martes, 30 de agosto de 2011

Franco y Castro: analogías y diferencias de dos dictadores

Para bien o para mal, según el punto de vista del observador, España y Cuba han soportado sendas dictaduras en el siglo XX que se prolongaron en el tiempo más de lo que cabía esperar. Fueron sus protagonistas Francisco Franco y Fidel Castro, dos hombres que, pese a profesar ideologías antagónicas, reúnen curiosas similitudes, más allá de su común oriundez galaica, y de haber alcanzado el poder por obra y gracia de guerras civiles si bien esto último sólo puede admitirse con matices, toda vez que la presidencia de Batista había sido fruto de un golpe de Estado.
El estilo de sus gobiernos se ajustó al modelo que prescriben los cánones autocráticos: acumulación en sus personas de todos los resortes del mando, fomentar el culto a la personalidad hasta la saturación; supresión de las libertades individuales y derechos fundamentales; eliminación de los partidos políticos, sustituidos por un partido único que sirve de soporte ideológico al nuevo régimen; extinción de las organizaciones sindicales; apoyo sin fisuras de las fuerzas armadas convenientemente depuradas; y empleo de manifestaciones de masas como patente de legitimidad.
Franco ostentó los cargos de jefe de Estado, presidente del gobierno, jefe supremo del ejército y jefe de Falange; Castro, por su parte, acumuló los títulos de comandante en jefe, primer secretario del Partido y presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. El primero se autodenominó caudillo, y el segundo, a pesar de no ser militar, se arrogó el título de comandante. El partido único español se denominó Movimiento Nacional; el cubano se nombró simplemente comunista.
A pesar de sus ideologías diferentes y contrapuestas, el paralelismo se muestra en el ejercicio del poder: ambos gobernaron con astucia y frialdad. Desconfiaron de todo y de todos -el líder cubano siempre iba armado- a excepción de sus hermanos Nicolás y Raúl, y no les tembló la mano a la hora de deshacerse de disidentes, aunque se tratase de colaboradores próximos. El Caudillo, apartó entre otros, a su cuñado Ramón Serrano Súñer y a Dionisio Ridruejo, y defenestrados por el Comandante fueron Huber Matos y Camilo Cienfuegos.
Ambos líderes se negaron a evolucionar hacia regímenes democráticos, devolver la voz al pueblo, demostrando implícitamente la nula confianza en él, por más que aseguraran contar con su aprobación, nunca puesta a prueba.
Los dos regímenes que partieron del exterior (uno de Marruecos y el otro de México), se crearon y medraron al amparo de poderes extranjeros, del fascismo italiano y del nazismo alemán, sustituidos más tarde por el gobierno norteamericano de una parte, y del comunismo soviético reemplazado en parte por el comunismo chino, de otra. Entrambos sobrevivieron a la caída y desaparición de los sistemas que les inspiraron y protegieron: uno a la derrota del Eje; otro del desplome del socialismo real. Los dos sufrieron el asedio exterior y los dos lo superaron a cambio de que sus pueblos pagaran las consecuencias del aislamiento internacional. En 1945 la ONU recomendó retirar las embajadas de Madrid y en 1962, Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos (OEA), y muchos países rompieron sus relaciones con La Habana. La reacción de nuestros personajes consistió en ocupar las plazas públicas emblemáticas (la de Oriente en la capital española y la de la Revolución en la cubana) para convocar manifestaciones populares, gracias a su manipulación, de la opinión pública, para mostrar la adhesión de la población.
La fortuna se alió con ambos dictadores. Así, Franco aplastó la irrupción del maquis y Castro derrotó la invasión de Playa Girón. No solo en estos casos tuvieron la suerte de cara. Al primero le favoreció la muerte en accidente de aviación de los generales Sanjurjo y Mola, así como el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, los tres, posibles rivales en potencia. Al autócrata caribeño le benefició la marcha de Ernesto Che Guevara y su muerte en la selva boliviana. Su buena estrella les permitió salir indemnes de los atentados urdidos contra ellos, que en el caso de Castro se cifran en 600.
Ambos creyeron dejar asegurado el futuro de su régimen tras la muerte a pesar de que la falta de descendencia masculina les impidió fundar una dinastía. En el caso español, la historia ya sentenció lo contrario; el porvenir del cubano está por conocerse, pero nadie apuesta por su supervivencia.
