domingo, 27 de mayo de 2012

Competitividad y cooperación


    El 15 de mayo de 2012, la 2 de TVE emitió la película “Arcadia”, dirigida por Costa Gavras con un tema característico de su filmografía que es la denuncia social. En este caso el argumento del paro y sus devastadores efectos, situación en la que se encuentran 26 millones de personas en la UE, de los que 5,5 millones son españoles.
    El protagonista del filme es un ejecutivo, casado y con dos hijos que por deslocalización de su empresa pierde el empleo y ve como pasan los meses  sin hallar otro. A medida que se van frustrando sus propósitos se incrementan los efectos  deletéreos: ocultación  de sus fracasos en el hogar, deterioro de la situación económica de la familia, aislamiento, pérdida de la autoestima… hasta que se apodera de él la rabia y desesperación y su mente perturbada atribuye la culpa de sus males a quienes le despidieron y a cuantos optaron como él al mismo puesto. Y al considerar a todos como enemigos personales, decide deshacerse de ellos. El supuesto está llevado al extremo para hacernos ver el estado de ánimo a que conduce la carencia de trabajo y  salario,

    La proyección de la película fue seguida de coloquio en el que intervinieron, además de la moderadora, la sicóloga Laura Fernández y el economista Francisco Álvarez. La primera propuso variadas formas de conducta positiva para que los desempleados no sucumban a la depresión y exploren nuevos caminos de búsqueda y autorrealización, incluido el autoempleo. Por su parte, el economista, experto conocedor de  la situación económica y social europea, hizo hincapié en los aspectos más negativos del modelo económico que nos hemos dado, basado en la competitividad, que tantos perdedores deja en la cuneta, en lugar de la cooperación que realza el esfuerzo común y ennoblece la condición humana. El modelo es el capitalismo que solamente contempla a las personas como factores de producción y consumo y no como seres vulnerables con necesidades y sentimientos.
    El modelo se basa en la producción de bienes, muchas veces superfluos, con obsolescencia programada, en despertar la sed consumista, todo por el afán desmedido  de obtener beneficios aun a riesgo de arruinar a los competidores y destruir el medio ambiente. Sus efectos nocivos conllevan la desigualdad social y la explotación de los trabajadores, y como culminación el desorden, la aparición recurrente de crisis sin culpables aunque sean identificables. La evidencia de estos fallos no impide reconocer que no se ha inventado hasta ahora otro más perfecto que pueda sustituirlo. La forma en que se ha implantado el marxismo ha dejado una sensación de fracaso por la igualación en el nivel más bajo, y sobre todo por la supresión de las libertades individuales, si bien es un hecho que los postulados ideológicos se pervirtieron en la práctica, algo similar a la diferencia que se observa entre los principios evangélicos y como los viven los cristianos. El capitalismo triunfa en la producción y fracasa en la distribución, en tanto que el socialismo acierta en la distribución y falla en la cantidad y calidad de la producción. Esperemos que en un próximo futuro tenga éxito la síntesis  de ambos sistemas. Curiosamente, evangelio y marxismo son obra de dos judíos.
    En definitiva, el mayor o menor énfasis en cooperación y competencia marcan la diferencia entre socialismo y capitalismo. El respeto irrestricto a la iniciativa privada, la reivindicación de pagar los mínimos impuestos posibles, y retribuir a cada uno según lo que produzca son atributos del neoliberalismo que personifica el capitalismo. Por su parte, los principios teóricos socialistas son la distribución equitativa de la renta, mediante leyes fiscales justas y progresivas, someter los intereses privados al bienestar general y retribuir a las personas en función de sus necesidades. Es evidente que, respetando las reglas de la competencia, necesitamos reforzar la cooperación para que el mundo no descarrile.

domingo, 20 de mayo de 2012

Todos podemos ayudar


  Recientemente tuve ocasión de asistir a una conferencia impartida a jubilados por J. Jornet, presidenta del Banco Alimentar, una entidad portuguesa sin ánimo de lucro que recoge cada día 40.000 kilos de alimentos de donativos de los centros comerciales para su distribución entre los pobres.

   La conferenciante reivindicó el papel que desempeñan los mayores en la sociedad actual, muchos de los cuales, en España como en Portugal comparten su pensión de jubilación con sus hijos y nietos, muchas  veces en paro, como forma solidaria de superar los efectos de la crisis, y elogió su disposición a hacer llegar a los jóvenes y no tan jóvenes su experiencia para insuflarles  un  aire refrescante de optimismo tan alejado del catastrofismo como de la euforia, que ayude a soportar los agobios y apremios del presente.

