Nos hallamos inmersos en una campaña
permanente a favor de la productividad como arma necesaria para la conquista de
los mercados exteriores, medida, como es sabido, por el cociente de dividir el
producto interior bruto (PIB) de un país por el número de personas ocupadas, o
por el número de horas trabajadas, comparando el resultado con el de años
anteriores para evaluar la evolución en el período indicado.
La principal estrategia de que se sirven las
empresas para mejorar su productividad es la utilización de máquinas y
herramientas cada vez más perfeccionadas y polivalentes que facilita la
robótica con incorporación de conocimientos procedentes de la informática y la
inteligencia artificial.
Cuando el dramaturgo checo Karl Chapek
introdujo en su obra R.U.R. (Robots Universales Rosum) estrenada en 1921, la
palabra robota traducida por robot para designar un trabajo mecánico
repetitivo, no podía imaginarse que estaba dando nombre a una nueva tecnología
que sería fuente de inspiración para autores de ciencia ficción y para designar
un trabajo repetitivo realizado por autómatas.
Año tras año ha ido creciendo la
fabricación de artilugios robóticos tanto industriales como domésticos que sustituyen
el trabajo humano. La Federación
Internacional de Robótica informa que actualmente existen 1,5
millones de los primeros y en 2013 se vendieron 179.000.
Estamos a punto de estrenar una nueva
generación de ordenadores que impulsarán la aparición de robots más complejos y
potentes que ampliarán su campo de aplicaciones. La robótica comenzó a
instalarse en laboratorios para dar paso al nacimiento de una industria en
continuo crecimiento. Los primeros autómatas cumplían tareas rutinarias pero a medida
que incorporan programas más afinados aumenta su capacidad para realizar
actividades complejas como quedó demostrado cuando en 1997 el ordenador Deep II
de IBM le ganó la partida al ruso Gary Kasparov, a la sazón campeón mundial de
ajedrez. La máquina había derrotado al “homo sapiens”.
El uso masivo de nuevas tecnologías –las
conocidas y las que se hallan en fase de investigación y desarrollo- junto con
la globalización, implicará muchos y variados conceptos, algunos de ellos son
contradictorios entre sí. El primero es la eliminación de mano de obra en el
proceso productivo. Es cierto que la fabricación de nuevas máquinas crea
puestos de trabajo pero en número muy inferior al de los que destruye. El paro,
que en España ya es alarmante tenderá a ser mayor. Solo hace falta visitar una
fábrica de automóviles para darnos cuenta de cómo los autómatas han suplantado
la presencia humana. No es de extrañar que el coste de la mano de obra de un
vehículo no pase del 8% del precio.
Esto, a su vez, generará otra
contradicción. La producción de bienes aumenta y la industria tiene que darle
salida. Si una proporción considerable de familias carece de ingresos no podrá
adquirirlos porque en una economía capitalista solo cuenta la demanda solvente.
Se trata de un dilema implícito en el modelo económico.
Otra consecuencia del avance tecnológico es
la prevalencia del capital sobre el factor trabajo, lo que eleva el paro.
Si las leyes y las actuaciones de los
gobernantes no regulan adecuadamente la evolución prevista, tendremos una
sociedad polarizada que no augura nada bueno para la paz social. El mercado por
sí mismo no corrige sus excesos; es el Estado quien tiene la responsabilidad de
evitar los abusos y castigarlos cuando se producen. El desafío consiste en
repartir con equidad los frutos del progreso.
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