miércoles, 25 de febrero de 2009

Reivindicando la vejez

No se puede asegurar que si alguien pudiera elegir para su vida entre la juventud y la ancianidad, escogería esta última etapa de nuestra existencia, Pero tampoco sería lícito pasar por alto los alicientes de esta etapa de nuestra existencia que también tiene su lado bueno. Lo que deberíamos aprender todos es a acometer esta etapa vital, con optimismo, y esperar siempre algo nuevo que vale la pena conocer, no perder la curiosidad y recibir cada día que amanece como un regalo que se pone a nuestra disposición para disfrutarlo.
Como la vejez va unida al cese de la actividad laboral, es saludable reconocer que hay vida más allá de la jubilación, especialmente en nuestros días en que la gerontología ofrece expectativas no solo de mayor longevidad sino también de creciente mejora del estado de salud muy superiores a las que conocieron nuestros padres y abuelos..
Si siempre ha habido ejemplos de senectos que conservaron su actividad intelectual y creatividad durante la vejez, actualmente los casos se multiplican .
En la antigüedad destaca el caso de Sófocles (495-405 a,C). que escribió la última de sus tragedias cumplidos los 90 años. En el Renacimiento, Tiziano (1488-1490), pintó a la misma edad su autorretrato que se conserva en e Museo del Prado; más tarde Thomas Hobbes (1588-1679) tradujo a los 87 la “Iliada” y “La Odisea”. En el siglo XX, Bertrand Russell (1872-1970), pasados los 90 publicó el tercero y último volumen de su espléndida autobiografía y en nuestro país, Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) dio a conocer “La canción de Rolando” pasados los 91.
Bastaría citar en nuestros días los ejemplos de los siguientes centenarios de quienes, pese a su longevidad, siguen desarrollando una actividad creadora ciertamente fuera de lo normal: Francisco Ayala,(1906), escritor que celebró recientemente sus primeros cien años sin dejar su actividad literaria, el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (1907), autor de proyectos revolucionarios en Brasilia que sigue trabajando en su estudio, el cineasta portugués Manuel de Oliveira (1909) que continúa dirigiendo películas o el actor holandés Johannes Heesters que en diciembre de 2008 celebró su 105 cumpleaños actuando en el Winterhalter Fahrhaus de Hamburgo en la ópera “Im Weissen Rossi”, de Ralph Benantzsky.
Todos ellos son testimonios elocuentes de que la vejez puede ser productiva.
Volviendo al tema que da título a este escrito, la senescencia, que comienza con la jubilación, supone la recuperación del control de nuestra vida, abre la posibilidad de dedicar el tiempo a las aficiones que antes no pudimos practicar, y nos libera de la tiranía del reloj que regulaba el cumplimiento de nuestros obligaciones laborales.
Se puede decir que el senecto aumenta su grado de libertad para expresar sus opiniones sin temor a incomodar a determinados censores laborales, religiosos o sociales. Ya no se necesita luchar vanamente contra el tiempo simulando tener una edad menor de la real o aparentar una vitalidad inexistente en una época como la actual en la que impera el culto al juvenilismo y a la belleza física.
Su retiro del trabajo remunerado le inmuniza contra el estrés y la carrera por la competitividad, que deja muchos perdedores en la cuneta.
Los años vividos le dan al anciano una nueva perspectiva de la realidad, le capacita para distinguir lo accesorio de lo esencial, ver las cosas y juzgar a las personas con ecuanimidad, sobriedad, templanza y comprensión de las debilidades humanas.
Estas circunstancias explican que desde la antigüedad se atribuyera a los ancianos el don de la sabiduría, lo que indujo a los romanos a confiarles el Senado como Consejo supremo del imperio.
El mismo reconocimiento lo aseveran los dichos populares de que el diablo sabe más por viejo que por diablo, o aquel que propone “del viejo, el consejo”.
Lamentablemente, nuestra sociedad ha trastocado la escala de valores y considera a los mayores, precisamente cuando su número aumenta, meros sujetos pasivos o como consumidores, condenándolos al ostracismo. Es justo aspirar a que las pensiones alcancen un nivel digno, pero no se trata solamente de una cuestión de dinero. Se necesita reinventar mecanismos que eviten la discriminación por razón de edad, como ahora está sucediendo con las prejubilaciones, sino implementando su papel como protagonistas del bienestar y la prosperidad que disfrutamos.
Hay que abrir cauces a la participación altruista de los mayores en las tareas colectivas, tanto en el ámbito público como privado, de forma que no se esterilicen sus conocimientos y experiencia adquiridos por el estudio y el ejercicio de una profesión u oficio, sin que su aportación sea valorada con criterios estrictamente economicistas sino como un medio de realización personal y de una aportación generosa al bien común.
Al Estado compete facilitar la comunicación intergeneracional que beneficiará a todos y a la sociedad en su conjunto. Por su parte, a los partidos políticos corresponde rectificar su política de inclusión de los mayores a sus candidaturas, hasta ahora prácticamente inexistente en las listas electorales.