    Los abuelos están en condiciones de dar lecciones de austeridad y humildad que forman parte de su pasado, por haber conocido y practicado ambas cualidades a lo largo de sus vidas que les ayudaron a sobrevivir a las trágicas consecuencias de la Guerra Civil, agravadas posteriormente por la Segunda Guerra Mundial por más que los españoles no hubiéramos participado directamente en ella, lo que no nos libró de sufrir privaciones. Pasamos del “I Año Triunfal, “II Año Triunfal” y “III Año Triunfal” al “Año de la Victoria”.

    En aquellos malhadados tiempos de guerra y posguerra las dificultades se multiplicaban. Sobre la pobreza general del país antes de la contienda sobrevino el vendaval de la guerra fratricida que se prolongó a lo largo de tres interminables años en los que cientos de miles de personas perdieron su vida, y cuando se silenciaron las armas, otros muchos españoles se habían exiliado o permanecían recluidos en campos de concentración, y sobre este panorama aterrador planeaba la fractura social que dividía a la patria común entre vencedores y vencidos.
    Entonces no había televisión, ni Internet, ni móviles, ni siquiera cine en color para aliviar las penas, e  incluso la luz eléctrica sufría frecuentes apagones, y lo que era peor, el racionamiento desde alimentos a tabaco. Hubo que agarrarse a la vida para no dimitir. Y por supuesto, nadie se planteaba ir de vacaciones, comprar coche o adquirir una segunda vivienda que ahora nos parece normal. Bien al contrario, preocupaciones más acuciantes dominaban nuestro existir. Mientras en las ciudades se formaban largas colas a horas intempestivas para conseguir pan en cantidad limitada, que podía ser de centeno, cebada e incluso de algarroba, porque el de trigo era privilegio de unos pocos, el racionamiento de alimentos y tabaco que se mantuvo hasta 1953, en las aldeas de Galicia, donde, por cierto, vivía mucha más gente que ahora, se cocía el pan de maíz para una semana, y en la “lareira” se hacía la “bica”, una especie de torta de dicho cereal.

    Quienes aun respiramos somos supervivientes de las más adversas circunstancias y también somos testigos del increíble cambio de las condiciones de vida que disfrutamos últimamente hasta el 2009 en que se desencadenó la maldita crisis.
   
    La enseñanza que puede extraerse de tan profundas transformaciones es que nada hay perfecto ni permanente, que la vida es tremendamente tenaz y que los tiempos de abundancia tienen aspectos ingratos, van acompañados de desigualdad social y contienen el germen de los cambios a peor en un proceso recurrente de vacas gordas a vacas flacas y viceversa. Aun cuando lo malo es susceptible de empeorar, normalmente, del túnel se termina saliendo a la luz, como de la enfermedad se sale a la salud, reflexión que debe estimularnos para conservar la esperanza en los momentos de desazón.
    Los que hemos pasado por tres generaciones carecíamos de muchos bienes y comodidades que hoy nos parecen normales cuando no indispensables para una vida digna, pero no sufríamos apetencias desordenadas, estrés, tensiones y depresiones a que nos conduce la publicidad. la fiebre de poseer lo deseable aunque no esté a nuestro alcance, que a menudo dista mucho de  ser tan necesario para el auténtico bienestar como nos hace creer la publicidad empeñada en que el comprar  sea un  hábito  irrefrenable. Como alguien ha dicho, con razón, no es más rico quien más bienes posee sino quien menos necesidades tiene.
    Reflexionar sobre el pasado nos enseña a comprender el presente y puede ayudar a los jóvenes a buscar el lado bueno de las cosas, a sacar fuerzas de flaqueza para encarar el futuro con una dosis de optimismo sin dejar por ello de prepararse con esfuerzo, creatividad y tesón. La comunicación entre distintas generaciones permitirá fecundar la alianza de la experiencia con el impulso  juvenil. Todos podemos mejorar nuestro mundo para hacerlo más habitable.

martes, 15 de mayo de 2012

El mito de la igualdad ante la ley


   La Constitución reconoce y garantiza la igualdad de todos los españoles ante la ley. Tan elevado respaldo legal hace suponer a los ciudadanos que pueden estar seguros de que el principio se cumple a rajatabla. Sin embargo, quienes así piensan cometen pecado de ingenuidad, como se encarga de demostrar la realidad cotidiana.
    Comenzaré por referirme al diferente tratamiento que la justicia reserva a pobres y ricos. Supongamos el caso de dos personas acusadas de sendos delitos graves. Una, carente de medios económicos, defendida por abogado de oficio ingresa en prisión preventiva, pudiendo permanecer ella cuatro años, el plazo máximo de celebración del juicio en el que puede ser declarado inocente. La otra persona, de familia adinerada, asistida por un afamado letrado especializado en el tratamiento judicial de delitos similares al supuestamente cometido por su defendido, sustituye la reclusión por el pago de una fianza que recuperaría si fuese absuelto.
    En general, se admite que todos debemos hacer frente  a nuestras responsabilidades, mas las excepciones son abundantes. Mientras los profesionales pueden ser denunciados, juzgados y castigados con penas de inhabilitación, multa o prisión por un mal desempeño de su actividad, a otros individuos causantes de graves perjuicios a mucha gente, e incluso al país entero, no son objeto de penalización alguna.
    Cuando a un ingeniero se le cae un  puente, a un arquitecto un edificio, o que un médico hace un diagnóstico equivocado o que un cirujano realiza una operación defectuosa, pueden pagar las consecuencias y hasta dar con sus huesos en la cárcel.
    En lacerante contraste, altos cargos públicos que incumplen su deber (por ejemplo, el gobernador del Banco de España), gobernantes que adoptan medidas claramente  erróneas e injustas, (así la construcción de aeropuertos sin aviones, autovías sin coches) o corporaciones locales que otorgan licencias de obras ilegales, y finalmente, gestores  de entidades financieras a las que llevan al borde de la quiebra, todos quedan exentos de culpa y, o bien continúan desempeñando los mismos cargos, o bien se van con la bolsa llena para, como previsores que fueron, disfrutar de indemnizaciones millonarias que se autoadjudicaron oportunamente para el caso de que fueran despedidos. De modo que a disfrutar de prejubilaciones doradas y que los bancos y cajas que dirigieron, que llamen a las puertas del Estado para que les saque de la ruina. El caso de Bankia que colea en estos días, clama al cielo.
    Todos estos casos prueban hasta la saciedad que lo de la igualdad ante la ley es un mito que, como es sabido, etimológicamente significa fábula. Para los privilegiados, eso de que el la hace la paga no reza con ellos.

lunes, 7 de mayo de 2012

Errores y horrores de la banca


    En los medios de comunicación es tema recurrente el de la relación existente entre la ética y el comportamiento de las empresas, especialmente tratándose de entidades financieras.
    El “modus operandi” de estas últimas merece todos los reproches  de que son objeto desde el punto de vista moral. Su único objetivo es multiplicar el dinero en provecho propio y lograr que los beneficios de un año superen en dos dígitos los de anterior. Como medios a su disposición, los directivos movilizan  el máximo de recursos ajenos y los invierten de la forma más productiva. Aunque los principios básicos  de la colocación de fondos son la seguridad, la rentabilidad y la liquidez, lo cierto es que con excesiva frecuencia sacrifican el primero de ellos e invierten en operaciones de alto riesgo, se ofrecen múltiples formas de recibir el dinero de los ahorradores seducidos por las ganancias que se espera obtener. Como la clave está en manejar grandes cantidades de efectivo se ofrecen múltiples  modalidades  de recibir el dinero de los ahorradores, además de los clásicos depósitos a la vista y a plazo sin adecuada información de los riesgos que comportan, como estamos viendo respecto de las participaciones preferentes, que la verdad es que de preferentes tiene poco. A costa de una teórica rentabilidad elevada, en la información se pasó por alto que aquélla sólo sería real si el banco obtuviera beneficios y que el plazo de la inversión era indefinido, o mejor dicho, que no vencía nunca.
    Para redondear los beneficios empresariales se inventan pretextos para el pago de comisiones, destacando entre ellos los conceptos de administración y mantenimiento aunque no tengan movimiento, lo que en las pequeñas cuentas puede significar la confiscación del saldo mientras se condonan a los grandes clientes.
    Como un servicio bancario sano es esencial para el buen funcionamiento del sistema económico, la ley encomienda al Banco de España la regulación y  supervisión  de las entidades financieras, facultades que evidentemente  no ejerció en su plenitud como prueba la apurada situación en que se encuentra la casi totalidad de ellas, fundamentalmente por haberse endeudado en exceso en los mercados internacionales para poder conceder créditos a la inversión inmobiliaria hasta que estalló la burbuja.
    Como la posible quiebra del sistema bancario sería una catástrofe nacional, el Estado se ve obligado a acudir en socorro de los bancos y cajas de ahorro en apuros, que siempre fueron fervientes defensores de la iniciativa privada y de la libertad de empresa. Como contraste, el Estado
se desentiende de las familias que por estar con el agua al cuello se ven forzados a entregar sus viviendas al banco, a pesar de lo cual, éste les reclama la deuda pendiente, originada por la defectuosa tasación que hizo en su día para aumentar la cuantía del préstamo. Tengo ciertas dudas de si el préstamo público a los particulares de las cuotas de, por ejemplo dos anualidades sería más eficaz para combatir la crisis, pero no tengo ninguna de que sería más justa y equitativa.
    Es indudable que la gestión de los bancos y cajas ha sido manifiestamente mejorable y que esta ineficiencia es causa de que la crisis económica desatada en Estados Unidos adquiriese la profundidad que registra en nuestro país.
    Lo que más indigna a la ciudadanía es que muchos de los directivos continúan en sus puestos y quienes los han dejado no rindieron cuentas de sus discutibles actuaciones, sino que se retiraron con pensiones de fábula y en no pocos casos, cobrando los blindajes que se autoconcedieron.
    Cuando un profesional incurre en actuaciones erróneas o negligentes son condenados a inhabilitación, multa o cárcel según los casos, y en cambio los ejecutivos que han llevado a la ruina de las empresas quedan impunes. Es un buen ejemplo de cuan falaz es la afirmación de que todos somos iguales ante la ley.