Tanto en España como en Cuba, los dos regímenes antidemocráticos se sirvieron del espionaje como arma defensiva para prever disidencias, descubrir desviaciones y castigar por simple sospecha, valiéndose de tribunales especiales y apoyo a la delación.
El régimen español creó la siniestra Brigada Político-Social y el cubano implantó los Comités de Defensa como “un sistema de vigilancia colectiva revolucionario para que todo el mundo sepa lo que hace el vecino que vive en la manzana”.
La suerte de que hablaba antes, se manifestó hasta el final, con lo cual no tuvieron necesidad de justificar sus actos . Franco murió en la cama y dijo que solo se sentía responsable ante Dios y ante la historia, tribunales ambos de acreditada efectividad. Castro, por su parte, salvado “in extremis” de una grave enfermedad, vive sus últimos años sin conciencia de haber hurtado al pueblo su libertad y bienestar, convertido en un mito de la revolución.
Ninguno de los dos jefes de Estado acertó en prestar a su patria el mejor servicio a su alcance, esto es, facilitar el paso a la normalidad democrática antes de que la muerte cumpliera su papel. En lugar de eso, sólo cuando la enfermedad truncó sus ansias de longevidad delegaron sus poderes a espaldas de lo que el pueblo pudiera desear. Franco lo hizo en el príncipe Juan Carlos, convencido de que dejaba todo atado y bien atado, y Castro, en su hermano Raúl, cuatro años más joven aunque a la edad de 76 años.
Obviamente, no todo fueron analogías o semejanzas pues no se trataba de gemelos: el dictador hispano representaba la derecha y el caribeño la izquierda. El primero organizó el Estado desde un principio partiendo de cero; el segundo mantuvo inicialmente un aspecto de legalidad con Osvaldo Dorticó Torrado como presidente de la República entre 1959 y 1976. Otra diferencia de comportamiento está en las salidas al exterior. Franco solo viajó a Hendaya para entrevistarse con Hitler, a Bordighera, en Italia, para conocer a Mussolini y a Lisboa para encontrarse con su colega portugués, Salazar. Castro, por el contrario, acudió a diversas reuniones internacionales en las que trató de asumir el máximo protagonismo por su papel de David en lucha contra Goliat (EE.UU).
También fue diversa la política seguida al hundirse sus patrocinadores. Franco liberalizó la economía para atraerse el favor y las inversiones de EE.UU. al que además concedió bases militares en 1953, y fortaleció sus relaciones con El Vaticano suscribiendo el mismo año el Concordato que continúa vigente. Tras estos acuerdos vendría el ingreso de España en Naciones Unidas en 1955, la emigración a Europa, el turismo y los planes de desarrollo que impulsaron el crecimiento económico y afianzaron el régimen. El castrismo, con una visión más intransigente se aferró a su ideología, se erigió en enemigo irreconciliable del gobierno estadounidense, el cual le correspondió con el embargo y el boicot, y solamente se avino a abrir la isla al turismo.
Hay que anotar otra diferencia consistente en la construcción faraónica por Franco del Valle de los Caídos con el falso pretexto de la reconciliación de los españoles, iniciativa que no fue imitada por el líder cubano.
En conjunto, las afinidades de dos autócratas separados por el Atlántico son más que notables y configuran personalidades que Plutarco podría incluir en su “Vidas paralelas” por el papel histórico que desempeñaron. En ausencia del célebre biógrafo griego, esperan que un dramaturgo les haga intérpretes de su obra a semejanza de los que Shakespeare hizo en “Coriolano y Julio César”.
Varias lecciones de interés pueden extraerse de ambos casos estudiados. La primera es que cuando un dictador se apropia del poder es sumamente difícil desalojarlo porque controla todos los resortes y consigue la cooperación de un amplio grupo de acólitos, intelectuales orgánicos convertidos en panegiristas y aduladores, unos seducidos por la propaganda y otros muchos atraídos por el deseo de medrar al amparo de la nueva situación. A menudo, sólo la muerte o incapacidad del líder abren la puerta a la transición política.
Otra lección de las dictaduras es que tienden a extender la corrupción, facilitada por la ausencia de un poder judicial independiente y de la arbitrariedad con que se resuelven los conflictos de intereses. De hecho, las leyes, cuando existen se aplican con discrecionalidad, sin que la opinión pública, privada del derecho de libertad de expresión, entre otros derechos y libertades, sea tenida en cuenta.