Mientras los mayores de 64 años representan la tercera parte del electorado no figuran en las cabezas de lista. En las elecciones municipales de 2003 no salió elegido ningún candidato de 64 o más años en las ciudades de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Vigo y otras muchas. Se puede afirmar, por tanto, que un sector importante de la población no está representado en los órganos de poder. Toda una discriminación injustificable.

martes, 17 de febrero de 2009

Obras y buenas razones

Naciones Unidas reunió en su sede de Nueva York de 6 al 8 de septiembre de 2000 a un número nunca igualado de jefes de estado y de gobierno bajo el pretencioso nombre de “Cumbre del Milenio” con el no menos utópico objetivo de trazar el rumbo de la humanidad en el tercer milenio. Más concretamente se trataba de estudiar el papel de la ONU en el siglo XXI y de adaptar sus principios y fines, establecidos hace más de medio siglo, a la situación actual, bien distinta de la que motivó su nacimiento. Como prometer no cuesta nada, los asistentes se marcaron el propósito de reducir a la mitad la pobreza mundial en el plazo de quince años.
Si diéramos crédito al comunicado oficial podíamos pensar que todos estaban dispuestos a transformar el mundo en una Arcadia feliz. Mas la triste realidad de hoy –que no será muy diferente a la de mañana- es el resultado de muchas promesas y buenos deseos anteriores expuestos por los mismos dirigentes o sus predecesores que quedaron en el olvido poco después.
Y como nos recuerda el dicho popular que “obras son amores y no buenas razones”, he aquí algunos ejemplos de que las palabras y los hechos van por caminos paralelos sin llegar a encontrarse nunca.
“Hay que adaptar la ONU a la realidad que tiene entre manos”, clamó el secretario general Kofi Annan, predecesor del actual Secretario, Ban Ki moon. Lo que ocurre es que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto no están dispuestos a renunciar a sus privilegios. “Aquellos que creen que podemos prescindir de la ONU no comprenden el futuro” (Bill Clinton). A pesar de este reconocimiento, EE.UU. adeudaba a la Organización las cuotas de varios años que ascendían a la sazón a 1.700 millones de dólares. Como era de esperar, los tres días de reuniones y conversaciones terminaron como el rosario de la aurora, o si se prefiere, como el parto de los montes. Para salir del paso, los asistentes firmaron una declaración de intenciones que a nada compromete, sobre todo porque nada se dice de quién y cuándo se han de aportar los medios que se precisan. Lo mismo o muy parecido a lo que salió de otras conferencias internacionales, es decir, palabras vacías que el viento se lleva. Mientras tanto, los 1.200 millones de personas que viven –es un decir- con menos de un dólar al día seguirán esperando en vano, como Lázaro, a que el rico Epulon le deje caer algunas migajas de su festín, y la ONU no sabrá como hacer frente al coste de las misiones de paz que el Consejo de Seguridad le encomienda.
Es fácil imaginar la decepción del secretario general, después de haber advertido que una declaración en sí misma tiene poco valor, y expresar su esperanza de que no se tratase de una mera declaración de principios sino de un plan de acción. Justamente lo contrario de lo que salió de Nueva York donde todo fue verborrea para la galería.
Con reuniones de este tipo ni se resolverán los problemas pendientes –que son muchos- ni se evitará que surjan otros nuevos y NN. UU. seguirán alejadas de los medios y los fines que constan en la Carta Fundacional. En tanto los gobernantes de las grandes potencias no cambien su mentalidad, el mundo seguirá estando mal con la ONU -y peor sin ella-.

