Hay
situaciones, a todas luces injustas, que no se discuten por llegar a
considerarlas normales hasta que nos sorprenden con el estallido de un
conflicto que se alarga en el tiempo, con las consiguientes molestias de
personas ajenas al origen y desarrollo de la cuestión. Tal es el caso de la
huelga declarada por los trabajadores del aeropuerto de Barcelona.
El conflicto
laboral puso de manifiesto las consecuencias de la privatización de servicios
públicos desempeñados por personal civil. El proceso llamado externalización se
inició en las empresas privadas y no tardó en ser aplicado también en el sector
público. Consiste en que las primeras dan de baja en sus plantillas a personal poco
cualificado que desempeñan labores auxiliares, tales como limpieza,
mantenimiento, vigilancia, etc, el cual pasa a depender de otras empresa,
habitualmente en peores condiciones laborales, a la vez que, globalmente, se
incrementa la desigualdad de ingresos con respecto a los empleados que
conservan sus puestos.
En cuanto a
los organismos públicos, el proceso comienza por la privatización de determinados
servicios que se encomiendan a empresas privadas seleccionadas por concurso,
uno de cuyos méritos es la rebaja ofrecida del coste. Volviendo al caso de
Barcelona nos encontramos con que Aena privatizó el 49% del capital mediante
una oferta pública de venta en bolsa cuyas acciones fueron un excelente negocio
para los compradores, y dio la concesión de la seguridad a la empresa Eulen.
Tanto la
empresa pública como privada, con la externalización buscan reducir costes, a
la vez que se despreocupan de bajas por enfermedad y vacaciones. De lo que no
pueden librarse es de las huelgas que se produzcan en la concesionaria cuando
las relaciones con su personal se tensan demasiado y no hay acuerdo entre
ambas. El personal de Eulen en el aeropuerto, según noticias de prensa, percibían
un sueldo bruto de menos de mil euros y una intensidad de trabajo fuera de lo
normal. Sus reivindicaciones se centraban en un refuerzo de la plantilla y un
sobresueldo de 350 euros. Como las negociaciones no dieron resultado, el
ministerio de Fomento se vio obligado a recurrir a la designación de un árbitro
que emita un laudo de obligado cumplimiento, ante las desesperantes colas delante
de los filtros de seguridad.
El episodio
descubrió los inconvenientes de la externalización de servicios públicos con
finalidades lucrativas. Cuando sociedades mercantiles se hacen cargo de tales
servicios, lo hacen con el propósito de obtener beneficios, porque tal es su
razón de ser. Los medios para conseguirlo son solamente dos: aumentar los
ingresos y/o disminuir los gastos. Para
lo primero suele acudirse a la elevación de precios, y para actuar con menores
costes, la clave está en recortar el número de trabajadores y/o rebajar los
salarios, lo cual redunda en un deterioro del servicio. Con estas prácticas la
Administración contribuye indirectamente a la pauperización de los trabajadores
y a la desigualdad social, justamente lo contrario de lo que se espera de un
Estado social y de derecho como proclama la Constitución.
Las
privatizaciones tienen su apoyo doctrinal en el neoliberalismo económico, según
el cual, el Estado es el problema y no la solución, y en consecuencia, hay que
transferir sus funciones a la iniciativa privada, con la mínima intervención
regulatoria, opinión que no se compadece en absoluto con la realidad. Abandonar
la actividad pública al libre juego de la oferta y la demanda da lugar a una
sociedad compuesta de una elite poderosa y enriquecida, una clase media a la
que se exprime el bolsillo y un sector, el más numeroso, de trabajadores mal retribuidos
al borde o hundidos en la pobreza. Es decir, una sociedad dual de ganadores y
perdedores. La mejor demostración de esta realidad la ofrece Estados Unidos que,
siendo el país más liberal, es también el más desigual del mundo desarrollado.
Respecto a la iniciativa privada es preciso recordar que las crisis económicas
recurrentes son obra del mercado libre con insuficiente regulación administrativa
de sus actividades.
A tal punto
llega la ideología neoliberal que la Administración contrata con empresas privadas servicios
tan delicados como la seguridad, y así vemos como el control de entrada a
oficinas de juzgados, Hacienda, etc. son realizadas por vigilantes jurados. La
cuestión es restringir al máximo el número de funcionarios públicos a los que,
por otro lado, no se quiere tocar para corregir sus deficiencias, y por
ejemplo, se creó el INEM con el objetivo de intervenir en la búsqueda de empleo
pero se ha dejado en manos de empresas de empleo la búsqueda de nuevos puestos
de trabajo, mediante, por supuesto, de una retribución, y la Xunta ofrece cantidades de
hasta tres mil euros a la que consiga ocupación a un desempleado.
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