Cuando entramos en campaña electoral de hoz
y coz –que no es sino la prolongación de una interminable precampaña– los
candidatos exponen urbi et orbi sus propuestas y ofrecen soluciones a todos los
problemas habidos o por haber aunque haya que inventarlos. De la panoplia de
mejoras que ofrecen destacan las rebajas de impuestos, a sabiendas de que nadie
les va a pedir cuentas de su incumplimiento.
En materia de rebajas de impuestos se
llevan la palma el Partido Popular y
Ciudadanos, los cuales hacen especial hincapié en la tarifa del Impuesto sobre la Renta de las Personas
Físicas (IRPF) con mayor incidencia en los tramos más altos, de modo que el
actual, que es del 45% pasaría al 43%. Se trata de disminuir la cuota de las
mayores rentas con el pretexto de incrementar las inversiones, un supuesto que
ni la teoría ni la experiencia avalan. Lo que sí incide es en producir un
impacto favorable en los electores afectados y así ganar los comicios, que es
en realidad lo que importa para seguir gobernando.
El IRPF forma parte del grupo de impuestos
directos y es la principal fuente de ingresos con que cuenta Hacienda en su
recaudación. Como su nombre indica, grava las rentas percibidas por el contribuyente,
de modo que paga más quien más gana. Como el control de la base tributaria es
más fácil a través de las nóminas, las rentas del trabajo son las que soportan
el 80% de la recaudación. Las procedentes del capital (alquileres, intereses,
dividendos y plusvalías) además de ser más escurridizas ante el fisco, gozan de
un tratamiento fiscal más benévolo.
Los impuestos individuales basados en el
consumo no distinguen si el contribuyente tiene muchos o pocos ingresos, de
forma que lo paga por igual quien compra un Mercedes que quien adquiere una
entrada de cine. Si los políticos quisieran ser fieles a los principios de
justicia social que pregonan, tendrían que rebajar –y a medio plazo suprimir–
el IVA, el más inequitativo del sistema tributario. Y aquí viene la trampa a
que alude el título de este artículo, en la que caemos con frecuencia
inadvertidamente. Ocurre que mucha gente denosta el IRPF porque nos saca del
bolsillo una cantidad considerable de una sola vez sobre el salario que hemos
ganado con nuestro trabajo durante un año, aparte de lo que hayan podido
descontarnos en la nómina de cada mes. Por ello, es objeto de deseo de los
candidatos pujar por su reducción. En
cambio, tratándose del IVA, como nos lo quitan en cada acto de consumo que
hacemos, no caemos en la cuenta de que el precio incorpora el impuesto cuyo tipo de gravamen varía de
unos productos a otros, del 4% al 21%, después de haber asegurado por activa y
por pasiva que nunca lo tocarían. Esta
promesa fue una de las que dieron al PP la victoria por mayoría absoluta en
2011.
Creo que es más que posible que si sumáramos lo que hemos pagado por IVA
durante los 365 días del año por la compra
de pan leche, vestido, calzado y gasolina entre otros bienes y lo
comparáramos con el ominoso IRPF nos llevaríamos una sorpresa. La rebaja de
este impuesto tiene un aspecto socialmente injusto asociado. Cuanto menos
contribuyan las clases más acaudaladas, más tendremos que aportar los demás o el Estado dispondrá de
menos recursos para atender los servicios básicos en perjuicio de los más
débiles.
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