(artículo escrito en septiembre de 2000)

miércoles, 11 de febrero de 2009

Ciencia y sociedad

Es ya un tópico que en el mundo industrializado vivimos en la sociedad del conocimiento. Por ello, la ciencia se ha constituído en un factor de primer orden con respecto al cambio social. Su presencia es clave para entender, plantear y resolver los problemas que nos preocupan. Influye sobremanera en temas tan diversos como la salud, la alimentación, las comunicaciones, el transporte, la energía y el medio ambiente, por citar solamente algunos de los más vitales. Ni la sociedad puede prescindir de la ciencia so pena de renunciar a su bienestar, ni la ciencia puede avanzar si carece de apoyo social. La interacción de ambas promueve el progreso económico, social y cultural.
Si en un pasado próximo, ciencia y tecnología han abierto nuevos horizontes al conocimiento de lo infinitamente grande como el universo y de lo infinitamente pequeño como son las partículas subatómicas, en la actualidad siguen siendo las herramientas indispensables para dar respuesta eficaz a los desafíos presentes, de los que son ejemplos los alimentos transgénicos, el cambio climático, la eliminación de residuos, el agotamiento de los combustibles fósiles como fuente de energía, el funcionamiento del cerebro, la obtención de nuevos materiales o el tratamiento curativo de enfermedades pandémicas como la tuberculosis, el paludismo o el sida. En definitiva, la ciencia ha de seguir progresando para arrebatar nuevos territorios a lo desconocido y hacer la vida más segura y agradable
Para que el conocimiento siga avanzando es preciso que nuestro pensamiento se aleje lo más posible de los tres enemigos capitales que lo acechan: la ignorancia, el sectarismo y el fanatismo.
La ignorancia explica, por ejemplo, que el presidente de Surafrica, Thabo Mbeki sostuviese durante años la inexistencia de relación entre la actividad sexual y el sida, y se opusiese al tratamiento médico con retrovirales, lo que causó cientos de miles de muertes innecesarias.
Al sectarismo se debe el rechazo del método científico sostenido por creencias mágicas o irracionales como es el caso de los Testigos de Jehová que se niegan a admitir las transfusiones de sangre aunque el enfermo fallezca. Muestras claras de sectarismo fueron los pronunciamientos de quienes, a poco de aparecer el sida, aseguraban que la nueva enfermedad era el castigo divino de los pecados de nuestro tiempo.
Y por último, solo desde el fanatismo se puede entender el empecinamiento en explicar, contra toda evidencia, las leyes de la naturaleza a partir de textos sagrados, que la creación del universo se produjo cuatro mil años antes de Cristo cuando la cosmología, por métodos experimentales, asignó al acontecimiento una antigüedad de 13.700 millones de años a partir del Big Bang En este contexto se inscribe la negativa durante mucho tiempo a admitir que la Tierra no es el centro del universo, aun después de que Copérnico invalidase la teoría geocéntrica de Tolomeo. El mismo valor tiene que en nuestros días mucha gente, sobre todo en Estados Unidos, patria natural o adoptiva de tantos premios Nobel de ciencia, siga oponiendo el creacionismo a la teoría de la evolución sin otra base que la mera rutina intelectual.
Generalmente las innovaciones científico-tecnológicas suscitan rechazo por motivos religiosos supuestamente de carácter moral. La polémica suele plantearse sobre todo en materias concernientes a las ciencias biomédicas porque afectan a conceptos esenciales de la vida, tales como la despenalización de aborto y la eutanasia, la permisividad del encarnizamiento médico, los trasplantes de órganos, la clonación terapéutica, la fecundación asistida el uso de anticonceptivos, la investigación con células madre, el diagnóstico preimplantacional para evitar la transmisión de enfermedades genéticas, etc. Un rasgo esencial entre científicos y creyentes es que mientras éstos buscan imponer su fe a los demás, en ocasiones a sangre y fuego, los primeros se limitan a proponer sus verdades (relativas) con argumentos sin obligar a nadie a compartirlas.
La posición acientífica ha trasladado a leyes prohibitivas esta materia, sin que esté clara la frontera entre lo lícito y lo ilícito, lo que ha llevado en algunos casos a que lo prohibido en un tiempo dejase de serlo más adelante, retrasando así los frutos esperados del progreso.
No deja de ser contradictorio y paradójico que las mismas personas y colectivos que ponen el grito en el cielo respecto a determinadas investigaciones biomédicas, guardan un respetuoso silencio cuando los gobiernos gastan cuantiosos recursos públicos en experimentar nuevos sistemas de armas que aumentan su letalidad.
La sociedad tiene el deber de someter estas cuestiones a un debate los más amplio posible, informado, serio, sereno y objetivo para determinar el posible control de la investigación científica sobre la vida y sus aplicaciones prácticas, de forma que se garantice el cumplimiento de normas éticas elaboradas por consenso a fin de que el progreso material no colisione con el progreso ético, decidiendo la cuestión, no en virtud de creencias religiosas no compartidas por todos, sino en función de que favorezcan la salud y el bienestar que nos acerquen a la meta de la felicidad a la que todos tenemos derecho a aspirar.
A este respecto, la bioética, rama desgajada recientemente de la ética que estudia el comportamiento en relación con la vida., contiene cuatro principios fundamentales a los que deben ajustarse las acciones humanas, y especialmente los actos médicos para ser moralmente aceptables.
El principio de autonomia asegura el derecho del individuo a actuar libre y responsablemente; el de beneficencia expresa el deseo de respetar los legítimos intereses y la voluntad ajenos; el de no maleficencia exige la abstención de acciones o actitudes que perjudiquen a los demás; y el de justicia predica el trato igual a los iguales y el desigual a los desiguales.

