Cuando alguien desea adquirir un bien sin
contar con dinero para satisfacer su precio, es habitual acudir a un préstamo,
que normalmente obtiene en un banco, ya que esta es una actividad a la que
dedica buena parte de los depósitos que les confían los ahorradores.
Endeudarse permite anticipar el disfrute de un bien cuyo coste
espera diferir en el tiempo, como es el caso de la compra de vivienda propia.
En este supuesto la prudencia aconsejaría
ahorrar antes una parte significativa
de precio a fin de evitar que
los pagos mensuales sobrepasasen el 30% de sus ingresos. El riesgo
en que se incurre es la incertidumbre sobre la disponibilidad de ingresos con que abonar las cuotas de amortización e intereses. El
problema se agudiza por la precariedad del empleo que implica la inseguridad de
conservarlo, en contraste con lo que era
frecuente tiempo atrás en que el trabajador se jubilaba en la empresa en
la que había iniciado su vida laboral. La misma prudencia disuadiría de acudir
al crédito para atender gastos consuntivos como podrían ser unas vacaciones o
comprar una segunda vivienda si los plazos a pagar excediesen el 30% de sus
ingresos.
Las mismas consideraciones son válidas para
las operaciones de apalancamiento del Estado. Endeudarse representa trasladar
la carga a las generaciones venideras. Desde el punto de vista macroeconómico, la UE establece como límite el 60% del PIB, y sin embargo, por
efectos de la crisis, varios países, y
entre ellos España, superan el 100%. Ello obliga a presupuestar para el pago de intereses la
mayor partida de gasto, que sobrepasa los 30.000 millones de euros. Y si no es mayor
se debe a los bajos tipos de interés que rigen actualmente gracias a la intervención del Banco Central
Europeo, y no sabemos hasta cuándo. Cada 1% que aumentasen supondría
incrementar la carga en 10.000 millones.
Las expectativas a corto plazo son poco
favorables. Como ciertos gastos tienden a crecer, por ejemplo, las pensiones, y
la recaudación disminuye, en parte por la rebaja del IRPF acordada en 2015 para
propiciar la victoria del PP en las elecciones de 2015, el resultado es el
desajuste de las cuentas que incrementan el déficit, el cual a su vez agranda
la deuda e impide cumplir los compromisos con Bruselas respecto a la reducción
escalonada del déficit. El castigo podría ser que la Comisión Europea impusiera una multa de hasta 5.000 millones y
la retención de fondos estructurales a que nuestro país tiene derecho.
Según estudios de varios economistas
norteamericanos, si la deuda pública llega al 90% de PIB se pone en peligro la
estabilidad presupuestaria y el crecimiento de la economía.
El crédito no debe utilizarse para
financiar el gasto corriente y solo es admisible si se destina a costear
infraestructuras que aumenten la producción y originen retornos en forma de
beneficios recurrentes que a su vez faciliten
la amortización de la deuda. Este análisis deberá llevar a una rigurosa
selección de las obras que se proyectan, calculando los costes de mantenimiento
y el coste de oportunidad a fin de que se cumplan dichas condiciones y que reúnan
más ventajas que cualquier otra inversión alternativa.
Lamentablemente son muchas las obras cuya
ejecución no se ajusta a tal metodología
sino con sujeción a intereses particulares o a presiones de poderes locales con
motivación política. Por citar un ejemplo elocuente, me referiré al plan del
AVE o ferrocarril de alta velocidad que prevé
que España tenga más líneas que cualquier otro país europeo y cuyo coste
superará los 50.000 millones aparte de mantenimiento de 100.000 euros por
kilómetros, y encima solo es utilizable para el transporte de viajeros. Por
consiguiente, habrá que mantener en servicio la red preexistente para el
tráfico de mercancías. Está claro que la extensión del AVE es
desproporcionada y falta de realismo en
relación con las necesidades y los recursos, lo que conllevará la infrautilización de la capacidad disponible, y
consiguientemente, la ausencia de rentabilidad, mírese como se mire. Una alternativa
económicamente más ventajosa podría haber sido la modernización de la red
actual que cubriría el transporte de mercancías y viajeros.
Si pensamos que España ha descuidado la
calidad de la educación, especialmente la de las universidades, la despoblación
del rural, la atención a la dependencia y tantos aspectos de lo que denominamos
Estado de bienestar, es inevitable concluir que muchas grandes obras de
comunicaciones y transportes se han llevado a cabo por un erróneo orden de
prioridades y con olvido de los costes de oportunidad. A este respecto es
notable la infradotación de I+D que
sobre una inversión ya exigua del 1,2% del PIB se recortó en los últimos años
el 40% que dio motivo a la interrupción de varios proyectos de
investigación y a la emigración forzosa
de jóvenes científicos en cuya formación se habían invertido muchos millones
que ahora fructificarán en otros países. Se trata de justificar los recortes
con el pretexto de la crisis, pero es precisamente en esos casos cuando está
indicado un mayor esfuerzo inversor para cimentar el futuro. Bastaría mirarse
en el espejo de Corea del Sur que siguió el camino inverso a partir de la crisis de 1997 y de ahí salieron
empresas innovadoras como Samsung.
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