domingo, 2 de agosto de 2015

Investigar en España



Resultado de imagen de ciencia    El nivel científico de nuestro país dista mucho del que debería tener. El cultivo de la ciencia y la tecnología no forma parte de las prioridades de nuestros gobernantes del pasado y del presente. Tampoco goza de un ambiente favorable entre la opinión pública hasta el punto de ser difícil distinguir si nuestro atraso se debe a la escasa investigación o si ésta es consecuencia del atraso.
    No hemos caído en la cuenta de los retornos que proporciona la ciencia. En Estados Unidos existen informes según los cuales el 50% del crecimiento económico del país desde la II Guerra Mundial procede de los descubrimientos científicos y tecnológicos.
Si la sociedad necesita de la ciencia, ésta no puede desarrollarse sin el apoyo de la sociedad. Se trata de una dependencia mutua. Las cosas habían mejorado algo, pero como un efecto más de la crisis, la investigación sufrió severos recortes. Ello se tradujo en la emigración de muchos científicos al no encontrar salida en su patria. El porcentaje de inversión que en 2008 había sido del 1,4% del PIB, se redujo a menos del 1%. Justo lo contrario de cómo reaccionó Corea del Sur que aumentó su presupuesto en educación e investigación con un éxito espectacular. Nuestra política de austeridad a todo trance la sufrieron también las universidades que acusaron el impacto en la cantidad de artículos publicados en las principales revistas especializadas. Disminuyó asimismo tanto el número de licenciados en ciencia como la captación de estudiantes e investigadores extranjeros,
    Ya en 2008, cuando la UE estaba formada por 15 socios, las estadísticas asignaban a España un puesto de cola en varios de dichos parámetros, y su lugar en el ranking no se correspondía con una nación que entonces era la novena potencia económica mundial.
    Una prueba del clima social poco propicio para el desarrollo de la investigación la ofrecen los medios de comunicación en los que el espacio dedicado a la divulgación científica es mínimo si lo comparamos con el que dedican a los deportes, comenzando por el fútbol, en tanto que se publican horóscopos, artículos y reportajes sobre ufología, brujería, magia y otras materias de similar enjundia.
    El resultado no podía ser otro que nuestra pobre aportación al catálogo de descubrimientos e inventos que han cambiado el mundo. Santiago Ramón y Cajal sigue siendo el único premio Nobel que podemos exhibir, pues el segundo, Severo Ochoa, si bien nació en Asturias, hizo su carrera en EE.UU. y se nacionalizó norteamericano.
    La desafección por la ciencia en España viene de antiguo. En el pasado se hizo creíble la afirmación de que lo que era verdad más allá de los Pirineos era error aquende la cordillera. Todavía en 1922 el hispanista A Marvaud, en su libro “L’Espagne au Siécle XXe” sostenía que “La teocracia, la plutocracia y la burocracia era tres de los males de España. Nadie podría asegurar que tales barreras han desaparecido de nuestro horizonte. El cambio, si se produce, será forzosamente lento, pero ello no exime a nuestros políticos de no iniciarlo.

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