lunes, 2 de febrero de 2009

Sobre la vejez

Cumplir siete décadas de vida no se parece en nada a ingresar en el séptimo cielo. Ser septuagenario significa traspasar la línea roja de nuestra existencia y entrar en el último recodo del camino.
Los achaques propios de la vejez se suceden uno tras otro. Las fuerzas se debilitan, la piel se arruga, el pelo y los dientes nos abandonan, el oído pierde agudeza, la vista se cansa, la movilidad se reduce, y todo ello prescindiendo de la aparición de patologías degenerativas incapacitantes como el alzheimer, el parkinson, la osteoporosis, etc., que hacen de la ancianidad un martirio. No en vano, es la edad de los adminículos ortopédicos: prótesis dentales, gafas, audifonos, y tal vez marcapasos y bastón.
Desde el punto de vista laboral, que ha modelado nuestra vida, hemos sido apartados de nuestra actividad habitual que en parte respaldaba nuestro status, y en consecuencia, disminuye la consideración social, y esto, junto con la sensación de no ser útiles, rebaja nuestra autoestima, que a su vez favorece el deterioro de la salud.
Cuando se siente el peso de la edad, uno se da cuenta de que vive con los días contados y que cada año vivido fue un paso que nos acercó al ineluctable final. Por las mismas razones se corre el peligro de convertirse en visitante asiduo de médicos y boticas. En determinadas circunstancias, la situación aun puede empeorar por desavenencias conyugales, o peor aun, si sobreviene la viudez, que puede ser sufrida de forma traumática.
Con este panorama por delante, es fácil que el pesimismo invada nuestro ánimo senil, por lo que la visión del mundo que se adquiere resulta poco risueña. Por otro lado, las costumbre cambian y al anciano las nuevas modas le cogen a contrapié, le dejan fuera de la realidad, y piensa que lo bueno y acertado era lo que él conoció. Aferrado a su pasado, siente el deseo incontenible de contar una y mil veces los sucesos en los que él intervino o de los que fue testigo, actitud que despierta en los jóvenes la reacción de “ya está el abuelo con sus batallitas”
Afectada por estas incidencias, la vejez puede ser melancólica, si le abandona la esperanza de que en la estación crepuscular, el mañana puede reservarnos todavía motivos para seguir viviendo. Lo peor de la senectud es que nunca tiene un final feliz.
Es propio de jóvenes y adultos hacer planes de futuro para desplegar sus fuerzas y materializar sus ilusiones. Los mayores, en cambio, ven más próxima la muerte y por eso no hacen proyectos sino balances de su paso por el mundo.. Es el pretexto de muchas memorias y autobiografías con las que sus autores aspiran a justificarse ante sí mismos y ante los demás,
Echar la vista atrás no es, por lo general, muy satisfactorio porque muchos proyectos se quedaron en eso y las vicisitudes del pasado no fueron resueltas en su momento con el acierto que la perspectiva del tiempo permite juzgar a “posteriori”.
Por ello resulta incomprensible que algunas personas, mayoritariamente políticos, afirmen que no se arrepienten de nada, como si tuvieran el don de la infalibilidad y no hubieran errado nunca, o si su conducta hubiera sido en todo momento un dechado de virtud y perfección.
Además de insatisfactorio, el balance de la vejez es, en palabras del filósofo italiano Norberto Bobbio “algo melancólico ,entendido como la conciencia de lo inacabado, de lo imperfecto, de la desproporción entre los buenos propósitos y las acciones realizadas”.
Nos invade la sensación de que hemos dejado cosas sin hacer, planes sin realizar, errores no rectificados, promesas sin cumplir, tiempo desaprovechado, y todo ello ya fuera de nuestro alcance.
Otro campo permanente de reflexión lo constituye el papel que juegan las contingencias en nuestra vida. Nos preguntamos como habría discurrido si no hubiera caído en nuestras manos aquel libro, si no hubiéramos tenido tales profesores, si hubiéramos escogido otra carrera o profesión , si hubiéramos formado otra pareja, o seguido aquel consejo que desoimos, y caemos en la cuenta de que nuestro destino estuvo hilvanado por el azar, por lo que ocurrió y pudo no haber ocurrido.
Menos reconfortante aun es el sentimiento de remordimiento o vergüenza si en la juventud se hubiera pertenecido, por falta de madurez intelectual a organizaciones violentas o criminales. Tal fue el caso del escritor y premio Nobel de Literatura Gunter Gras, quien confesó con sesenta años de retraso que había ingresado como voluntario a los diecisiete años en las SS y, ocultando este pasado, se erigió en la conciencia ética de su país. Tampoco en España falta testimonios de intelectuales arrepentidos de haber colaborado con el régimen franquista. Es el caso de Dionisio Ridruejo, Pedro Lain Entralgo, Antonio Tovar o Luis Rosales.
Un tema recurrente en las reflexiones de la vejez es el sentido de la vida, esa duda siempre planteada y nunca resuelta. Cuando el hombre fue dueño de su pensamiento, la primera pregunta que debió brotar de su cerebro virgen pudo haber sido ésta: ¿Por qué o para qué estoy aquí?, seguida de otras de este tenor: ¿a quién o a qué debo mi presencia en el mundo?, ¿cuál es mi razón de ser?, ¿qué misión tengo encomendada? De las dos preguntas clásicas ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos? tenemos sendas respuestas de la ciencia: venimos del Big Bang y vamos hacia la muerte térmica si antes no nos autodestruimos.
Todos estos interrogantes expresan otros tantos misterios para los que no se atisban respuestas plausibles pero seguirán brotando de nuestros corazones curiosos y angustiados, porque expresan el drama universal en el que estamos inmersos, no sabemos si como figurantes, como peleles mecidos por el viento o como tripulantes de una nave desarbolada a merced de las tormentas.
Plantearse el sentido de la vida es una apuesta sin sentido puesto que se trata de una búsqueda sin hallazgo posible. Sin embargo, es un tema que nos ocupa y preocupa una y otra vez a lo largo de la vida y con mayor intensidad en el último tramo de la misma. Albert Einstein observó que estamos en la Tierra por una breve visita, sin saber con qué fin y deduce que, si estamos aquí, es para y por los demás. A parecida conclusión llegó el dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmat (1921-1990) al declarar que “la vida solo tiene sentido en la medida en que puede plantearse por personas para personas. El cosmos no tiene sentido. Pero entre los hombres tiene sentido vivir en paz y armonía”.
Al no hallar respuesta filosófica queda la visión de los poetas. José Hierro (1922-1990) escribió un famoso soneto que tituló “Vida” dedicado a Paula Romero en el que expone su opinión al respecto:

