El pasado marzo se cumplieron cuatro años
del comienzo de la tragedia que se abatió sobre Siria en forma de guerra civil.
En ese tiempo han muerto casi 250.000 personas y varios millones han tenido que
abandonar sus hogares y buscar refugio en los países vecinos ante la pasividad
de la comunidad internacional, que parece observar con indiferencia el
inenarrable sufrimiento de tanta gente.
Todo comenzó con manifestaciones pacíficas
al amparo de la primavera árabe, que fueron severamente reprimidas por las
fuerzas armadas y policiales. Los opositores iniciaron entonces la lucha armada
con el aplauso de Occidente. Y el país se vio envuelto en una guerra civil con
intervención de varias potencias extranjeras que han empantanado el conflicto
bélico sin que se atisbe una solución a corto plazo. Son muchos los
protagonistas y de ninguno puede decirse que sea bueno frente al malo.
Para entender el curso de los
acontecimientos, echemos un vistazo a los factores geopolíticos en presencia.
Siria tiene –o tenía- una población de 22 millones de habitantes,
mayoritariamente musulmana compuesta de sunitas (70%), alauitas (12%, una rama
del islamismo chií), y un 10% de cristianos.
Políticamente es una dictadura implantada
en 1970 por Hafez el Asad que al morir en 2000 le sucedió su hijo Bachar el
Asad, actual jefe de Estado, ambos pertenecientes a la minoría alauí. Sobre
este mapa étnico y religioso se proyecta la influencia de Irán, Irak, Arabia
Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Rusia y Estados Unidos
Irán es mayoritariamente chií, encarnizado
enemigo de Washington que provee de armas y dinero a Hezbolá (Partido de Dios),
un grupo terrorista que colabora con el gobierno sirio. Disputa con Arabia la
supremacía del Próximo Oriente. Irak, donde gobierna la minoría chií, mantiene
buenas relaciones con Irán y en su territorio nació, después de la desastrosa
gestión de la ocupación norteamericana, el llamado Estado Islámico, un grupo
terrorista suní próximo a Al Qaeda, desde donde se extendió a Siria para
convertirse en un nuevo factor de la contienda. Por su parte, Arabia y Emiratos
Árabes Unidos son de religión wahabí, la rama más rigurosa del Islam, y se
enfrentan a Irán por dos motivos: la religión y el poder en la región.
En cuanto a Rusia, defiende sus intereses
en Siria donde mantiene la base naval de Tartius y le suministra armas. Otro de
sus objetivos es oponerse a los planes de EE.UU de ejercer el liderazgo. Es un
escenario donde chocan los intereses de ambas potencias.
En el puzle sirio se alinean, por un lado Bachar el Asad,
dispuesto a aferrarse al poder cueste lo que cueste, defendido por el ejército y apoyado por
alauitas, rusos, cristianos y Hezbolá; en frente están los rebeldes enfrentados
entre ellos, y por último los radicales islamistas del EI con la participación de miles de voluntarios de
numerosos países. El balance estratégico se mantiene equilibrado y todo indica
que la solución no vendrá por la vía militar, pues ambos bandos disponen de
buenos proveedores de armamento.
En realidad, en Siria se libran
simultáneamente tres guerras distintas: una, religiosa, otra, entre Estados
Unidos y Rusia que parecen dispuestas a eternizar la guerra fría, y una
tercera, por la hegemonía regional entre Arabia e Irán.
Dados los medios extraños que están en
juego, se puede ver en principio, como un elemento positivo el acuerdo a que llegaron
el grupo P5+1 (EEUU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia más Alemania) e Irán
sobre la energía nuclear. Como declaró el ministro de Asuntos Exteriores iraní,
Mohammad Javar Zarif, si se elimina la profunda desconfianza con Washington se
podría emprender el diálogo sobre otras áreas, una de las cuales es ciertamente
Siria. Confiemos que el acuerdo se firme en junio como está previsto pese a la
oposición que encuentra en sectores de ambas partes. Ningún obstáculo debería
impedir que así fuera para acabar con el calvario que sufre el pueblo sirio.
1 comentario:
Muchos medios hemos de emplear para ayudarles y sobre todo... rezar, para que el mundo no esté animalizado.
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