Hoy, 18 de julio de 2015 se cumple el
septuagésimo noveno aniversario del estallido de la Guerra Civil, el día en que la
mitad de los españoles se enfrentaron con odio a la otra mitad buscando la mutua
destrucción. Setenta y nueve años es mucho tiempo pero por desgracia aun no ha
sido suficiente para borrar la huella de aquella tragedia como hemos visto al
poner en práctica la tardía y polémica Ley de Memoria Histórica.
Sin duda, la resistencia al olvido obedece
en buena parte al desconocimiento de la intrahistoria a causa del cierre de
fuentes documentales, explicativas de los hechos y de las personas que los
protagonizaron. Todavía gran parte de los archivos oficiales continúan
secretos, y el que custodia la familia del dictador es de acceso restringido a
los historiadores. Ello explica, por ejemplo, que nadie pueda dar una cifra
precisa e irrebatible de las bajas de ambos bandos, tanto en los frentes de
batalla como en la retaguardia, es decir el coste humano que ocasionó la contienda.
Fueron autores extranjeros, hispanistas los que hicieron las primeras
aportaciones bibliográficas desprejuiciadas, fruto de sus investigaciones. Los
sucesivos Gobiernos que hemos tenido no han querido o podido resolver las dudas
sobre aspectos concretos de la cuestión que siguen siendo discutidos. Pareciera
como si airear determinados aspectos de aquella lucha fratricida levantase
ampollas,
El tiempo, que es bálsamo curativo, no ha
surtido efecto para apaciguar las pasiones, para que la verdad no perturbe el
sentido de la convivencia pacífica. No es sano ni justo que después de tantos
años, los españoles tengamos vetado el conocimiento objetivo de los hechos de
los que fueron protagonistas y víctimas nuestros padres o abuelos. Y no es sano
porque las heridas si no se cicatrizan con la reconciliación y el perdón mutuo,
continúan supurando.
Propiciaría la auténtica reconciliación el
conocimiento de lo que supuso una de las páginas más negras de nuestro pasado.
Solo así haremos que no se cumpla la advertencia del filósofo George Santayana,
de que los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla. Tal
vez por no haber aprendido la lección de las guerras civiles del siglo XIX la
hemos repetido en siglo XX.
Siendo inmensa la bibliografía a que dio
lugar nuestra guerra incivil aún seguimos huérfanos de una historia verídica
contrastada con los documentos oficiales. Tampoco tiene una explicación
plausible que en los libros de texto se le dé un tratamiento mínimo y a veces
sesgado de algo que tiene una importancia capital en la formación de las nuevas
generaciones
Tal vez quienes más podríamos pedir
explicaciones sobre el largo silencio seríamos los que conservamos en la mente las
terribles escenas de aquellos tiempos tumultuosos, pero ya quedamos muy pocos,
y además, todos somos víctimas, por la sencilla razón de que éramos niños, y
los niños no podemos ser jueces.
Sin duda, nadie a estas alturas albergará
el menor ánimo de venganza y desquite, entre otras razones, porque los
implicados yacen bajo tierra. La muerte ha igualado a víctimas y verdugos.
Descansen en paz.
Pienso que quizás fuese útil la apertura de
museos de la Guerra Civil
para que todos pudiéramos ver a través de textos e imágenes el ambiente en que
se desarrollaron los acontecimientos sin resentimiento y sin ofender a cuantos
se sintieron obligados a empuñar las armas contra sus hermanos porque, entre
otras razones, las culpas estarían compartidas. No se trataría de pedir cuentas
a nadie sino de un gesto de desagravio a la desmemoria.
Ojalá que a partir de hoy perdamos un poco
de memoria retrospectiva y desarrollemos a cambio una visión más colaborativa y
optimista del futuro que impulse la construcción conjunta de un país más justo
donde sea imposible siquiera imaginar la posibilidad de reincidir en los mismos
errores en que cayeron nuestros antepasados en fechas de infausto recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario