lunes, 17 de junio de 2013

Izquierda y derecha política



    La crisis de confianza en las instituciones que ejemplifica el 11% de los españoles que confía en su Gobierno (Eurobarómetro, 8 diciembre 2012), refuerza la impresión de que todos los partidos políticos son iguales y que, por tanto, está superada la dicotomía derecha izquierda por haber perdido el sentido que tuvo en el pasado a causa de los cambios experimentados por la sociedad.
    Aznar explicó en 1999 la derrota del PSOE por el error que cometieron sus líderes de convertir en eje de la campaña electoral la división de izquierdas y derechas. Y en el mismo sentido abundó el entonces encargado de la campaña electoral conservadora y hoy jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, al sostener que “ya no se es sociológicamente de ninguna manera”, lo que es tanto como sentenciar la muerte de las ideologías que, de ser cierto, sería contradictorio con la existencia de los partidos políticos. Es significativo que suelen ser los conservadores quienes ponen más énfasis en la supuesta superación del binomio izquierda/derecha.
    Como es sabido, la denominación metafórica procede de cuando   durante la Revolución Francesa, en los estados generales, los promotores de las ideas más avanzadas, “los comunes” o “tercer estado”, se sentaban a la izquierda de la presidencia y la aristocracia a la derecha. Desde entonces, los partidos políticos se adscriben a una u otra orientación con un grado mayor o menor de identificación con los principios originarios.
    En su comienzo, los revolucionarios proclamaban su fe en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, en tanto que sus adversarios de la derecha se oponían a los cambios (de ahí el apelativo de conservadores), en defensa de sus privilegios. Con el tiempo, las respectivas posturas han perdido radicalidad y hasta se han producido desplazamientos ideológicos en sentido inverso, y así, por ejemplo, los conservadores han aceptado y asumido ideas que antes rechazaron, como ocurre con la aceptación del Estado de bienestar, la igualdad de derechos de la mujer, el divorcio, la despenalización del aborto, vinculados con la socialdemocracia. La izquierda, por su parte,  también aceptó la privatización de las empresas públicas y otras medidas de dudoso contenido progresista, tales como la supresión del servicio militar obligatorio, la rebaja de impuestos, etc., en evidente contradicción con sus postulados.
    La derecha sigue aferrada a las supuestas virtudes de la tradición y propugna un progreso dual que no ponga en tela de juicio la autoridad civil y religiosa, la jerarquía, el derecho de propiedad irrestricto y la protección del modelo de familia tradicional.
    La izquierda, que se autodenomina progresista, busca mantenerse fiel a la trilogía de los principios originales aplicados a situaciones concretas de cada época sin acudir a procedimientos revolucionarios que quedan como patrimonio de la ultraizquierda. Es indudable que el PSOE fue infiel a su propia razón de ser y cuando gobernó promulgó leyes que aumentaron la desigualdad.
    Siendo contrapuestas las bases de partida de derechas e izquierdas, es inevitable la separación  de puntos de vista  en numerosas cuestiones entre las que cabe citar el grado de protección legal que se presta al capital y el trabajo, el control público o privado de la sanidad y la educación, el trato dispensado a los inmigrantes, el reconocimiento de la solidaridad  internacional, la justicia social, la influencia de la religión en la sociedad, la progresividad de los impuestos, la lucha contra la pobreza y la exclusión social, la protección del medio ambiente frente a los abusos de la industria, la política de redistribución de la renta, el poder de las organizaciones sindicales, la aceptación de las libertades sexuales (divorcio, aborto, homosexualidad, etc.) y la regulación de los mercados financieros que es la esencia de la globalización.
    La discrepancia filosófica entre  ambas ideologías radica en que la derecha  considera normal  la desigualdad entre las personas y los pueblos basada en la posesión de la riqueza sin contemplar el origen de la misma, y da por bueno que “siempre habrá pobres entre nosotros”; la izquierda, por el contrario,  entiende que la desigualdad económica y social es fruto de la injusticia en el reparto de los bienes y por ello persigue la transformación de la sociedad en favor de los más desprotegidos, a través de la universalización de los servicios esenciales, tales como la educación y la sanidad, no en la búsqueda de un igualitarismo utópico, sino en lograr un  grado de bienestar mínimo que permita vivir con dignidad a cualquiera por el mero hecho de ser persona, como ocurre, por ejemplo, con la prestación  del seguro de desempleo y la pensión de jubilación, así como una igualdad efectiva de oportunidades para que todos pueden desplegar sus aptitudes y elevarse con su esfuerzo en la escala social, cuestiones todas ellas integradas en el Estado de bienestar que la ideología neoliberal se empeña en desmontar.
    En una lucha constante que costó muchas vidas, los partidos de izquierda y los sindicatos han ido arrancando concesiones al poder constituido en la protección social que hoy nos parece normal pero que no lo eran antes de su conquista.
    Como siempre habrá injusticias en las relaciones humanas, el papel de la izquierda no se agotará nunca.

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