sábado, 29 de octubre de 2011

Olendorf y la política

Ahora que estamos a punto de comenzar la campaña electora del 20N es pertinente observar el comportamiento de los políticos en su papel de candidatos.
Los medios de comunicación suelen ofrecer espacios en los que el entrevistador formula preguntas concretas sobre el programa con que se presenta su partido para dar a conocer a la audiencia su contenido, pero el resultado suele ser desilusionante porque el interesado va prevenido para declarar lo que le interesa decir, vaya por donde vaya el periodista. La clave consiste en tener presente el método Olendorf.
El nombre proviene de un profesor de idiomas así llamado, el cual entendía que la mejor forma de aprender un idioma extranjero consistía en que el alumno respondiera sin sujeción al tema planteado. Por ejemplo, ¿usted como se llama? Ayer hizo muy mal tiempo. Es más o menos, lo que llamamos irse por los cerros de Úbeda, o salirse por la tangente.

El político de turno acude a la entrevista con el método bien aprendido y elude las respuestas incómodas. Como no quedaría bien visto si responde con el silencio porque el que calla otorga, aprovecha la ocasión para exponer el argumentario de su partido, venga o no venga a cuento, y de paso, para rematar la faena, incluye un ataque apenas velado a sus adversarios.

Un supuesto ejemplo de la aplicación del método Olendorf al discurso político podría ser el siguiente: un ministro o ministra (igual da) acude a una emisora de radio y el locutor le pregunta por cierta disidencia en el seno de su partido, a lo que contesta que esos son cosas del pasado, que ahora está más unido que nunca, que donde la contestación interna existe y es fuerte es en el partido opuesto.

A continuación el interrogatorio versa sobre determinadas acusaciones de corrupción a uno de sus conmilitones. La respuesta, como no podía ser menos, es que se trata de infundios difundidos por medios opuestos a su ideología. Si es un supuesto corrupto, hay que respetar la presunción de inocencia, no como hacen los políticos de otros partidos.
Si, por decisión propia o por efecto de la presión ejercida sobre el sospechoso, éste hubiese dimitido, hay que elogiarle y presentar el caso como muestra de la transparencia y justicia que distingue a su partido, bien distinto de como se comportan otras fuerzas políticas.
Similares procedimientos de autodefensa y ataque al adversario bajo el método Olendorf, son habituales en el debate parlamentario, de modo que cualquier observador puede prever lo que dirán los intervinientes afectados, privando sus intervenciones del interés y la importancia que deberían tener.
De todo esto se colige la poca o nula credibilidad que merecen las declaraciones de los políticos, los cuales huyen de la objetividad, la transparencia y el rigor como el diablo de la cruz.

¿Tiene que ajustarse el noble ejercicio de la política al maligno ejercicio de este paradigma? Indudablemente, no, pero para que esto cambiase sería preciso que los ciudadanos fueran más exigentes a la hora de seleccionar a los candidatos con criterios de competencia y honestidad. Todos podemos cambiar el mundo, comenzando por nosotros mismos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Expectativas de gobierno

