Los norteamericanos eligieron a Donald
Trump el 2 de noviembre de 2016 como el 45º presidente, un candidato muy
singular por diversos motivos. Se trata de un multimillonario de 70 años,
enriquecido con operaciones inmobiliarias, en el que nadie creía por sus
insólitas promesas electorales. Un político sin la menor experiencia en los
asuntos públicos, tanto que ni siquiera cumplió el servicio militar y alardeó
de no pagar impuestos. Su carácter brusco y peleón se puso de relieve en su
primer mes de mandato con gestos tan destemplados como colgarle el teléfono al
primer ministro australiano.
Muchos observadores le juzgan mentalmente
desequilibrado. El que fuera subsecretario de Estado Nicholas Burns cree que es
“una montaña rusa” emocional y un equipo de siquiatras, sicólogos y
profesionales de la salud publicó en el
New York Times una carta en la que reconocen
“la grave inestabilidad emocional” como revelan las palabras y actos públicos del nuevo
Presidente que le incapacitan para ejercer el cargo. Lo cierto es que esta
persona fue elegida democráticamente para gobernar durante cuatro años,
ampliables a ocho, la mayor potencia económica y militar del planeta con
influencia sobre el resto del mundo.
Los análisis demoscópicos señalan que le
habrá dado su voto la mayoría de las clases pudientes y los blancos de clase
media que se consideran olvidados de Washington por no participar del
crecimiento de la economía. No parece que
haya contado con los sufragios de la mayoría de los más de 40 millones
de pobres, de los once millones de inmigrantes indocumentados, de los 30
millones de negros, de los 40 millones de hispanos, de los dos millones de
presos y de las mujeres. Lo que en definitiva constataron los resultados fue la
profunda división de la sociedad y el
dudoso acierto de los electores. El tiempo dará su veredicto.
Con la perspectiva que da el primer mes de
su presidencia, Trump entró en la
Casa Blanca como un elefante en una
cacharrería, dispuesto a derribar todo lo construido por su predecesor,
derogando la ley del seguro de enfermedad de los más necesitados, el proyecto
de restringir la venta de armas y la expulsión masiva de inmigrantes. Acusó a la CIA y demás servicios
secretos, a los periodistas y a los jueces. Se declaró partidario de autorizar
la tortura como método de interrogatorios y cada día amenaza a alguien por
medios de tuits.
En política exterior, insultó y humilló a
México después de realizar una visita a la capital, anunció la denuncia del
Nafra (acuerdo comercial con México y Canadá) y hacer lo mismo con el
Transpacífico con los países del Océano, declaró posible el reconocimiento de
Taiwan, que es una línea roja para China, y se opuso a la ratificación del
acuerdo sobre el cambio climático suscrito por más de cien países. En esta
tendencia a subvertir el orden internacional es impredecible lo que nos puede
deparar el fenómeno Trump.
La predisposición a crearse enemigos a su
alrededor es un lujo que no puede permitirse ningún jefe de Estado por muy
poderoso que sea. Por ello tengo serias dudas de que pueda concluir su mandato,
por una serie de sucesos que podrían abreviarlo. Uno de ellos sería la
revelación de los medios de comunicación a los que Trump llamó enemigos del
pueblo de posibles trapos sucios que resultarían incompatibles con el desempeño
del cargo.
Otro motivo consistiría en la acumulación de
errores o disparates en política interior y exterior que podrían dar lugar al
“impeachment” previsto en la
Constitución como experimentó Richard Nixon.
Una tercera causa podría ser la acusación de
la pérdida de la salud mental que le incapacitaría para cumplir sus funciones.
Por último, nunca es desdeñable el riesgo
de un atentado auspiciado por el fanatismo político y religioso. A ello
debieron su muerte cuatro presidentes
estadounidenses y, aunque salvó la vida, Reagan fue víctima de un magnicidio frustrado.
Sea cual fuere el desarrollo de su
presidencia, mucho tendrá que cambiar Trump de palabras y hechos, de gestos y
decisiones, o su país sufrirá las consecuencias con repercusiones en otras
partes del mundo.
Como la maldad no tiene límite, si por
cualquier razón el Presidente viera
interrumpida su carrera presidencial, le sustituiría el vicepresidente Pence
que, a juzgar por su trayectoria y sus declaraciones, sería su gobierno una
segunda edición corregida y aumentada de su maestro. Es para echarse a temblar ante
lo que puede suceder en los próximos años.
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