domingo, 5 de marzo de 2017

La carrera espacial



    Una de las actividades económicas de más reciente comienzo y rápido crecimiento es, sin duda, la que tiene como fin el conocimiento de lo que existe más allá de la atmósfera, o sea la carrera espacial. Se pueden  establecer como punto de partida de la misma las investigaciones que culminaron con el lanzamiento del “sputnik” en 1957 y como naciones pioneras la antigua Unión Soviética, actual Rusia y Estados Unidos.
    Los progresos que desde entonces se han conseguido son extraordinarios, gracias al empleo de incalculables recursos que sirvieron para crear una poderosa industria. No seré yo quien niegue los avances espectaculares registrados y los inventos a que han dado lugar,  pero cabe preguntarse  si es acertada la prioridad que se le concede al objetivo por los gobiernos implicados, cuando están desatendidas otras necesidades acuciantes que van desde la pobreza  a tareas tan urgentes e  infradotadas como la curación del cáncer o de miles de patologías raras sin tratamiento conocido.
    Si nos preguntáramos por los fines que la carrera espacial persigue y la justificación de los esfuerzos inversores, científicos, técnicos y económicos puestos a prueba, pienso que tendríamos dificultades para explicarlos desde un punto de vista ético. Quienes deciden la asignación presupuestaria para impulsar la industria espacial podrían alegar en su defensa dos respuestas posibles: el deseo de conocer más a fondo el universo del que formamos parte diseñando al tiempo nuevos instrumentos de análisis, y saciar la permanente curiosidad, indisociable de la condición humana. Dudo, sin embargo, que ambos argumentos pudieran tranquilizar la conciencia de los responsables.  
    Es innegable la existencia de un tercer motivo oculto como es el deseo de conseguir la superioridad tecnológica que a su vez facilita objetivos militares como la investigación de misiles intercontinentales o el escudo antimisiles que forman parte de la llamada “guerra de las galaxias”. De la exploración del universo forma parte  el proyecto de detectar señales de vida extraterrestre por medio del programa SITE en planetas de otras estrellas  distintas del Sol, una vez descartados por inhabitables los planetas del sistema solar. Es de notar al respecto la enorme distancia que nos separa de ellas, haciendo muy problemática  la intercomunicación. La más próxima a la Tierra es la Alfa Centauri que dista cuatro años luz, o sea unos 40 billones de kilómetros. Cualquier intento de viajar a ella (digamos más bien a a alguno de los posibles planetas que la orbiten) semeja una utopía que solo puede explicarse por el afán de romper la ominosa soledad en que vivimos.
Todo ello nos lleva a plantearnos la racionalidad de proponer metas imposibles de alcanzar a costa de gastar recursos que por su naturaleza son escasos, olvidando otras que, además de ser accesibles, son más urgentes. Bastaría citar los 700 millones de hambrientos, enfermedades curables que causan estragos como el paludismo, la tuberculosis o el suministro de agua potable  a quienes carecen de ella o la prevención del cambio climático.
    Si estas consideraciones son válidas para EE.UU  y Rusia, lo son mucho más  para China e India, donde está todo por hacer en el campo social y del bienestar, y sin embargo  se han apuntado a la exploración espacial. Todos ponen sus ojos en la Luna y Marte. La próxima fase será la disputa del terreno en el que las potencias hincarán su bandera. Suerte que no  haya selenitas o marcianos a los que expropiar o combatir.
     Se echa en falta en la planificación de la carrera espacial de un organismo internacional que coordine los intentos para que pueda ser menor el gasto en que se incurre.

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