Como un signo de los tiempos revueltos que
nos ha tocado vivir, asistimos a un inacabado proceso de nuevas formas de
delincuencia que originan variaciones en
la composición de la población penal.
En
épocas pretéritas la mayoría de los encarcelados lo era por culpas contra la propiedad, pero en la
nuestra, que tiene rasgos de anormalidad, sin que haya disminuido el número de
ladrones se ven acompañados por otros
huéspedes (defraudadores, narcotraficantes, pederastas y uxoricidas (definidos
por el DRAE como el que mata a su mujer),
Dejando de lado a los demás, me referiré
aquí y ahora a los crímenes de violencia de género que pueden culminar con el
asesinato de su pareja, delitos que se cometen en todo el mundo y que en nuestro país se repiten con
aterradora frecuencia. Hoy, 25 de noviembre conmemoramos el Día contra la Violencia Machista.
Hasta hace unos cuantos años estos
feminicidios no trascendían, se condolían los familiares, quedaban a veces
impunes y se denominaban crímenes pasionales como si fueran consecuencia
inevitable de la convivencia en matrimonio. Hoy se dan a la publicidad y
conforman que avergüenzan a la sociedad.
Para explicar la persistencia de estas
conductas aberrantes quizás haya que recurrir al acelerado cambio social
que supuso la igualdad legal de ambos
sexos, correspondida con la incapacidad de
no pocos hombres de desprenderse del machismo
y de asumir los nuevos roles familiares, sociales y laborales que
conlleva la igualdad de derechos y deberes de quienes conviven en pareja. Sea
cual fuere el desencadenante, nada justifica recurrir a la fuerza bruta como
solución de cualquier problema.
Es indudable que de la vida en común pueden
surgir incomprensiones y discrepancias, pero si éstas superan el nivel de lo
soportable, siempre queda el recurso de la separación o divorcio, formas
civilizadas de resolver el conflicto cuando ambas partes no puedan vivir bajo
el mismo techo.
Preciso es reconocer que la violencia
doméstica es un fenómeno complejo, y para conocerlo en profundidad creo que
sería conveniente el estudio en todas
sus implicaciones, encomendado a una comisión de expertos (sociólogos,
economistas, sicólogos, jueces y fiscales) que, establecidas las conclusiones
del estudio, propondrían las oportunas medidas que mejorasen la eficacia de las
que hasta ahora se han aplicado.
Llama la atención que en numerosos casos el
victimario se suicida, con lo que la tragedia se agranda y empeora la situación
de los huérfanos que son las víctimas más indefensas e inocentes. Tal vez los
siquiatras podrían decir algo al respecto.
Lo que es de todo punto intolerable es la
vejación, la humillación, el acoso, el abuso de la fuerza bruta, y mucho menos la muerte alevosa de la
parte más débil, lo que es motivo de
vergüenza ajena a quienes aborrecen el uso de la violencia que, afortunadamente,
somos la inmensa mayoría.
Solo aplausos merecen las reiteradas
disposiciones legales adoptadas por los sucesivos Gobiernos sobre la materia.
El problema reviste tal gravedad que se convierte en una preocupación nacional, como lo fue
anteriormente el terrorismo. Solo cabe lamentar que no se hubiese implementado
antes y evitado muchas de las víctimas
que habiendo estado en peligro no contaron con la protección suficiente.
Para que el estado de cosas mejore
sustancialmente no bastará con la promulgación de leyes represivas y su
correcta aplicación por los jueces,
incluyendo la dotación de medios necesarios para que el sistema sea operativo y
eficaz. Habrá que comenzar por la educación en la escuela, haciendo hincapié en
la Declaración Universal
de los Derechos Humanos y fomentar el diálogo como medio de entendimiento, el
respeto a los demás y la igualdad hombre mujer.
El Estado debe acabar con la discriminación
salarial de la mujer para conseguir su independencia económica, y la sociedad,
por su parte, deberá condenar como un todo sin paliativos el machismo y la
misoginia. En esta línea sería deseable que los hombres se sumaran a las
manifestaciones de dolor y protesta junto con las mujeres. También sería de
agradecer que la Iglesia
condenase la violencia de género y excomulgase a los culpables como lo hace a
quienes practican el aborto.
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