lunes, 18 de enero de 2010

Políticos y sociedad

Con excesiva frecuencia, los políticos se convierten en piedra de escándalo cotidiana, al punto de ser considerados como el tercer problema nacional según el barómetro de noviembre 2009 de Investigaciones Sociológicas.
Son motivo de escándalo y de condena los episodios de corrupción, la despreocupación de los verdaderos problemas del país, la falta de unidad con el gobierno en situaciones de grave crisis como la que padecemos, el anteponer los intereses propios o del partido a los del bienestar general y su falta de honestidad al refutar las acusaciones contra ellos con el manido argumento de “vosotros más”.
Con su comportamiento se hacen acreedores de la desconfianza, la desafección y el desprecio, aplicándoseles, cuando son imputados por la justicia, la presunción de culpabilidad en lugar de la presunción de inocencia como prescribe la Constitución.
Es impropio, sin embargo, extender el descrédito a todos porque las generalizaciones son injustas, y aviados estaríamos si no hubiera excepciones a la regla.
También es injusto que los ciudadanos se erijan en jueces. Los políticos no son seres extraterrestres sino que forman parte de la sociedad, y en democracia son elegidos por los votantes que se supone habrán visto en ellos méritos merecedores de confianza por lo que los primeros habrían incurrido en la figura de juez y parte. Esta responsabilidad se acentúa cuando los candidatos son reelegidos estando acusados de corrupción.
Esta reflexión nos lleva a la conclusión de que la sociedad es tan corrupta como los políticos que la gobiernan, lo que tampoco nos debería inducir a pasar por alto los fallos de éstos, pero sí a hacer autocrítica y propugnar mecanismos para dotarnos de elementos de juicio con que elegir con más acierto a nuestros representantes, así como usar con más rigor los instrumentos que la democracia ofrece para controlar a quienes detentan el poder que les confieren nuestros sufragios.
Desgraciadamente, vivimos en una sociedad imperfecta porque imperfectos somos los humanos. ¿Qué puede decirse sino, por ejemplo, de los ciudadanos que aplauden a rabiar a políticos cuando son detenidos por corruptos y que tras la expiación de sus condenas son reelegidos? ¿Qué concepto merecen unos medios de comunicación que dan voz y presencia a delincuentes convictos condenados por sentencia firma pagando elevadas sumas por exponer en público sus latrocinios?
Como la laxa moral no es exclusiva de nuestra sociedad, he aquí una noticia del 9 de diciembre ubicada lejos de nuestras fronteras: a punto de cumplir su condena como autor del atentado del que fue víctima Juan Pablo II, Ali Abca, los medios audiovisuales se disputan una entrevista con él por la que le ofrecieron 1.300.000 euros a pesar de que, probablemente, sus declaraciones poco nuevo aportarán después de lo ya publicado al respecto. Que un asesino pueda obtener tan extraordinaria recompensa por hablar de su crimen, deja en mal lugar el sentido ético de quienes gestionan esos medios de comunicación y no quedan mejor quienes los propician económicamente con su malsana curiosidad, ya que los gestores contarían con una elevada audiencia.
Los partidos políticos son parte del problema de la corrupción por no controlar a sus militantes en cargos públicos a todos los niveles, porque nadie mejor que ellos debe conocer sus sospechosos incrementos de patrimonio y los “pelotazos” que se fraguan en los ayuntamientos y las comisiones que se cruzan en las contratas. La realidad es que en no pocos casos son cómplices activos de las extorsiones, por cuanto se sirven de ellas para incrementar sus ingresos con que financiar sus insaciables gastos. En tanto los partidos no muestren mejor disposición ética, el problema de la corrupción pública tendrá difícil arreglo.