martes, 23 de agosto de 2011

Expectativas electorales

Comprendo y comparto el sentimiento de enfado, indignación y cabreo que embarga a los españoles en general, y a quienes votaron al PSOE en las últimas elecciones en particular, por la torpe gestión del gobierno de las finanzas públicas, el tardío y errático tratamiento de la crisis y los bandazos de las políticas sociales.
Por estos hechos, las encuestas predicen una rotunda victoria del PP en los comicios del 20N, y si acertasen, no sería motivo para echar las campanas al vuelo o rebosar de entusiasmo. Efectivamente, la alternancia no puede despertar ilusiones. Nos recuerda el paso marítimo entre Escila y Caribdis, dos monstruos mitológicos que moraban a ambas orillas del estrecho de Mesina entre la península italiana y la isla de Sicilia. Los navegantes que esquivaban uno de ellos caían en las fauces del otro. Es lo que expresa los dichos populares de estar entre la espada y la pared, pasar de Málaga a Malagón o escoger entre lo malo y lo peor.
Esta visión desalentadora no proviene de un ánimo dominado por el pesimismo sino de la observación objetiva de los hechos y de lo que nos han enseñado los gobiernos conservadores inglés y portugués, recién llegados al poder. Todas sus medidas se encaminan a recortar el Estado de bienestar, descargando el peso de la crisis sobre los hombros de los trabajadores y la clase media, porque a los pobres no se les puede exprimir más.
Tanto el tratamiento efectuado por el gobierno socialista como el que cabe esperar del PP, es doblemente perverso. Lo es por el enfoque injusto de los recortes. Y lo es también porque al reducir las inversiones públicas, al contraer la actividad económica, crece el paro y remite “ad calendas grecas” la salida del túnel en que nos hallamos Se ha olvidado la receta de Keynes para revertir el proceso del estancamiento y por ello se ve con temor la aparición de la segunda recesión, que es el peor escenario que podíamos desear.
Desconocemos los programas electorales de los partidos, pero lo que pueden ofrecer los socialistas ya lo sabemos, y a juzgar por las declaraciones del presidente del PP, Mariano Rajoy, ambos se van a parecer como dos gotas de agua. Realmente, los programas se enfrentan a un arriesgado dilema: si reconocen la profundidad de la crisis y piden sacrificios y austeridad, los votantes les darán la espalda: si, por el contrario, ofrecen una taumatúrgica solución de los problemas pendientes, esto es, crecimiento y creación de empleo sin aumentar impuestos ni tocar las prestaciones sociales, nos están pidiendo comulgar con ruedas de molino y preparando el terreno para incumplir lo prometido, so pretexto de que la Administración, tal como la encontraron, estaba mucho peor de lo que conocían.
Esto último es lo que se desprende de las declaraciones de Rajoy en entrevistas a la prensa. Afirma que no es partidario del copago, que no quiere subir los impuestos y sí rebajar el de Sociedades en un 5% a los emprendedores; que no está en sus intenciones rebajar el sueldo de los funcionarios ni de mantener congeladas las pensiones. Observarán que no hay una negativa clara sino la expresión de un supuesto deseo. Para conseguir el milagro cuenta con fórmula tan sencilla como es limitar el gasto y el endeudamiento, aprobando una ley de emprendedores y otra de reforma laboral sin concretar su contenido, después de haberse opuesto a la promulgada por el gobierno que solo ha servido para aumentar los despidos y abaratar las indemnizaciones.
Todo hace pensar que lo que se avecina es más de lo mismo y constatamos que tanto los que se hallan al mando como los que parecen estar en puertas, carecen de una hoja de ruta para llevar el barco a buen puerto. Vivimos en una acongojante pobreza de ideas renovadoras, fruto del pensamiento único, y la imaginación creadora brilla por su ausencia, a la vez que vivimos atenazados por el miedo a plantear reformas drásticas de estructuras disfuncionales por obsoletas o injustas.
Ante tal tesitura, ¿qué se puede hacer? Meditar el voto y aportar ideas revolucionarias, que no violentas, comenzando por el reparto equitativo de las cargas y la exigencia de que rindan cuentas quienes por su ciega codicia provocaron el maremoto económico y financiero en que nos encontramos.

