Ha
sido conmovedor el último adiós dado al que fue primer presidente de Gobierno de
la democracia española, Adolfo Suárez, fallecido el 23 de marzo de 2014, con la
presencia de los máximos representantes del espectro político, incluidos
quienes le atacaron de la forma más mezquina mientras gobernaba. Parecía que el
beso de la muerte había descubierto sus méritos y ocultado los fallos que antes
le atribuían y afeaban. Diríase que quienes le crucificaron en vida, una vez desaparecido,
le glorificaban.
Tras su fallecimiento, el Gobierno no sabía
cómo colmarle de honores. Primero se le concedió a título póstumo el collar de
Carlos III (a buena hora) y se le dio su nombre al aeropuerto de Barajas. El
ayuntamiento de Madrid le nombró hijo adoptivo. Sin duda, seguirán llegándole
distinciones que se le negaron en vida.
Cuando ya no está presente se le reconocen
sus virtudes, comenzando por los medios de comunicación que exaltaron al máximo
su personalidad
y
consiguieron que mucha gente sintiera su
pérdida como propia.
Se recordó y elogió su capacidad de asumir
riesgos (ley de reforma política que abrió el camino a la Transición o la
sorpresiva legalización del Partido Comunista), o la valentía que demostró al
negarse a obedecer la orden de esconderse bajo el asiento el 23-F: su
clarividencia para iniciar y llevar a término el arriesgado tránsito de la
dictadura a la democracia, consensuándolo previamente con partidarios y
detractores.
Por su entrega a la causa recibió como
premio la embestida inmisericorde de tirios y troyanos y la traición de sus más
allegados políticos hasta hacerle sentir la amargura de la soledad que le llevó
a dimitir sin que nadie se lo pidiese; otro gesto más que le honra. El carácter
voluble de la opinión pública se puso de manifiesto con la derrota del Centro
Democrático y Social, partido con el que Suárez pensaba volver a la política
después de la debacle de Unión de Centro Democrático.
Tampoco la fortuna le fue propicia en su
vida personal. Primero sufrió la muerte prematura de su hija, víctima de un
cáncer, y poco después la pérdida de su esposa a causa de la misma enfermedad,
y finalmente, once años de vida sin vivirla por efecto del alzhéimer.
Ha sido gratificante ver juntos ante el
ataúd a los líderes políticos de todas las ideologías en justo homenaje a quien
fue el partero de la democracia que disfrutamos. Ojalá que esta concurrencia
guíe a nuestros políticos a la altura de miras y el diálogo constructivo del
que hizo gala Adolfo Suárez. Sería el mejor homenaje que pueda honrar su
memoria. Pobres de los pueblos que esperan a la muerte para honrar a sus
héroes.
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