El nivel científico de nuestro país dista
mucho del que debería tener. El cultivo de la ciencia y la tecnología no forma
parte de las prioridades de nuestros gobernantes del pasado y del presente.
Tampoco goza de un ambiente favorable entre la opinión pública hasta el punto
de ser difícil distinguir si nuestro atraso se debe a la escasa investigación o
si ésta es consecuencia del atraso.
No hemos caído en la cuenta de los retornos
que proporciona la ciencia. En Estados Unidos existen informes según los cuales
el 50% del crecimiento económico del país desde la
II Guerra Mundial procede de los
descubrimientos científicos y tecnológicos.
Si
la sociedad necesita de la ciencia, ésta no puede desarrollarse sin el apoyo de
la sociedad. Se trata de una dependencia mutua. Las cosas habían mejorado algo,
pero como un efecto más de la crisis, la investigación sufrió severos recortes.
Ello se tradujo en la emigración de muchos científicos al no encontrar salida
en su patria. El porcentaje de inversión que en 2008 había sido del 1,4% del
PIB, se redujo a menos del 1%. Justo lo contrario de cómo reaccionó Corea del
Sur que aumentó su presupuesto en educación e investigación con un éxito
espectacular. Nuestra política de austeridad a todo trance la sufrieron también
las universidades que acusaron el impacto en la cantidad de artículos
publicados en las principales revistas especializadas. Disminuyó asimismo tanto
el número de licenciados en ciencia como la captación de estudiantes e
investigadores extranjeros,
Ya en 2008, cuando la UE estaba formada por 15
socios, las estadísticas asignaban a España un puesto de cola en varios de
dichos parámetros, y su lugar en el ranking no se correspondía con una nación
que entonces era la novena potencia económica mundial.
Una prueba del clima social poco propicio
para el desarrollo de la investigación la ofrecen los medios de comunicación en
los que el espacio dedicado a la divulgación científica es mínimo si lo
comparamos con el que dedican a los deportes, comenzando por el fútbol, en
tanto que se publican horóscopos, artículos y reportajes sobre ufología,
brujería, magia y otras materias de similar enjundia.
El resultado no podía ser otro que nuestra
pobre aportación al catálogo de descubrimientos e inventos que han cambiado el
mundo. Santiago Ramón y Cajal sigue siendo el único premio Nobel que podemos
exhibir, pues el segundo, Severo Ochoa, si bien nació en Asturias, hizo su
carrera en EE.UU. y se nacionalizó norteamericano.
La desafección por la ciencia en España
viene de antiguo. En el pasado se hizo creíble la afirmación de que lo que era
verdad más allá de los Pirineos era error aquende la cordillera. Todavía en
1922 el hispanista A Marvaud, en su libro “L’Espagne au Siécle XXe” sostenía
que “La teocracia, la plutocracia y la burocracia era tres de los males de
España. Nadie podría asegurar que tales barreras han desaparecido de nuestro
horizonte. El cambio, si se produce, será forzosamente lento, pero ello no
exime a nuestros políticos de no iniciarlo.
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