El
pasado 3 de abril fallecía en Madrid Máximo Cajal López, un diplomático de gran talla
que dedicó su larga carrera al servicio de España. Ocupó todos los puestos del
escalafón y en el desempeño de sus cargos participó activamente en
acontecimientos tan destacados como la adhesión de nuestro país al Tratado de
No Proliferación Nuclear, la firma en 1988 de Convenio de Cooperación para la Defensa con Estados Unidos
que terminó con la entrega de la base militar de Torrejón de Ardoz, y el
establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, entre otros hechos
notables.
En 1980, siendo embajador en Guatemala
estuvo a punto de perder la vida en el incendio de la legación española
provocado por los esbirros del general Fernando Romero Lucas, lo que encima
fuese objeto de sañudos ataques mediáticos de la derecha.
Para mí, Cajal tiene un mérito especial
como autor del libro “Ceuta y Melilla, Olivenza y Gibraltar; ¿Dónde acaba
España?” (Siglo XXI, 2003) que reforzó mis convicciones de que las plazas
africanas y el Peñón constituyen otras tantas anomalías cuya solución pasa por amortizar
su actual “status” jurídico-político.
Si Gibraltar es la única colonia del
continente europeo, Ceuta y Melilla tienen la misma naturaleza colonial con
respecto a África por mucho que queramos integrarlas en el territorio nacional.
También Guinea Ecuatorial y el Sahara Occidental fueron declaradas provincias
españolas, y ello no fue óbice para que la primera obtuviera la independencia
en 1969 y la segunda fuese entregada a Marruecos en 1974 en perjuicio de sus
habitantes que desde entonces viven refugiados en Tinduf (Argelia) en espera de
que el gobierno marroquí cumpla las resoluciones de Naciones Unidas para que se
celebre un referéndum de autodeterminación.
Hoy por hoy, las dos ciudades autónomas constituyen
un quebradero de cabeza para España; son nuestra frontera africana, son un muro
de contención de la inmigración irregular, tienen un coste considerable, son
estratégicamente indefendibles y no forman parte del territorio amparado por la OTAN para su defensa. En
suma, un semillero de problemas.
Cajal, sabiendo la oposición con que se
encontraría, tuvo la valentía de estudiar a fondo la situación de los tres
enclaves y proponer una negociación conjunta con Londres y Rabat que condujeran
a un acuerdo mutuamente satisfactorio.
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