El
cuarto protagonista de la política, el más importante de todos, es el ciudadano
corriente, el que el político italiano Don Sturzo llamó “L’uomo cualunque”, el
hombre cualquiera, al fundar el partido Demócrata Cristiano. Es quien con su
voto decide quien ha de gobernar el municipio, la comunidad autónoma y la
nación, premia con la reelección a quien lo ha hecho bien o expulsa del poder a
quienes defraudaron las expectativas. De ahí su gran responsabilidad y la
trascendencia del voto que la democracia pone en sus manos.
No siempre estos actúan con coherencia a la
hora de depositar su papeleta en la urna, lo que quita legitimidad a sus quejas
si los elegidos defraudan con sus medidas o comportamientos. El mal uso del
sufragio se produce principalmente por dos causas distintas: la insuficiente
información respecto a candidatos y problemas, y haber sido seducidos con
falsas promesas de imposible cumplimiento. Lo que menos disculpa tiene es el
autoengaño de quienes eligen a personas de reconocida insolvencia moral por
estar imputados en procesos judiciales.
Si la solución de un problema comienza por
el diagnóstico, el aplicado a la democracia en España dista de ser
satisfactorio; por el contrario, aparece manifiestamente mejorable. Hemos visto
que los cuatro agentes implicados adolecen de patologías severas pero no
incurables. Todo depende del interés, el entusiasmo, la independencia y la
generosidad con que las llamadas fuerzas vivas se pongan a la tarea.
Comenzando por el marco legal, son muchos
los retoques que precisan los textos legales, comenzando por la Constitución, y de
ahí a la ley electoral, la financiación de los partidos y hasta el Reglamento
del Congreso, porque no hay nada que sea inmutable, y por el contrario, las
leyes envejecen y es necesario actualizarlas y adoptar los cambios que exigen
los tiempos, venciendo el temor y la inercia causantes del inmovilismo. Un
ejemplo se vivió el 25 de marzo de 2015 en que por sexta vez quedaron rotas las
conversaciones destinadas a cambiar el reglamento de la Cámara baja a pesar de ser
reconocido por todos que ha quedado obsoleto, que restringe las iniciativas
parlamentarias y que pone demasiadas barreras al funcionamiento de las
comisiones de investigación hasta hacerlas inoperantes.
En el contexto de las reformas legislativas
están inmersos los partidos políticos para democratizar su funcionamiento.
Cerrar los resquicios a la financiación irregular, responsabilizar a las
cúpulas directivas de los procedimientos ilegales y garantizar la separación de
los poderes del Estado, son asignaturas pendientes.
También la inadaptación del marco legal
favorece los comportamientos inadecuados de los políticos que cambian el papel
de servidores públicos por el de aprovechados mercaderes, faltando a la le, la
ética y la verdad.
Todo militante que se postulase para
político debería someterse a un riguroso examen, no solo de sus aptitudes como
tal sino de sus antecedentes morales, sin que ello le eximiese de la vigilancia
por parte de la directiva del partido al que pertenece. Los políticos tienen
las mismas virtudes y defectos que los demás mortales, pero una responsabilidad
añadida: ser depositarios de la confianza depositada en ellos por los
electores.
Suele haber consenso en evitar la
profesionalización de la política y la conveniencia de la limitación temporal
de cargos, de modo que nadie se mantenga el ellos más de ocho años.
Finalmente, los ciudadanos deben ser conscientes
del valor de su voto para dárselo a los candidatos que reúnan las mejores
condiciones, eliminando, por supuesto, a quienes tengan problemas con la
justicia; lo contrario implicaría que la
corrupción tiene premio. No debemos olvidar, sin embargo que detrás de un
corrupto hay un corruptor al que también hay que perseguir judicialmente. Tenemos
el deber de informarnos adecuadamente sobre las cualidades de los candidatos y
los programas de los partidos en liza sin dejarnos engatusar con promesas irreales.
Seremos impulsores del cambio si nos interesamos por los asuntos públicos, si
somos más proclives al asociacionismo y a la participación ciudadana en la
política.
Si todos asumimos nuestra parte de
responsabilidad conseguiremos la regeneración de la política que todos
reclaman, incluso los partidos que contribuyeron a su desprestigio. No cabe,
sin embargo ser excesivamente optimistas porque la transformación de las
estructuras tropieza con el factor humano, con sus debilidades y apetencias, lo
cual no debe llevarnos a renunciar a la tarea de suprimir obstáculos y corregir
defectos a fin de que el sistema funcione cada vez mejor.
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