martes, 16 de agosto de 2011

Protestas justificadas

Cuando los manifestantes “indignados” del Movimiento 15 M reclaman Democracia Real Ya, nos recuerdan que la que tenemos adolece de muchas deficiencias que a todos nos gustaría ver subsanadas, a fin de mejorar su funcionamiento.
La democracia, a imitación de la libertad, nunca podrá ser plena porque la perfección es inalcanzable en nuestro mundo imperfecto. Etimológicamente significa gobierno del pueblo, pero el pueblo lo formamos todos y todos no podemos mandar porque es preciso que haya quien obedezca sopena de caer en la anarquía. Por ello delegamos la facultad de gobernar en los políticos, seleccionándolos por medio del voto, en virtud de un contrato implícito para el cumplimiento de su programa electoral. Por este procedimiento conformamos una democracia representativa donde la participación deviene simbólica si se reduce a depositar unas papeletas en las urnas.
La tarea de gobernar la monopolizan los políticos, los cuales, lamentablemente, tienen muy mala prensa, tanto por lo que hacen como por lo que eluden u omiten. Las causas de su desprestigio son imputables, en parte, a su quehacer personal, y en parte, a su dependencia de los respectivos partidos.
Entre las primeras destacan los casos de corrupción en que incurren muchos de sus conmilitones; la propensión al transfuguismo mediante el cual desertan de la formación política por la que se presentaron y se ponen al servicio de otra; aprobar o condenar actuaciones o situaciones anómalas en función de los intereses de sus partidos, rebatir las acusaciones de malas prácticas con el consabido latiguillo “y vosotros más”; otorgar subvenciones o prebendas con criterios de amiguismo, clientelismo y nepotismo. En resumen, se les acusa de alejarse de la realidad social y de actuar con una patente ausencia de ética.
Las inculpaciones a los partidos -que afectan al descrédito de sus lideres y dirigentes- comprenden la falta de democracia interna como se refleja en la designación a dedo de sus candidatos al margen de la voluntad de las bases: servirse del transfuguismo para plantear mociones de censura como vía de acceso al poder; financiarse con métodos ilícitos, incumplir los programas electorales con los que se presentaron, privatizar empresas y servicios públicos en beneficio de grupos económicos afines, y finalmente, convertir al Estado en colaborador sumiso de los poderes económicos y financieros.
De las carencias u omisiones, resalta la falta de medidas favorecedoras de redistribución de la renta entre personas y territorios, a fin de atenuar las excesivas desigualdades personales y territoriales.
Otro vacío notable es la carencia de una ley de transparencia administrativa que garantice el acceso de los ciudadanos a los datos, documentos y estadísticas de las Administraciones y de los organismos públicos, como expresión genuina de la democracia real.
Lo más deseable sería que las protestas, en lo que tienen de razonable y justo, fueran acogidas por los gobernantes, de modo que se tradujeran en proyectos de ley capaces de transformar el marco jurídico de la sociedad y hacer más atractiva la democracia.

