Una de las notas determinantes de nuestro
tiempo está representada por las migraciones. Masas enormes de gente cambian su
residencia habitual, unas huyendo de guerras fratricidas y otras impulsadas por
el atraso y la miseria en que viven. La tendencia a emigrar es una característica
que distingue a los seres humanos porque el “Homo sapiens” es explorador por
naturaleza. Recordemos que desde su cuna en África Oriental se extendió a toda
la superficie del planeta.
Lo que es propio de los movimientos de
población que estamos viviendo es el número de personas afectadas, que coincide
con un rechazo sin precedentes por parte de los países receptores. En el siglo
XIX millones de europeos se trasladaron a América para poblar espacios vacíos sin
resistencia de los indígenas, o venciéndoles si se oponían, al tiempo que
llevaban cantidades ingentes de esclavos africanos cazados a lazo por sus
compatriotas para desempeñar los trabajos más duros en condiciones terribles.
A estimular la aventura migratoria sin
reparar en los riesgos contribuye la difusión de las comunicaciones que
permiten conocer en todas partes el bienestar que disfrutan otros países como
Europa y Estados Unidos. Ocurre, sin embargo, que estas naciones no están
dispuestas a acogerlos, y para impedir su entrada les cierran el paso
con muros fronterizos.
Los mayores emisores de emigrantes económicos
son Europa Oriental (Bulgaria, Rumanía y Albania), Asia Oriental (China y
Filipinas), México y América Central, y mayoritariamente África subsahariana
donde con frecuencia coinciden altas tasas de natalidad con hambrunas, pobreza,
inestabilidad política, corrupción y guerras civiles. Los expulsados por las
guerras cuyo número excede de 50 millones, proceden de Siria, Irak y
Afganistán.
Un aspecto que añade dramatismo y repulsa
en relación con las migraciones es el tráfico de personas en la clandestinidad.
Han aparecido organizaciones que, a cambio de importantes sumas de dinero, más
onerosas si se piensa en quienes son los pagadores, las trasladan en
embarcaciones totalmente inseguras con frecuentes naufragios. Tales mafias
radican en los países emisores pero a veces son controladas en los países
desarrollados donde se proveen de los medios que utilizan.
Por la importancia que reviste y por el
dolor que causa a tanta gente, la migración irregular se ha convertido en un
problema de creciente gravedad con variadas implicaciones. Por un lado el
fenómeno coincide con un descenso demográfico en Europa cuyas consecuencias
negativas podrían suavizarse con la llegada de extranjeros adultos a los que no
hay que criar y formar. Otro resultado no deseable es que aquellos que logran
entrar en la fortaleza al tener una residencia ilegal se convierten en víctimas
de abusos, son carne de explotación. De ello depende la viabilidad de
explotaciones hortofrutícolas de Dalias (Almería) o la rentabilidad de la
agricultura de California.
Sería ilusorio pensar que la solución es
fácil y que está al alcance de la mano. Bien al contrario, las causas son diversas.
La situación es compleja y los intereses
en juego, innumerables. Necesitamos comprender que estamos ante un problema
global, que serviría de poco que un país solo quisiera resolverlo. En lo que no
parece haber duda es que afecta a centenares de millones , que por tanto, debe
ser Naciones Unidas, máximo representante de los intereses mundiales, quien lo tenga
permanentemente en su agenda para
coordinar los diferentes puntos de vista en pro de un acuerdo lo más equitativo
posible entre las partes implicadas.
El éxito conseguido con la firma el 12 de
noviembre en París de la Cumbre
del Clima da pie a la esperanza de que cuestiones globales como esta puedan ser
planteadas y resueltas en un foro mundial al amparo de la ONU, teniendo en
cuenta que se trata de una cuestión de vida o muerte para millones de personas.
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