los chinos ponen las armas.
Los casos más recientes se llaman
Liberia, Mali, República Centroafricana, Sudán, Angola, Congo, Ruanda, Sierra
Leona… La lista sería interminable
Ante el decepcionante balance de los
esfuerzos y a la vista de la triste realidad descrita por numerosos autores, es
imperativo que Occidente cambie la estrategia de su ayuda, de tal modo que los
africanos tengan un mayor protagonismo de sus asuntos propios, que se
responsabilicen de su gestión, que se ocupen de la educación y sanidad y
combatan la corrupción. Sin este compromiso, enviar dinero carece de sentido y
en el mejor de los casos es pan para hoy y hambre para mañana.
Los Gobiernos europeos deben ofrecer
asesoramiento y respaldo económico para la creación y el respeto a los derechos
humanos. Y por supuesto, adoptando medidas que fomenten el comercio
internacional en igualdad de condiciones y evitando la exportación de armas y
de bienes a precios subvencionados que ciegan las fuentes de riqueza locales.
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