domingo, 7 de agosto de 2011

La figura del cacique

Aunque el cacicazgo ha perdido terreno en los últimos tiempos todavía sobrevive y conserva vigor y profundidad en las zonas rurales del país. La figura del cacique ha sido y es denostada, hasta el extremo de convertirla en una especie de muñeco del pim pam pum, a la que se lanza toda clase de dardos envenenados.
La mala prensa que tiene es reflejo de las definiciones que de la voz cacique y sus derivados nos da el Diccionario de Real Academia. Así, el nombre, de origen caribeño, alude a “una persona que en el pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos públicos o administrativos”; caciquear es “entrometerse uno en lo que no le incumbe”, y caciquismo sería la “dominación e influencia del cacique en un pueblo o comarca”.
A mi juicio, no siempre se ajusta a la realidad la opinión negativa que acompaña a este personaje sociopolítico que ha sido, y en cierto modo, sigue siendo pieza clave en la vida de muchos “pueblos o comarcas” y en la política nacional.
Más que al cacique, a quien cabe condenar es al sistema socioeconómico que mantiene, sobre todo en el campo, el atraso y la ignorancia, lo que en cierto modo hace posible y hasta necesario el cacicazgo para remediar, al menos en parte, los efectos del abandono y el mal funcionamiento de las instituciones.
He tenido ocasión de tratar a una persona que ejerció muchos años de cacique de su pueblo y me ha hecho ver las mil facetas que convergen en el oficio, y me permitió conocer su “modus operando” que prueba un notable talento natural y adaptación al medio. Normalmente asume el cargo alguien con una cultura superior a la media local, con una situación económica desahogada, es excelente conocedor del territorio y de sus gentes, con una cierta dosis de vanidad que busca el halago y el dominio de valiosas relaciones sociales en ámbitos fuera de su residencia, especialmente entre la clase política. Convengamos que reunir todas estas cualidades no está al alcance de cualquiera.
Es una autoridad informal que ejerce en el pueblo el papel de conseguidor de bienes y servicios de interés común, como puede ser dotarlo de agua corriente y saneamiento, recogida de basuras, asfaltado de caminos, concentración parcelaria, etc. También es proclive a ejercer su influencia para solucionar problemas particulares A una familia le proporciona la beca de un hijo, a otra le facilita los trámites para ser operado uno de sus miembros aunque tenga que saltarse las listas de espera, y a una tercera le consigue una recomendación para que un hijo pueda ocupar un puesto en la Administración, pues conoce la vida y milagros de sus vecinos y sabe quien necesitas la ayuda y quien no.
Todos estos favores le granjean el cariño, o cuando menos el respeto de sus convecinos, y a los críticos les infunde temor, con lo que muy pocos osan contradecirle a pesar de que con su conducta también siembra enemigos. Son muchas las personas que acuden a él para pedirle consejo sobre los asuntos más diversos. Si alguno escribiera sus memorias nos asombraría su forma de pensar y la de actuar de los paisanos.
Por ejemplo, el caso de vecinos que aparentan ser más ricos de lo que son o el de rivalidades entre familias y entre las aldeas limítrofes.
La base para realizar con éxito sus gestiones es el mantenimiento de buenas relaciones con la Iglesia y con las autoridades provinciales y autonómicas a las que visita con cierta asiduidad con algún estudiado obsequio o las invita a comidas pantagruélicas en su casa.
Dueño del apoyo popular, no es infrecuente que el cacique sea también alcalde de su pueblo, tanto cuando el cargo era provisto a dedo por el gobernador civil como ahora en democracia, siendo elegido y reelegido un mandato tras otro. Un ejemplo paradigmático los constituye el alcalde de Beade (Ourense), que cogió el bastón de mando de manos del franquismo y lo conserva en 2011 con más de tres décadas de ejercicio. Desde la alcaldía el poder y la influencia del cacique se multiplica. Arranca promesas de la Diputación y de las consellerías, ofreciendo como contrapartida de sus peticiones los votos cautivos del municipio y ambas instituciones saben que sin su respaldo no se pueden ganar las elecciones. De esta manera refuerza su prestigio y aumenta las posibilidades de lograr inversiones públicas aunque sean de corto alcance. Huelga decir que su ideología es, por lo general, conservadora, lo que permite que conviva más amigablemente con gobiernos afines y con las autoridades eclesiásticas.
A veces el cacique de pueblo remonta el vuelo y se convierte en presidente de la Diputación desde donde el control electoral de la provincia se ejerce a través de la red de caciques locales que pagan con su adhesión los favores recibidos. De ello es una buena prueba el presidente de la Diputación de Ourense, José Luis Baltar, cuyo poder es tan firme que le echó un pulso a Fraga y lo ganó. Su arrogancia es tan evidente que se permitió transmitir el cacicazgo a su hijo nombrándole presidente del PP provincial con el designio de que le sustituya en la institución provincial.
La única forma de erradicar el caciquismo sea probablemente difundir la cultura, concienciar a la ciudadanía de que tiene derechos y deberes y fomentar la democracia participativa que impida el clientelismo como moneda de pago de favores. El objetivo no parece alcanzable a corto plazo.

