lunes, 27 de mayo de 2013

La quema de los montes



   A medida que transcurre la primavera nos acercamos a la aparición de la plaga de los incendios forestales que cada año devasta nuestros montes, provoca una enorme destrucción de riqueza y ocasiona un grave deterioro medioambiental. Y lo que es peor, se lleva por delante víctimas humanas dedicadas a combatir el fuego.
    A la vista de los escasos medios puestos en juego, diríase que las Administraciones públicas son incapaces de valorar en su exacta dimensión el daño que el patrimonio nacional sufre cada estío. Solo ese fallo explicaría la ausencia de medidas eficaces para defender y preservar el bosque cuya formación y conservación no es un don gratuito de la naturaleza. Bien al contrario,  exige cuidados permanentes que lo defiendan de los múltiples peligros que lo amenazan, unos naturales y otros -los más- causados por la actividad humana y aun por la irracional actitud de algunos pirómanos.
    Aparte de combatir las plagas a las que los árboles están expuestos, es necesario que durante el invierno y la primavera se realicen trabajos constantes de desbrozado y limpieza, se abran y mantengan libres de vegetación cortafuegos y caminos de acceso que dificulten la propagación de las llamas. No basta con que se organicen en verano cuadrillas más o menos entrenadas y se cuente con otros medios de lucha contra incendios. Aquí, como en medicina, es mejor prevenir que curar. Mantener limpios los montes es tan indispensable que los propietarios particulares y las Comunidades de Montes que no cumplan esta obligación –independientemente de las ayudas  oficiales que puedan recibir- incurrirían en sanción administrativa, e incluso en motivo de expropiación, previa la promulgación de la legislación correspondiente. Cabría organizar, además, el aprovechamiento de la broza extraída como biomasa para la producción de energía eléctrica. Esta medida permitiría crear puestos de trabajo y las brigadas contraincendios podrían tener ocupación todo el año. No debe olvidarse que la victoria contra el fuego se consigue con la previsión acordada en invierno.
    Sería deseable que los dueños de montes y la sociedad en general se concienciasen de que el bosque es un bien económico de extraordinario valor y utilidad social que no brota espontáneamente ni rinde frutos de forma gratuita. Nuestros agricultores están acostumbrados a obtener ingresos por la venta de madera sin coste alguno, mas esto, que fue posible en otros tiempos, ya no lo es actualmente.
    A las Administraciones por su parte es exigible un plan integral que abarque desde la repoblación con especies adecuadas, la lucha contra las plagas y la prevención y extinción de incendios, determinando la parte que   en el plan se asigna a la Xunta, los Ayuntamientos, las Comunidades de Montes y los particulares.
    Solo así, con la colaboración de todos, podremos conseguir que los incendios forestales dejen de ser noticia repetida cada verano y obtener los beneficios de todo tipo que proporcionan las masas forestales, influyentes en el clima y en el aspecto estético del arbolado. La estampa de los montes gallegos en otoño impresiona por su extraordinario cromatismo. Sobre el verde dominante de los pinares, destacan manchas de colores vivos que van del ocre al amarillo pasando por el cárdeno de las especies caducifolias (robles, hayas, castaños) que se adornan con sus galas más vistosas antes de que el aquilón desnude sus ramas y disemine sus hojas. En ocasiones, este paisaje multicolor se refleja en la superficie de un embalse, resaltando la incomparable belleza del conjunto.

