En vísperas de elecciones es tradición que
quienes detentan el poder ofrezcan a los ciudadanos medidas atractivas,
generalmente de índole tributaria, que buscan captar voluntades a manera de
regalos a cambio de votos. Una de tales medidas fue la que anunció el
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el 2 de julio, de adelantar la rebaja
del IRPF con carácter retroactivo al 1º de julio en lugar de entrar en vigor en
2016 como estaba previsto. El regalo fiscal es, de menos a más, de 128 euros
para sueldos comprendidos entre 6.000 y 10.000 euros y de 6.007 para quienes
ganen 500.000 o más. El mayor multiplica por 47 lo percibido por el inferior.
Está claro que el trato diferencial ahonda
la desigualdad social. Quien cobre más de 12.000 ahorrará 255 euros. Se premia
al que más gana y se exprime al asalariado de clase media, acentuándose el
injusto reparto de cargas derivadas de la crisis desde un principio. Ello
explica que, según encuestas recientes, desde 2008 el número de millonarios
aumentó el 40% en tanto proliferan sueldos de 300 y 400 euros por puestos de
trabajo temporales y a tiempo parcial que sirven para engrosar las estadísticas
de creación de empleo.
Si las normas tributarias fueran más
equitativas cabría esperar que la rebaja comenzase por la tarifa del IVA que en
2012 pasó del 18% al 21%, en contradicción flagrante con las promesas electorales
que dieron la mayoría absoluta al partido gobernante. Habría beneficiado a
mucha más gente, y precisamente la más necesitada. En cambio, quienes cobran
los mayores salarios incluyen a pocos más que los consejeros y altos directivos
de las grandes empresas, los cuales cuentan con fórmulas amparadas por la ley
para escamotear impuestos (sociedades pantalla, sicavs, paraísos fiscales,
etc). Tal vez sea porque dinero llama a dinero.
Políticas de este jaez dan por resultado
que la desigualdad sea cada vez más extrema. En declaraciones de hace unos
meses, la ministra de Empleo, Fátima Báñez, lanzaba las campanas al vuelo al
presumir de que la desigualdad había caído en 2013, después de cinco años de
aumento. La respuesta acaba de llegar de la agencia estadística Eurostat al
publicar el “ranking” de varios países. Y esos datos muestran que en 2014
España era el país más desigual de Europa, superando incluso a Grecia y Letonia
que antes estaban peor situados. El coeficiente de Gini (que va de 0, igualdad
total a 1, máxima desigualdad) fue en dicho año el 0,337, siendo el mínimo el de
Finlandia con 0,256.
Ciertamente, el factor que más daña los
ingresos es el elevado desempleo en el que somos campeones, pero también
coadyuvan la exigüidad de las políticas sociales y los recortes en servicios
básicos. Cada año que pasa, muchos parados de larga duración agotan sus
prestaciones desempleo y quedan desamparados.
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