Un conocido aforismo dice que los errores se pagan y consideramos lógico que así sea, sobre todo si comportan daños a terceros. Esto suele cumplirse, y no siempre, si se trata de casos individuales pero no cuando estamos ante errores políticos cuyos perjuicios recaen sobre la población en general. Aquí el dicho se queda corto o incompleto porque no aclara quienes pagan el pato por muy inocentes que sean.
Hechos recientes ponen de relieve la distancia
abismal que separa los fallos cometidos y quienes sufren las consecuencias.
Existe consenso en que buena aparte de la responsabilidad por la crisis económica que padecemos desde hace siete años, es imputable a banqueros y al banco supervisor a pesar de lo cual, ni unos ni otro han asumido ninguna responsabilidad ni pedido disculpas. Al contrario, quienes la provocaron por su codicia, cortedad de miras y pérdida de valores éticos continuaron en sus puestos o se retiraron, en el peor de los casos a disfrutar de sus jubilaciones doradas y con increíbles indemnizaciones. Parece que se les premia por sus fracasos.
Quienes sufrieron las consecuencias de su
desacertada gestión fueron los empleados que se quedaron en la calle, los
prestatarios que fueron desahuciados y, en cierto modo, todos los españoles que
hemos de cubrir con nuestros impuestos el coste del rescate de las entidades,
además de los recortes en servicios básicos. Pareciera que los interesados
percibieran una recompensa por sus fracasos.
Fallos de otra índole pero no menos graves
los cometen políticos con trágicas consecuencias. Uno de permanente actualidad
es la guerra civil de Siria donde Occidente, por su intransigente exigencia de
derribar al presidente Bachar el Asad que permiten, por acción y omisión, que
continúe el derramamiento de sangre. Tras cinco años de contienda, EE.UU. y la UE han caído en la cuenta de
que con la ayuda de Rusia el dictador, apoyado por el ejército, no puede ser
depuesto. Por consiguiente, ya se han iniciado los primeros pasos para negociar
con él una salida pactada que vaya seguida de elecciones. El error de
apreciación y el retraso en asumir la realidad costó la destrucción del país y
el desplazamiento de once millones de personas con inenarrables sufrimientos.
Los gobernantes que pudieron y debieron
intervenir a tiempo para evitar la tragedia ni siquiera reconocen su
equivocación ni pedir disculpas. Ni Putin, ni Obama, ni Merkel, ni Cameron, ni
Hollande parecen tener remordimientos por el dolor causado.
Las lecciones de la historia no les
ilustraron para comprender que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Así
lo entendieron, en cambio las democracias cuando en la Segunda Guerra Mundial se
aliaron con su enemigo, la Unión
Soviética para vencer al archienemigo común, el nazismo alemán. Es lo que ahora,
demasiado tarde, se trata de poner en práctica utilizando a Bachar el Asad para
derrotar al Estado Islámico, verdadero demonio de la humanidad.
Después del error inicial, la UE ha incurrido en otro,
acompañado de una carga de egoísmo y cinismo. Los horrores de la guerra
fratricida obligaron a exiliarse a cuatro millones de sirios que buscaron
refugio en sus vecinos Líbano, Jordania y Turquía sin que la UE se diera por aludida y por
tanto, sin que estos países recibieran ayuda alguna con olvido de los derechos
humanos y el acogimiento obligado de los refugiados. Hasta que Turquía, cansada
de aguantar la carga en solitario, si no expulsó a los refugiados, permitió o
toleró que salieran en embarcaciones precarias algunas de las cuales
naufragaron, para dirigirse a Grecia como vía de acceso al norte de Europa,
preferentemente a Alemania, cuyos gobiernos cayeron en la cuenta de que el problema lo tenían en sus
fronteras.
Ante
la nueva situación, convocaron una “cumbre” a la que invitaron al primer
ministro turco, Davutoglu, al que se le ofrecieron “inicialmente” 3.ooo
millones de euros para que impida la marcha de los refugiados de su territorio.
Sabedor aquél de su capacidad de presión, exigió también la supresión de visados para viajar al
territorio Schengen y la aceleración de las negociaciones para su adhesión a la UE que llevaban más de diez
años estancadas por la oposición de Alemania y Francia. Parece que no importa
que Ankara se resista a introducir las reformas que Bruselas le pide.
A todo esto, Jordania y Líbano, como no
pueden hacer chantaje quedan excluidas del ofrecimiento a Turquía, debiendo
soportar la carga de los exiliados con sus propios medios contando únicamente
con la insuficiente asistencia de Acnur.
Los resultados de los errores ajenos
tienen que soportarlos quienes se vieron forzados a abandonar sus hogares por
los horrores de la guerra y los dos países que los acogieron. En esta ocasión
los europeos fueron campeones de insolidaridad y su prestigio internacional
cayó por los suelos. Se puede afirmar que hemos traicionado los principios éticos
de los que presumíamos como adalides.
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