domingo, 12 de mayo de 2013

Recetas anticrisis



Si como suele admitirse, las crisis económicas como la que actualmente padecemos, son patologías que alteran y distorsionan el funcionamiento del sistema económico, hemos de aceptar que para superarlas hemos de aplicar métodos adecuados que permitan pasar de la depresión al optimismo razonable. Al igual que ocurre con las enfermedades humanas, la curación de las económicas puede intentarse con distintos remedios y el éxito dependerá del acierto en la elección.
    Así como el médico puede elegir el tratamiento entre la homeopatía y la cirugía, según el diagnóstico, el político escogerá las medidas que estime más ajustadas a su ideología. De aquí arrancan las líneas generales de la política anticíclica que respondan a sus convicciones o intereses. La diferencia está en quien debe soportar los costes de las reformas inevitables, si los deben pagar los pocos que tienen mucho o los muchos que tienen poco. De la elección dependerá que aumente o disminuya la desigualdad social.
    Las medidas de política económicas implementadas por el gobierno socialista primero y acentuadas después por el del PP, no solo son  antisociales sino que resultan ineficaces, lo cual explica el descrédito de  ambas formaciones como evidencian las sucesivas encuestas de opinión. Y no vale acusar a Alemania de ser la causa de nuestros males, pues si como un mal galeno prescribe dosis excesivas de austeridad, también recomienda la implantación de reformas que, o brillan por su ausencia o adolecen de un marcado sesgo ideológico neoliberal que la experiencia muestra ineficaces a la vez que gravemente lesivas para la mayoría de la población.
    La alternativa de izquierda se propone alcanzar dos objetivos simultáneos: reducción del gasto improductivo y aumento de los ingresos públicos. El logro del primer objetivo implicaría la reforma de la Administración, el recorte de cargos políticos y asesores, la disminución del gasto corriente, la simplificación de trámites administrativos, revisión de puestos de trabajo en el extranjero, reducción o supresión de televisiones autonómicas y representaciones extranjeras, entre otras medidas de política económica.
    En materia de ingresos públicos, la clave de arco es una profunda reforma fiscal progresiva que grave por igual las rentas del trabajo y las del capital y haga hincapié en los impuestos directos sobre los indirectos ya que estos últimos restringen el consumo e impulsan la inflación. A ello habría que añadir la intensificación de la lucha contra el fraude en las mayores empresas y las grandes fortunas en donde se oculta el 70% de la evasión, de importe suficiente para eliminar el déficit del Estado.
    Como gesto de solidaridad con los más débiles, sería deseable que los cargos políticos se rebajasen, con carácter temporal, sus sueldos y gastos de representación, así como los sueldos máximos de los directivos bancarios y de las grandes sociedades, con especial mención de los que prestan sus servicios en los bancos que han devenido propiedad del Estado recortando estos por debajo de los autorizados en la actualidad.
    Dado que padecemos una dura crisis de demanda por la maltrecha capacidad adquisitiva que deprime el consumo, debería anularse la última subida del IVA y aumentar las subvenciones a entidades sin ánimo de lucro tipo Banco de Alimentos, Caritas o Cruz Roja para que puedan satisfacer las necesidades más apremiantes de quienes han caído en la pobreza.
    Una de las medidas más urgentes para estimular el crecimiento es la de facilitar la concesión de crédito a las familias, empresas y emprendedores. A tal fin, los bancos nacionalizados deberían recibir del Instituto de Crédito Oficial (ICO) fondos públicos para atender la demanda solvente.
    En definitiva, hay que arbitrar medidas que tras la salida de la crisis conduzcan a una aminoración de la desigualdad social y que el 10% de la población no sea más rica y el 80% más pobre. Hay alternativas en contra de lo que sostienen los economistas conservadores.

