domingo, 29 de marzo de 2015

Santiago Ramón y Cajal



    Debo a un obsequio navideño de mi hijo Pablo un ejemplar del libro “El mundo visto a los ochenta años” escrito por Santiago Ramón y Cajal. Fue el último de su autoría. La introducción está fechada el 25 de mayo de 1934, cinco meses antes de su fallecimiento el 17 de octubre del mismo año.
     En él se muestra Cajal no solo como un consagrado científico –es el primero y único premio Nobel de ciencia español– sino como un sabio en toda la extensión de la palabra, un verdadero humanista. De él se puede aplicar el dicho de Terencio: “Hombre soy y nada humano me es ajeno”.
    La obra se estructura en 21 breves capítulos en los que reflexiona sobre la vejez y sus miserias, el atraso científico del país, el cambio del medio ambiente, el empleo superfluo de neologismos y galicismos (hoy diríamos anglicismos), los derechos de la mujer, lo que llamó “el delirio de la velocidad”,  los nacionalismos vasco y catalán, las teorías de la senectud y de la muerte y termina dando consejos a los “caducos” (así denomina a los ancianos) a los que recomienda abstenerse de la política. Finalmente hace una pormenorizada relación de lecturas recomendables que van desde los clásicos griegos y latinos a una extensa nómina de autores españoles antiguos y modernos.
    Entre los muchos temas que aborda se echan de menos la religión y la política, y de las obras científicas que cita faltan “El origen de las especies” de Darwin o la teoría de la relatividad, de Einstein.
    El libro se lee con delectación porque su autor es un excelente prosista, y de su lectura se deduce un Cajal conservador, por lo que no todos compartirán sus ideas como por ejemplo su crítica de las vanguardias artísticas que deplora y que en nuestros días están plenamente consolidadas como ocurre en el caso de Picasso.
    Lo que no puede dudarse es de su incansable labor investigadora y la amplitud y diversidad de sus inquietudes intelectuales; todo ello pese a su mala salud. En efecto, a los 68 años se le diagnosticó una incipiente arterioesclerosis y los últimos doce años de su vida se vieron amargados por la pérdida del oído que le sumió en el aislamiento, compensado por la ávida lectura y escritura.
    Transcurridos ochenta años de su muerte, su última obra nos acerca a su pensamiento y nos hace ver la profundidad y diversidad de los cambios que se han sucedido desde entonces en la ciencia, la tecnología e incluso en la medicina, objeto de su vocación. Admitamos, no obstante sigan todavía pendientes en medicina los cuatro problemas que él señaló: origen de la vida, causas de la senectud, aniquilamiento de los microbios patógenos, y eliminación de las causas físico-químicas nocivas. “¡Ahí es nada!… El programa de dos o tres mil años de estudios biológicos” Largo me lo fiais, como diría Don Juan Tenorio. Realmente, lo conseguido desde su examen invita a recortar los plazos. La Biología es precisamente una de las ciencias que más han progresado. Antibióticos, secuenciación del ADN, células madre son algunos de los ejemplos de avances espectaculares que Cajal no pudo conocer. ¡Cómo le hubiera gustado asistir a tan sensacionales hallazgos.

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