Que España vive inmersa en un a crisis profunda comparable a la que en 1929 sumió al mundo en la Gran Depresión, a nadie se le escapa, entre otras razones, porque cada día que pasa se hacen más sensibles y dolorosos los síntomas en forma de desequilibrios macroeconómicos, llámese paro masivo, deuda pública y privada, costes crecientes de su financiación por aumento del riesgo país, etc, etc.
No es esta ciertamente la primera crisis económica que sufre nuestro país, y la más próxima podemos situarla en 1977, ocasionada por el encarecimiento del petróleo y los problemas derivados de la transición política de la dictadura a la democracia. En aquella ocasión la salvación vino por los Pactos de la Moncloa planteados por Enrique Fuentes Quintana y llevados a cabo por Adolfo Suárez. El primero supo hacer un diagnóstico acertado y proponer el tratamiento adecuado, al segundo le debemos el coraje de adoptar las medidas que pusieron en marcha el proceso para aplicarlo y devolver así la salud al enfermo. Se produjo entonces la afortunada conjunción que el economista vigués Antón Costas señala en un artículo de El País, de un experto reformista y un político reformador.
Así como en la guerra es un factor de éxito la sintonía entre el estratega que diseña el plan y los mandos que deben ejecutarlo, y en navegación es preciso que un capitán marque el rumbo y un piloto que dirija la singladura, en política económica, para superar las dificultades se requiere la complementariedad de un economista de prestigio que trace el plan y un gobernante dispuesto si es preciso a sacrificar su carrera política para llevarlo a cabo con decisión y firmeza.
Trasladando el razonamiento a la actualidad, una vez cumplido el trámite de las elecciones del 20-N, todo indica que el papel del político reformador audaz le corresponderá al presidente del PP, Mariano Rajoy. Sobre él recaerá también la responsabilidad de escoger al experto, pertenezca o no al partido –tal vez sea preferible que sea independiente-, para elaborar el proyecto capaz de revertir la tendencia, propiciar la recuperación de la actividad económica, devolver la confianza a los mercados y despejar las dudas sobre la solvencia del país para que desaparezca el temor de que España pueda seguir el triste ejemplo de Grecia, Irlanda y Portugal, que son el exponente del máximo fracaso político y económico.
Aparte de cómo evolucione la crisis en los demás países, inevitablemente, el plan comportará medidas impopulares, y para que sean aceptadas con carácter general se requiere mucha pedagogía explicativa, y sobre todo, llevar al ánimo de los españoles la necesidad de las reformas y el convencimiento de que en los sacrificios participamos todos los ciudadanos de forma equitativa con arreglo a la renta disponible de cada uno con arreglo a criterios de eficiencia, suficiencia y progresividad.
Del empeño y acierto que acompañe la política económica del nuevo gobierno dependerá que su líder pase a la historia con un puesto de honor o defraude la confianza que en él habrán depositado la mayoría de los electores.

domingo, 9 de octubre de 2011

J.M.J.

Del 18 al 22 de agosto ce celebró en Madrid la Jornada Mundial de la Juventud presidida por el papa Benedicto XVI y con la asistencia de centenares de obispos y cardenales, miles de sacerdotes y centenares de miles de jóvenes procedentes de 190 países, que algunas informaciones elevan a un millón y medio de personas.
La celebración de estos acontecimientos fue establecida por el papa Juan Pablo II y la primera de la serie tuvo lugar en Santiago de Compostela en 1989.

La organización de estas ornadas multitudinarias, que imitan las convocadas por los regímenes dictatoriales, es muy complicada y costosa. La de Madrid fue dirigida por la Conferencia Episcopal, y la financiación corrió a cargo en gran medida de grandes empresas, con una notable participación de El Corte Inglés, tal vez como compensación al previsto aumento de sus ventas. Por su parte la Administración pública asumió el mantenimiento del orden con la intervención de 10.000 agentes y la atención sanitaria, así como la rebaja del 80% del precio del billete del metro, precisamente un mes después de haberlo subido un 50%. Las autoridades tomaron parte activa en diversos actos religiosos, olvidando que lo eran de un Estado aconfesional.

Cabe preguntarse si la Iglesia jerárquica habrá hecho un estudio del impacto de las ediciones anteriores, tal como hace cualquier empresa tras una campaña de marketing, y en caso afirmativo, dado que por mor del bautismo formamos parte de la Iglesia, queramos o no, deberíamos tener acceso al conocimiento de esa supuesta evaluación. En el caso de que el resultado fuese inapreciable o negativo, sería prudente cambiar el formato, los contenidos o ambos.

Si nos referimos a los objetivos de la Iglesia, ciñéndonos a nuestro país, por ser el que mejor conocemos, no parece que nuestros obispos tengan muchos motivos de satisfacción, toda vez que, según datos publicados, solo el 71% de los españoles se declaran católicos y que el número descendió diez puntos en la última década, pese a la influencia que pudiera haber tenido la JMJ de 1989. Tampoco los seminarios son una muestra de crecimiento puesto que siguen vaciándose de alumnos.

Si juzgamos el éxito por el comportamiento de los españoles como cristianos y ciudadanos, tampoco el balance es muy halagador, mas bien lo contrario. Ni por parte de los jóvenes ni de los adultos se aprecia un descenso del número de asesinatos, robos, estafas, agresiones, delincuencia juvenil, narcotráfico y drogadicción, violencia de género pederastia, pornografía infantil, explotación de mujeres y de inmigrantes, y tantos otros atentados contra la vida y la dignidad del prójimo, cuyos victimarios llenan a rebosar los establecimientos carcelarios.

Y si echamos la vista a otros países de raigambre católica, el panorama no es menos desolador. Todos están muy lejos de dar ejemplo de las virtudes que enseña el Evangelio desde hace dos mil años.