lunes, 6 de mayo de 2013

Memoria de África



    El continente africano, considerado la cuna de la humanidad, vive una situación caótica y dramática que viene de atrás, sin que, desgraciadamente, presente signos de mejoría ni se vea la luz al final del túnel.
    En distinto grado según los países, porque existen muchas Africas, pero con características comunes, afectan a la mayoría las plagas naturales y las sociales. Entre las primeras están las graves sequías seguidas de inundaciones, la desertización, la langosta, a las que se suman enfermedades endémicas como el paludismo, la tuberculosis y el sida. Tan endémica como estas patologías es la inestabilidad política, donde proliferan las dictaduras que dan origen a frecuentas golpes de Estado y a la existencia de milicias, guerrillas y grupos armados a los que ha venido a sumarse el terrorismo de Al Qaeda. En conjunto, el respeto a los derechos humanos deja mucho que desear. El resultado de estas desgracias es la pobreza que se manifiesta en un bajo nivel sanitario y la corta esperanza de vida.
    El signo de más vitalidad, que paradójicamente se convierte en fuente de problemas, es la desbordante natalidad que convierte al continente el segundo más poblado, después de Asia.
    Las únicas regiones con una relativa estabilidad política y mayor tasa de desarrollo económico están en los extremos norte y sur. Al norte del Sahara la población es mayoritariamente árabe y religión musulmana, si bien el desarrollo de la llamada “`primavera árabe” no ha significado la paz social. Al sur del desierto de Kalahari la nación más importante es la Unión Sudafricana, patria del admirado Nelson Mandela.
    Sin ánimo de generalizar porque sería injusto, la situación es crítica y en muchos casos, tiende a empeorar. Somalia, Nigeria, Liberia, Sierra Leona, Zimbabue, Sudan, son algunos de los nombres que aparecen con más frecuencia en los medios de comunicación asociados a situaciones de violencia o cambios de gobierno por actos de fuerza. La democracia como forma de gobierno no ha arraigado en África. La consecuencia es la aparición de algunos Estados fallidos.
    La actitud de los países desarrollados en África es dual y poco ejemplar. Por un lado expolian los tesoros minerales (oro, hierro, cobre, coltan, diamantes) con la connivencia de gobiernos corruptos; por otro, envían misioneros y ONG y alimentos en situaciones de emergencia que hunden la producción autóctona y se olvidan después de lo que allí ocurre. Estas ayudas a fondo perdido tienden a convertir a los beneficiarios en pedigüeños. Otras veces se les venden alimentos básicos como trigo, arroz y maíz con precios subvencionados con los que no pueden competir los productores indígenas y refuerzan la situación de dependencia. Y lo que es peor, se les venden armas a los gobiernos y a los grupos disidentes que favorecen la anarquía.
 Últimamente China ha intensificado sus relaciones comerciales con diversos países para comprarles materias primas a cambio de obras de infraestructura. También compran grandes extensiones de terreno agrícola para abastecer de alimentos a la población china.
    La historia de la relación de Europa y África es la muestra de un desencuentro permanente en la que el segundo continente llevó la peor parte. Primero estuvo marcada por la cruel e inhumana captura de esclavos a la que siguió la colonización que llevó a la explotación del territorio y de los africanos. Después, a partir de 1960 se desarrolló el proceso de independencia de forma atropellada y sin ninguna preparación o reparación previa que asegurase la viabilidad de los nuevos Estados cuyas fronteras fueron trazadas con regla y cartabón sin respetar la homogeneidad étnica.
    El resultado inevitable fueron las luchas tribales, la inestabilidad política y las dictaduras. La independencia supuso el salto de la Edad Media a la modernidad que para muchos pueblos significó  pasar de la explotación colonial  a dictaduras o gobiernos corruptos al servicio de multinacionales sin atender a la creación de servicios públicos eficientes de sanidad y educación ni reformas que propicien el progreso económico y social. Para muchos países la democracia fue un sueño imposible porque no prospera con saltos en el vacío.
    La situación se tornó más compleja porque los gobernantes indígenas se toman en serio el principio de la soberanía nacional para rechazar cualquier intento de asesoramiento o de ayuda condicionada, so pretexto de injerencia en sus asuntos internos.
    Un ejemplo reciente muestra la problemática coexistencia de las normas del derecho internacional con las mentalidades de muchos líderes africanos. Me refiero a Kenia, un Estado relativamente bien asentado y occidentalizado.
    Desde el pasado 9 de abril ejerce la jefatura del Estado como cuarto presidente de la República Uhuru (que en suajili significa “libertad”) Kenyatta, de 52 años, hijo de Jomo Kenyatta, padre de la independencia, miembro de la tribu kikuyu, la más numerosa de las 71 que conviven en el país, la cual gobierna desde hace cuarenta años. Este político fue elegido en las elecciones del 4 de marzo, desarrolladas pacíficamente, pero no así las de 2007 donde la violencia étnica provocó 1.300 muertos, de los que el Tribunal Penal Internacional responsabilizó, entre otros, a Uhuru Kenyatta, el cual debería ser procesado en La Haya, pero ello no fue obstáculo para el éxito de su campaña electoral, de modo que el verdadero perdedor fue el TPI que ya no podrá juzgarle. El candidato derrotado fue Raila Odinga, de 68 años, ingeniero por la Universidad de Leipzig (Alemania), millonario e hijo del que fue primer vicepresidente. El TPI no parece ofrecer mucha confianza al electorado keniano.
    Por más difíciles que sean las condiciones de vida en África, la comunidad internacional no puede arrojar la toalla, tanto por razones de justicia y solidaridad como por conveniencia propia, pues no en vano la globalización ha transformado los problemas locales en internacionales que nos afectan a todos como pone de relieve la emigración descontrolada a los países europeos a la búsqueda de un futuro que les niegan sus países de origen. Esta huida en condiciones harto penosas constituye un problema de difícil gestión.
    Occidente debe racionalizar su ayuda y asesoramiento, procurando corresponsabilizar a los socios y fomentar las relaciones tanto mutuas en condiciones justas como también las internacionales interafricanas, de modo que la Unión Africana fundada en 2002 cumpla sus objetivos y despierte la esperanza de un mejor porvenir. La colaboración debería intensificarse en materia de educación y sanidad así como en el combate de las enfermedades endémicas y en la mejora de los métodos de cultivo, respetando las tradiciones indígenas. Los beneficiarios por su parte deberían dar seguridad jurídica a las inversiones económicas.
    De la incorporación de África al mundo de la convivencia pacífica, el progreso y la justicia social saldríamos todos beneficiados. El éxito estaría asegurado si ambas partes trabajaran con horizontes planetarios. Hay mucho que mejorar para que no ocurra como ahora en que 30 millones de kilómetros cuadrados y cerca de 1.000 millones de habitantes produzcan algo menos que 360.000 kilómetros cuadrados y 80 millones de alemanes.