lunes, 21 de abril de 2014

Deflación al acecho



    España, junto con otros países del sur de Europa, miembros de la Eurozona, sufre una de las patologías económicas más peligrosas, consistente en una bajada persistente de precios que llevó al IPC a registrar un descenso del 0,1% con respecto al dato de del mismo mes del año anterior, en el mes de marzo. Si este fenómeno monetario fuese de escasa duración se denominaría desinflación y si se prolongase en el tiempo estaríamos ante un caso de deflación, de efectos más negativos que una tasa alta de inflación. De si se trata de desinflación o de deflación es la duda que mantiene al Banco Central Europeo (BCE) a la expectativa, a pesar de las presiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización para la Cooperación al Desarrollo Económico (OCDE) y la Comisión Europea (CE) para que tome medidas que reviertan el proceso.
    Si el tiempo confirmase la deflación podría ser tarde para actuar con eficacia, como ha comprobado a su costa Japón que lleva más de veinte años intentando en vano salir de ella. Las consecuencias que produce son reprimir el consumo y la inversión, dañar el crecimiento, originar devaluación interna en forma de lesión de los derechos laborales y rebaja de salarios, lo que motiva la caída del consumo. Cuando los precios bajan, la gente pospone sus decisiones de compra porque espera hacerlo con precios aun más baratos. Es lo que se observa ahora con la semiparalización de la venta de pisos. Las empresas no invierten porque la demanda se contrae, y el pago de las deudas se hace más oneroso al aumentar el valor del dinero. Con la misma cantidad se pueden adquirir más bienes. En conjunto, la deflación favorece a los rentistas en perjuicio de emprendedores y consumidores.
    Como en medicina, la previsión es mejor que la terapia, pero en economía no es fácil reconocer e identificar los síntomas para diagnosticar la enfermedad y prever su evolución. Entre los economistas es frecuente la diferencia de criterios a la hora de interpretarlos y predecir su grado de peligrosidad. En medicina los descubrimientos provienen de experimentos en laboratorio pero la ciencia económica no puede seguir ese método. Se vale de la experiencia histórica y se inspira en los resultados obtenidos en crisis anteriores, y aun así, existe el riesgo de fracasar porque los agentes económicos y sociales pueden reaccionar de forma diferente.
    Ante la gravedad de la situación actual los gobiernos europeos dirigen sus miradas al BCE para que actúe sin demora, pero el presidente, el italiano Mario Dragui prefiere esperar y ver y se apoya en el efecto de sus palabras, de modo que en la reunión del 3 de abril se limitó a decir que “si en el futuro la evolución de los precios se sigue alejando del objetivo del 2% de inflación, el Eurobanco pondrá en marcha las medidas que le reclaman desde Washington y Bruselas”. La voz discordante la pone Alemania, siempre reacia a cualquier gesto que pueda implicar el menor riesgo de inflación. Curiosamente, ese “no hacer nada” fue bien acogido por las Bolsas, pero la euforia solo duró un día.
    Las medidas que se piden al BCE para facilitar la recuperación económica van desde una mayor flexibilidad de la política monetaria para que circule más dinero y aumente el crédito bancario, hasta cobrar por los depósitos de los bancos en lugar de remunerarlos (actualmente al 0,25%) pasando por la compra de títulos de empresas privadas, y mejor aun, deuda pública.
    El peligro de esperar en vez de actuar está en pasarse de plazo, en cuyo caso la receta sería inane, ineficaz. Dragui confía en el efecto sanador de su advertencia. El tiempo le dará o quitará la razón. Si acertase, se habría ganado el nombre de mago de la palabra.
    Por supuesto, sería deseable que se saliese con la suya, porque es mucho lo que nos jugamos en la apuesta.

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