Estamos habituados a escuchar a Rajoy, y
repetido hasta la saciedad por sus portavoces, que el éxito ha coronado las
políticas implementadas por su Gobierno en la pasada legislatura para revertir
los efectos de la crisis.
Es cierto que al iniciar su mandato en 2012
se encontró con muchas dificultades, si bien, como el objetivo era acceder al
poder, durante la campaña electoral prometió vencerlas como quien dice en un
plis plas. Es cierto también que a finales de 2016 se aprecian datos
macroeconómicos favorables. Lo son la disminución del desempleo desde el 27% al
19%, el crecimiento de las exportaciones, el aumento del turismo, la
recuperación del PIB al 3,2% en 2015 y en torno al 3% en el año siguiente.
Estos logros parciales se vieron
favorecidos por factores externos circunstanciales, como la devaluación del
euro, el incremento de la demanda europea, la bajada de los tipos de interés,
la compra de bonos por el Banco Central Europeo a partir de julio de 2012, el
hundimiento de los precios del petróleo y la inseguridad de los países del sur
del Mediterráneo que desvió a muchos turistas a nuestro país.
Al ganar las elecciones de 2011 por mayoría
absoluta, el nuevo Gobierno se enfrentó a una penosa situación económica que
bautizó como la herencia socialista. Cualquier problema suele tener más de una
solución y en este caso la solución
lleva implícita sobre quien recaerán las consecuencias. No es lo mismo aumentar
el IRPF que el IVA y, en general, poner el acento en los impuestos directos o
los indirectos.
La opción escogida por el Gobierno
determinó que los costes de la crisis
fueran especialmente duros para
los trabajadores y la clase media baja a través de una serie de políticas
discriminatorias como las siguientes: a) reforma laboral que amplió las causas
de despido, abarató la indemnización de 33 días por año de servicio a 20 y
antepuso el convenio de empresa al de rama productiva; b) subida del IVA del
18% al 21%; c) reducción de plantillas en los servicios de sanidad y educación;
d) congelación de las ayudas a la dependencia; e) restricción en la concesión
de becas; f) recortes en I+D; y
congelación del salario mínimo. El conjunto de medidas supuso una severa
devaluación salarial y un notable empeoramiento de las condiciones laborales.
Por el contrario, las clases mejor dotadas
no se vieron afectadas por los recortes de
los servicios básicos así como por la supresión del impuesto sobre el patrimonio y el de transmisiones,
este último reducido o eliminado en
varias comunidades autónomas. Al mismo tiempo, el ministro de Hacienda,
Cristóbal Montoro, se sacó de la manga una amnistía fiscal que permitió lavar
cuentas de evasores en paraísos fiscales, mediante el pago del 3% de los
depósitos declarados. En la misma línea de protección a los más pudientes, los
ingresos de altos directivos y consejeros empresariales se mantuvieron
íntegros o se incrementaron, y en el caso
de las empresas financieras, -que provocaron o agravaron la crisis soportada
por los contribuyentes de 53.000 millones de euros- mantuvieron sus
puestos o fueron despedidos con pensiones e indemnizaciones de fábula.
El giro de la política económica se inspiró
en la ideología del partido gobernante. Ello explica, por ejemplo, que mientras la reforma laboral, lesiva para
los trabajadores, fue aprobada en los primeros seis meses de gobierno, en tanto
la reforma fiscal entró en vigor en 2015 y 2016 con rebajas impositivas a la vista de las elecciones que tuvieron
lugar el 20 de diciembre del primero de
dichos años. La rebaja concedida a
las bases impositivas de menor importe fue insignificante, para las rentas más altas
el beneficio fue muy significativo. La menor recaudación resultante motivó que no fuese cumplido el límite
previsto del déficit, igual que había ocurrido en los tres años anteriores.
Esta política diferenciada dio como
resultado el aumento del número de millonarios y también el de pobres con
especial incidencia en la población infantil. No me extenderé más en detalles
de las consecuencias de la austeridad impuesta, por no alargar el texto.
A lo largo de toda la legislatura, el
Gobierno navegó sobre una ola de corrupción con promesas sobre promesas que no
se vieron avaladas por los hechos. Es verdad que los escándalos no respetaron a
ninguna formación política pero las del PP superaron todas las marcas y
contaminaron a figuras clave, todavía pendientes de juicio. Con este panorama
socioeconómico el nuevo Gobierno inicia sus tareas con la promesa repetida de ser guardián de la decencia, sin convencer
a nadie de que tal propósito sea
realidad. Sobre todo después de haber ganado las dos últimas elecciones, cual
si las aguas del Jordán le hubiesen exonerado de toda culpa revistiéndolo de
plena legitimidad.
2 comentarios:
Tienes algo de razón, pero...démosle la oportunidad de congeniar con los otros dos grandes partidos, para posicionar a España. Hay mucho que hacer y limpiar; de todos os colores. Yo, aunque no estoy entre los millonarios, soy feliz.
te felicito por los textos y por las fotos; son estupendas. Saludos.
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