Debo a un obsequio navideño de mi hijo
Pablo un ejemplar del libro “El mundo visto a los ochenta años” escrito por
Santiago Ramón y Cajal. Fue el último de su autoría. La introducción está fechada
el 25 de mayo de 1934, cinco meses antes de su fallecimiento el 17 de octubre
del mismo año.
En él se muestra Cajal no solo como un
consagrado científico –es el primero y único premio Nobel de ciencia español–
sino como un sabio en toda la extensión de la palabra, un verdadero humanista.
De él se puede aplicar el dicho de Terencio: “Hombre soy y nada humano me es
ajeno”.
La obra se estructura en 21 breves
capítulos en los que reflexiona sobre la vejez y sus miserias, el atraso
científico del país, el cambio del medio ambiente, el empleo superfluo de
neologismos y galicismos (hoy diríamos anglicismos), los derechos de la mujer,
lo que llamó “el delirio de la velocidad”, los nacionalismos vasco y catalán, las teorías
de la senectud y de la muerte y termina dando consejos a los “caducos” (así
denomina a los ancianos) a los que recomienda abstenerse de la política.
Finalmente hace una pormenorizada relación de lecturas recomendables que van
desde los clásicos griegos y latinos a una extensa nómina de autores españoles
antiguos y modernos.
Entre los muchos temas que aborda se echan
de menos la religión y la política, y de las obras científicas que cita faltan
“El origen de las especies” de Darwin o la teoría de la relatividad, de
Einstein.
El libro se lee con delectación porque su
autor es un excelente prosista, y de su lectura se deduce un Cajal conservador,
por lo que no todos compartirán sus ideas como por ejemplo su crítica de las
vanguardias artísticas que deplora y que en nuestros días están plenamente consolidadas
como ocurre en el caso de Picasso.
Lo que no puede dudarse es de su incansable
labor investigadora y la amplitud y diversidad de sus inquietudes
intelectuales; todo ello pese a su mala salud. En efecto, a los 68 años se le
diagnosticó una incipiente arterioesclerosis y los últimos doce años de su vida
se vieron amargados por la pérdida del oído que le sumió en el aislamiento,
compensado por la ávida lectura y escritura.
Transcurridos ochenta años de su muerte, su
última obra nos acerca a su pensamiento y nos hace ver la profundidad y
diversidad de los cambios que se han sucedido desde entonces en la ciencia, la
tecnología e incluso en la medicina, objeto de su vocación. Admitamos, no
obstante sigan todavía pendientes en medicina los cuatro problemas que él
señaló: origen de la vida, causas de la senectud, aniquilamiento de los
microbios patógenos, y eliminación de las causas físico-químicas nocivas. “¡Ahí
es nada!… El programa de dos o tres mil años de estudios biológicos” Largo me
lo fiais, como diría Don Juan Tenorio. Realmente, lo conseguido desde su examen
invita a recortar los plazos. La
Biología es precisamente una de las ciencias que más han
progresado. Antibióticos, secuenciación del ADN, células madre son algunos de
los ejemplos de avances espectaculares que Cajal no pudo conocer. ¡Cómo le
hubiera gustado asistir a tan sensacionales hallazgos.
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