Después de tanto como se ha hablado y
escrito en relación con la profunda crisis griega, insistir en el tema es
comprometido por temor a incurrir en repeticiones o latiguillos. Sin embargo,
es de temer que Atenas seguirá estando de actualidad porque el acuerdo al que
se llegó en Viena el 13 de julio tras una reunión maratoniana de 17 horas, está
cosido con alfileres y nada garantiza que su vigencia sea duradera y que los
acuerdos lleguen a buen fin. Tendremos embrollo helénico para rato.
Me limitaré a plantear algunas cuestiones
que a mi juicio no fueron bien explicitadas. El origen de la tragedia se
remonta a muchos años atrás por la
desastrosa gestión de sus gobiernos
corruptos, tanto de la derecha como de los socialistas del Pasok, que condujo a
endeudar el país más allá de todo límite razonable, a pesar de la ayuda
recibida de la UE.
La culpa de que el país se encuentre al
borde de la quiebra le pertenece a las élites gobernantes que se han
despreocupado de modernizar el Estado de forma que sea homologable con el de
sus socios europeos. Cuando la situación se hizo insostenible los sucesivos
gobiernos acudieron a los bancos internacionales en solicitud de créditos que
fueron concedidos de forma irresponsable, por cuanto la suma excedía la
solvencia del deudor y el riesgo de impago era previsible. Producido éste ni
los políticos ni los banqueros rindieron cuentas.
Las entidades financieras vieron en peligro
sus inversiones y para salvar sus intereses promovieron en 2010 el primer
rescate que sirvió para que los bancos transfiriesen sus créditos al Fondo
Monetario Internacional y al Banco Central Europeo. De esta manera el dinero se
le entregaba a Grecia con una mano y con la otra se lo retiraban para dárselo a
los acreedores. En definitiva, el impago de la deuda recaería sobre los
contribuyentes europeos sin comerlo ni beberlo y sin que la economía griega
recibiera más del 10%.
La concesión del rescate llevaba implícita
drásticas medidas de austeridad, recortes de gastos sociales y aumento de
impuestos. Como resultado, la actividad económica colapsó, el malestar aumentó
y la capacidad de reembolso desapareció.
Tras el primer rescate, precedido de una
quita, llegó el segundo con nuevas exigencias de austeridad. Todo en una huída
hacia delante o un viaje a ninguna parte ya que sin crecimiento el sufrimiento
de la población era inútil. Finalmente, en la citada reunión del 13 de julio se
acordó iniciar la negociación de un tercer rescate a cambio de un nuevo giro de
tuerca que incluye la rebaja de pensiones y el incremento del IVA al 23%.
A tal extremo llegaron las condiciones
impuestas por sus antes socios y ahora acreedores que primero la gerente del
FMI, Cristine Lagarde, hubo de reconocer públicamente que se habían cometido
errores en el tratamiento de la crisis, y poco después, el presidente de la Comisión Europea,
Jean-Claude Juncker declaró: “Hemos pecado contra la dignidad de los ciudadanos
en Grecia”.
Suele decirse que los errores se pagan, mas
en este caso, quienes los cometieron se llamaron andana y las consecuencias las
vienen pagando sobre todo las clases más vulnerables griegas.
A la vista de lo ocurrido es ineludible
plantearse algunas preguntas: ¿Por qué se aceptó la adhesión de Grecia a la UE si no cumplía las
condiciones establecidas y no se le impuso la obligación de las reformas
imprescindibles? Si Atenas falseó sus cuentas, ¿por qué no se verificaron los
datos antes de admitir su ingreso en la Eurozona? Nadie ha explicado por qué se
concedieron los sucesivos rescates sin exigir las reformas que facilitasen la
modernización del país y posibilitaran el crecimiento mediante la corrección de
vicios endémicos (corrupción generalizada, escasas medidas represivas del
fraude fiscal o el aligeramiento de la Administración).
Todo ello nos lleva a la conclusión de que
los fallos habidos hicieron que el problema griego se transformase en un
problema europeo y que la responsabilidad esté compartida por ambas partes.
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