La crisis de confianza en las instituciones
que ejemplifica el 11% de los españoles que confía en su Gobierno
(Eurobarómetro, 8 diciembre 2012), refuerza la impresión de que todos los partidos
políticos son iguales y que, por tanto, está superada la dicotomía derecha izquierda
por haber perdido el sentido que tuvo en el pasado a causa de los cambios
experimentados por la sociedad.
Aznar explicó en 1999 la derrota del PSOE
por el error que cometieron sus líderes de convertir en eje de la campaña
electoral la división de izquierdas y derechas. Y en el mismo sentido abundó el
entonces encargado de la campaña electoral conservadora y hoy jefe del
Gobierno, Mariano Rajoy, al sostener que “ya no se es sociológicamente de
ninguna manera”, lo que es tanto como sentenciar la muerte de las ideologías
que, de ser cierto, sería contradictorio con la existencia de los partidos
políticos. Es significativo que suelen ser los conservadores quienes ponen más
énfasis en la supuesta superación del binomio izquierda/derecha.
Como es sabido, la denominación metafórica
procede de cuando durante la Revolución Francesa, en los estados
generales, los promotores de las ideas más avanzadas, “los comunes” o “tercer
estado”, se sentaban a la izquierda de la presidencia y la aristocracia a la
derecha. Desde entonces, los partidos políticos se adscriben a una u otra
orientación con un grado mayor o menor de identificación con los principios
originarios.
En su comienzo, los revolucionarios
proclamaban su fe en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, en
tanto que sus adversarios de la derecha se oponían a los cambios (de ahí el
apelativo de conservadores), en defensa de sus privilegios. Con el tiempo, las
respectivas posturas han perdido radicalidad y hasta se han producido
desplazamientos ideológicos en sentido inverso, y así, por ejemplo, los conservadores
han aceptado y asumido ideas que antes rechazaron, como ocurre con la
aceptación del Estado de bienestar, la igualdad de derechos de la mujer, el
divorcio, la despenalización del aborto, vinculados con la socialdemocracia. La
izquierda, por su parte, también aceptó
la privatización de las empresas públicas y otras medidas de dudoso contenido progresista,
tales como la supresión del servicio militar obligatorio, la rebaja de
impuestos, etc., en evidente contradicción con sus postulados.
La derecha sigue aferrada a las supuestas
virtudes de la tradición y propugna un progreso dual que no ponga en tela de juicio
la autoridad civil y religiosa, la jerarquía, el derecho de propiedad
irrestricto y la protección del modelo de familia tradicional.
La izquierda, que se autodenomina
progresista, busca mantenerse fiel a la trilogía de los principios originales
aplicados a situaciones concretas de cada época sin acudir a procedimientos
revolucionarios que quedan como patrimonio de la ultraizquierda. Es indudable
que el PSOE fue infiel a su propia razón de ser y cuando gobernó promulgó leyes
que aumentaron la desigualdad.
Siendo contrapuestas las bases de partida
de derechas e izquierdas, es inevitable la separación de puntos de vista en numerosas cuestiones entre las que cabe
citar el grado de protección legal que se presta al capital y el trabajo, el
control público o privado de la sanidad y la educación, el trato dispensado a
los inmigrantes, el reconocimiento de la solidaridad internacional, la justicia social, la
influencia de la religión en la sociedad, la progresividad de los impuestos, la
lucha contra la pobreza y la exclusión social, la protección del medio ambiente
frente a los abusos de la industria, la política de redistribución de la renta,
el poder de las organizaciones sindicales, la aceptación de las libertades
sexuales (divorcio, aborto, homosexualidad, etc.) y la regulación de los
mercados financieros que es la esencia de la globalización.
La discrepancia filosófica entre ambas ideologías radica en que la
derecha considera normal la desigualdad entre las personas y los
pueblos basada en la posesión de la riqueza sin contemplar el origen de la misma,
y da por bueno que “siempre habrá pobres entre nosotros”; la izquierda, por el
contrario, entiende que la desigualdad
económica y social es fruto de la injusticia en el reparto de los bienes y por
ello persigue la transformación de la sociedad en favor de los más
desprotegidos, a través de la universalización de los servicios esenciales,
tales como la educación y la sanidad, no en la búsqueda de un igualitarismo
utópico, sino en lograr un grado de
bienestar mínimo que permita vivir con dignidad a cualquiera por el mero hecho
de ser persona, como ocurre, por ejemplo, con la prestación del seguro de desempleo y la pensión de
jubilación, así como una igualdad efectiva de oportunidades para que todos
pueden desplegar sus aptitudes y elevarse con su esfuerzo en la escala social,
cuestiones todas ellas integradas en el Estado de bienestar que la ideología
neoliberal se empeña en desmontar.
En una lucha constante que costó muchas
vidas, los partidos de izquierda y los sindicatos han ido arrancando
concesiones al poder constituido en la protección social que hoy nos parece
normal pero que no lo eran antes de su conquista.
Como siempre habrá injusticias en las
relaciones humanas, el papel de la izquierda no se agotará nunca.
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