Hay situaciones en la vida en que una
relación de amistad puede complicar la vida de una de las partes porque
deteriora su imagen pública. En tal situación, el afectado desearía borrar esa
relación de su biografía, como si no hubiera existido nunca, pero ya es tarde porque
el pasado sigue presente y el fallo nació de una mala elección en su momento.
Es bien conocido el ejemplo que atañe a un conocido político autonómico que
daría cualquier cosa por hacer desaparecer las fotos en compañía de un conocido
narcotraficante, recientemente condenado a seis años de prisión. Se trata de
amistades peligrosas que retrató
Chardelos de Laclos en su famosa novela así titulada
Esto, que es aplicable a cualquier persona,
adquiere mayor relevancia tratándose de relaciones diplomáticas entre Estados,
si bien los políticos suelen acudir para
disculparse a la explicación de un ministro británico: “Inglaterra no tiene
amigos; solo intereses”, lo que lleva implícita la aceptación del nefasto
principio de que el fin justifica los medios, como predicaba Maquiavelo.
En el ámbito de las relaciones
internacionales, esta antinomia ética se da con harta frecuencia. Si, en
general, parece poco deseable la amistad de alguno por sus delitos contra la
vida o la dignidad de las personas, debería cumplirse tratándose de gobiernos
que pisotean los derechos humanos.
Aun cuando ningún Estado se halla libre de
culpa, destaca por su notoriedad un caso reciente. Con motivo del fallecimiento
del rey Abdala de Arabia y la sucesión de su hermano Salman bin Abdelaziz, se
dieron cita en la corte un gran número de jefes de Estado, entre ellos Obama y
el rey de España Felipe VI. Al nuevo monarca se le atribuyen 79 años (no hay
registros de aquella época), poca salud y hasta rumores de demencia. El régimen
saudí es una monarquía de corte medieval que desconoce los derechos humanos,
priva a sus súbditos de derechos elementales y practica y difunde la forma más rigorista del islamismo. En fin,
todo un ejemplo de lo que en Occidente se considera negativo, despótico,
antidemocrático e irracional.
La razón de tan señalada deferencia está en
el poder que le confiere a Arabia ser el mayor productor y exportador de petróleo,
que a su vez le otorga el liderazgo de la OPEP.
Su poderío económico y militar le convierte en el rival del Irán
de los ayatolas y de freno a los planes iraníes de disponer de armamento
nuclear con la alteración que representaría del “statu quo” del Próximo
Oriente.
Junto a estos datos están hechos tan
relevantes como la sospecha, nunca aclarada, de la participación saudita en los
atentados del 11-S, los orígenes de Al Qaeda y la financiación de grupos
radicales sunies. Encomendar a Arabia la estabilidad política del Próximo
Oriente es como confiar al zorro la seguridad del gallinero. Lo mínimo que
puede asegurarse de la región es su inestabilidad por los intereses
contrapuestos que están en juego.
La entrega a Riad de ingentes cantidades de
dinero a cambio de su oro negro, retorna en parte a los bancos occidentales, en
parte se dedica a la compra de armamento, fundamentalmente norteamericano, y en
parte a la financiación de las mezquitas que funcionan en nuestras ciudades
desde las que se imparte islamismo wahabita que incluye la “sharía”.
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