lunes, 1 de agosto de 2011

Capitalismo versus Socialismo

Frente al mantra de la derecha más o menos ultra, sobre la muerte de las ideologías y que ya no existe derecha ni izquierda, la realidad cotidiana se encarga de desmentir tales afirmaciones y demostrar que siguen vivas y vigentes.
Aparte del respeto a la tolerancia y las libertades, es en el terreno económico donde más se ponen de relieve las diferencias de comportamiento individual y colectivo.
El más reciente episodio donde puede apreciarse el contraste, quizás sea lo que está ocurriendo en África Oriental, también llamada Cuerno de África, y más crudamente en Somalia.
Este país está sufriendo la más extrema sequía de los últimos sesenta años que comporta la pérdida de las cosechas y la muerte por inanición del ganado. La situación se ha vuelto tan dramática que ocasiona el hambre masiva, el desplazamiento de 2,5 millones de somalíes y dio lugar a que Naciones Unidas declarase oficialmente el estado de hambruna en dicha región.
Como sucede normalmente en situaciones análogas bajo el imperio de la libertad de mercado, santo y seña del capitalismo, cuando aumenta la demanda y disminuye la oferta, los precios se disparan, y en Somalia se quintuplicaron.
La gente huye despavorida de la miseria y el hambre hacia Kenia, que también padece la escasez de lluvias, y se dirige a los campos de concentración, ya sobresaturados, donde son insuficientes los medios para socorrerla. Como ejemplo se cita el de Dadaab, construido en 1991 con capacidad para acoger a 90.000 personas y donde viven 390.000 refugiados, entre los cuales más de 10.000 niños sufren grave desnutrición.
¿Qué reflexiones cabe hacer ante este desastre humanitario? Sin duda, las causas son múltiples, tales como el histórico atraso económico, la profunda pobreza, la arraigada corrupción, la quiebra de la organización social y la violencia política y religiosa. Sobre este conjunto de desgracias ha caído como un rayo la falta prolongada de lluvias que ha hundido la agricultura y la ganadería, únicos medios de subsistencia.
Ante la dimensión de la catástrofe, la ONU pidió a la comunidad internacional 1.600 millones de dólares, y tanto las naciones como las ONG se movilizan para conseguirlos, pero para muchos somalíes la ayuda llegará tarde. Y el retraso no se debe a la súbita aparición de la emergencia, ya que la ONU cuenta con organizaciones especializadas como la FAO –que recientemente cambió su director general- para conocer la situación y por su parte las ONG presentes en el país, alertaron con tiempo de lo que se avecinaba. Aunque la reacción sea tardía, confiemos que sirva para evitar la continuación de la hambruna como la que en 1984 mató a un millón de personas en Biafra y los 300.000 somalíes en 1992.
En relación con el primer párrafo de este artículo, podemos pensar como debería haber reaccionado un régimen socialista en un caso como el de Somalia. Aparte de poner a contribución todos los medios disponibles para la importación de comestibles, las existencias se repartirían equitativamente con atención especial a niños y ancianos, llegando en último término a la incautación para evitar las maniobras especulativas. La libertad de mercado, en situaciones de crisis, puede atentar contra el sagrado principio del respeto a la vida.