Después de todo, todo ha sido nada,
A pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
Supe que todo no era más que nada.
Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”
Grito “¡Nada!” y el eco dice “¡Todo!”.
Ahora sé que la nada lo era todo
Y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada
(Era ilusión lo que creia todo)
y que, en definitiva, era la nada
Que más da que la nada fuera nada
Si más nada será, después de todo
Después de todo para nada

Presentación

Con más de 80 años a sus espaldas, el infatigable Pío Moa (senior) se sube al carro de las nuevas tecnologías para compartir con todos nosotros, a través de este blog, sus experiencias y puntos de vista sobre las numerosas materias y ocupaciones que han atraído y todavía atraen su inquieto espíritu.

Para quien no conozca a Pío, valgan unos breves apuntes biográficos. Nacido en Vigo en 1927, se graduó como profesor mercantil y graduado social con estudios económicos en la Universidad de Madrid. Desempeñó su actividad laboral en la Caja de Ahorros Municipal de Vigo, hoy llamada Caixanova, donde formó parte del equipo directivo, como encargado de la Obra Social. Fue cofundador y presidente de la Union Recreativa de Empleados de la Caja de Ahorros (URECA), de la Asociación de Jubilados y de la Asociación de Amigos del Sahara, así como presidente del Grupo Esperantista Vigués.

Tras esta breve presentación, esperamos que a través de este blog su clarividencia y su verbo ágil aporten un granito de experiencia en un medio (el de internet) donde los conocimientos y las opiniones de nuestros mayores no siempre cuentan con la representatividad que les corresponde.

- El editor