viernes, 4 de mayo de 2012

Sacrificios mal repartidos


    Por arte de birlibirloque nos encontramos inmersos en una profunda crisis económica  que socava los fundamentos de nuestra convivencia y cuya salida desorienta a los políticos y divide a los economistas, apostando unos por imponer recortes a ultranza en el gasto público y sosteniendo otros que la salida pasa por la adopción de estímulos que favorezcan el crecimiento.
    En el caso de España, el gobierno surgido de las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, sometido a la presión de la Comisión Europea, el gobierno alemán y los temibles “mercados”, se siente forzado a optar por la primera solución con lo cual nos vemos metidos de hoz y coz  en un proceso de austeridad presupuestaria que para la mayoría de los ciudadanos significa vivir en la pobreza, incrementar el paro, apretarse al máximo el cinturón, y en definitiva, someterse a una cura de caballo sin  plazo de vigencia, para cumplir así el “diktat” de la señora Merkel y la especulación de los mercados que encarece el pago de la deuda y empeora las dimensiones del problema.
    Ante la gravedad de la situación, Rajoy toca a rebato y compromete a todos a asumir de buen grado las reformas impopulares que implementa para vencer la amenaza que pende sobre España de ser rescatada, con las ominosas consecuencias que ello comporta, según comprueban en sus propias carnes Grecia, Irlanda y Portugal.
    Que nos encontramos en un peligroso aprieto es evidente y que superarlo con éxito beneficiaría a todos. Es, por tanto, un problema nacional.
    Para que todos podamos sentirnos concernidos y aportemos cada uno nuestro grano de arena, es preciso que los sacrificios compartidos sean equitativos, de forma que no caiga el peso de la crisis sobre los hombros de quienes son más vulnerables, los cuales a pesar de no haber tenido arte ni parte en el desastre, se ven y se desean para llegar a fin  de mes.
    Lamentablemente, la equidad es la principal asignatura pendiente de nuestro sistema  político, económico y fiscal. Esta insolidaria característica tuve ocasión de verla  reflejada en dos noticias recientes. En un periódico nacional del 31 de marzo pasado, en la misma página aparecen una información que daba cuenta de que en 2011 habían sido desahuciadas 58.200 familias, y a su lado otra reveladora de que “los cinco directivos mejor pagados ganan 62,7 millones”, y detallaba los beneficiarios de tan suculentas remuneraciones. Y sin traer a colación las desmedidas ganancias de las mayores fortunas del país, destacan las ayudas a los bancos y las facilidades y moratorias concedidas para que los equipos de futbol liquiden sus increíbles deudas a Hacienda y a la Seguridad Social hasta el año 2020.
    Si estamos ante una situación de emergencia, lo coherente es combatirla con medidas excepcionales sin perder la proporcionalidad entre las exacciones que se exigen a los contribuyentes y sus ingresos. A este respecto recuerdo que tras nuestra Guerra Civil se impuso una contribución especial sobre beneficios extraordinarios (que sigue habiéndolos) que duró, si mal no recuerdo,  hasta 1948.
    Paradójicamente,  el gobierno del PP en su reunión del 30 de marzo pasado acordó conceder una amnistía fiscal a los evasores de impuestos que ocultaron sus capitales en paraísos fiscales para ponerlos a buen recaudo de Hacienda y decidan retornarlos, pagando una tasa del 10%.
    Tal tratamiento fiscal privilegiado es totalmente injusto y un agravio a quienes pagan sus impuestos religiosamente sin rechistar. Son hechos que desmienten el conocido eslogan de que Hacienda somos todos.