Evolucionar es una constante del universo y
nada puede impedir que así sea. Lo expresó bellamente Antonio Machado en dos versos del poema “A orillas del Duero”: Todo se mueve, fluye, discurre
o gira / cambian la mar, el monte y el ojo que lo mira. Las distintas épocas
han experimentado transformaciones más o
menos radicales, pero la presente tiene la singularidad de que en ella se
suceden los cambios con una frecuencia inusitada.
Estamos inmersos en una revolución social
permanente, pacífica y silenciosa que nos depara frecuentes novedades y ha
alterado nuestra forma de vida, sin
saber a donde puede llevarnos. La mayor velocidad del ritmo puede datarse
alrededor de 1968, sin olvidar que sus fundamentos arrancan de tiempo atrás, y de manera
especial, de la posguerra de 1945.
Quienes hemos acumulado muchos
inviernos y miramos en derredor, nos
asombramos de la cantidad y profundidad
de los cambios sobrevenidos, de modo que al comentarlos con nuestros
nietos les parece que hablamos de un mundo inexistente creado por nuestra
imaginación. Cuesta creer que otro tanto sentirán ellos sin que pasen muchos
años, dado que la velocidad con que se producen será cada vez más acelerada.
Desde el punto de vista demográfico tenemos
una esperanza de vida al nacer que pasó de 35años a principios del siglo pasado
a 82 ahora, cifra que se supera año tras
año. La natalidad, que antes fue de 36 nacimientos por cada mil habitantes bajó
la tasa a 12. En consecuencia, el crecimiento natural de la población es negativo sin que ofrezca
expectativas de revertir la tendencia, al haber variado las condiciones
socioeconómicas. Otro aspecto reseñable es la disminución de la población
activa y el crecimiento del censo
urbano, con el despoblamiento de gran parte del territorio. Cambia la
estratificación social, cambia la densidad y aumenta el tamaño de las
ciudades que a su vez originan más problemas urbanos, como el paro inducido por
la automatización y la digitalización de la economía, y la seguridad.
Uno de los signos más evidentes de la
evolución social en Occidente es el reconocimiento de los derechos de la mujer
a la igualdad con el hombre. En el recorrido se han quemado muchas etapas, pero
aun faltan por recorrer otras para llegar a la meta de una auténtica igualdad.
En el mundo del entretenimiento, las formas
varían con frecuencia. El toreo va de capa caída y hoy priman los espectáculos
multitudinarios de los que son ejemplo los partidos de fútbol, un deporte
inventado por los británicos en el siglo XIX que se ha extendido como una
mancha de aceite a numerosos países, y los conciertos de cantantes de moda que
reúnen decenas de miles de espectadores, “fans” como ahora se les llama. Marcar
goles y editar discos se han revelado como la fórmula mágica para conseguir
fama y fortuna en poco tiempo.
Adivinar el futuro de los movimientos
sociales es una tentación que a menudo acomete a quienes analizan las
tendencias que muy pocos aciertan debido a la complejidad de los factores que
intervienen. La realidad suele desmentir a los que aspiran a ser profetas. Solo
hay una predicción que tiene todas las probabilidades de cumplirse: que el
mundo seguirá cambiando a velocidad creciente y se agrandará el desfase entre las generaciones por insuficiente adaptación a los nuevos escenarios. Toda una enorme
tarea para sociólogos.
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