domingo, 22 de febrero de 2015

Amistades peligrosas



    Hay situaciones en la vida en que una relación de amistad puede complicar la vida de una de las partes porque deteriora su imagen pública. En tal situación, el afectado desearía borrar esa relación de su biografía, como si no hubiera existido nunca, pero ya es tarde porque el pasado sigue presente y el fallo nació de una mala elección en su momento. Es bien conocido el ejemplo que atañe a un conocido político autonómico que daría cualquier cosa por hacer desaparecer las fotos en compañía de un conocido narcotraficante, recientemente condenado a seis años de prisión. Se trata de amistades peligrosas  que retrató Chardelos de Laclos en su famosa novela así titulada
    
    Esto, que es aplicable a cualquier persona, adquiere mayor relevancia tratándose de relaciones diplomáticas entre Estados, si bien los políticos suelen acudir  para disculparse a la explicación de un ministro británico: “Inglaterra no tiene amigos; solo intereses”, lo que lleva implícita la aceptación del nefasto principio de que el fin justifica los medios, como predicaba Maquiavelo.
    En el ámbito de las relaciones internacionales, esta antinomia ética se da con harta frecuencia. Si, en general, parece poco deseable la amistad de alguno por sus delitos contra la vida o la dignidad de las personas, debería cumplirse tratándose de gobiernos que pisotean los derechos humanos.
    Aun cuando ningún Estado se halla libre de culpa, destaca por su notoriedad un caso reciente. Con motivo del fallecimiento del rey Abdala de Arabia y la sucesión de su hermano Salman bin Abdelaziz, se dieron cita en la corte un gran número de jefes de Estado, entre ellos Obama y el rey de España Felipe VI. Al nuevo monarca se le atribuyen 79 años (no hay registros de aquella época), poca salud y hasta rumores de demencia. El régimen saudí es una monarquía de corte medieval que desconoce los derechos humanos, priva a sus súbditos de derechos elementales y practica y difunde  la forma más rigorista del islamismo. En fin, todo un ejemplo de lo que en Occidente se considera negativo, despótico, antidemocrático e irracional.
    La razón de tan señalada deferencia está en el poder que le confiere a Arabia ser el mayor productor y exportador de petróleo, que a su vez le otorga el liderazgo de la OPEP. Su poderío económico y militar le convierte en el rival del Irán de los ayatolas y de freno a los planes iraníes de disponer de armamento nuclear con la alteración que representaría del “statu quo” del Próximo Oriente.
    Junto a estos datos están hechos tan relevantes como la sospecha, nunca aclarada, de la participación saudita en los atentados del 11-S, los orígenes de Al Qaeda y la financiación de grupos radicales sunies. Encomendar a Arabia la estabilidad política del Próximo Oriente es como confiar al zorro la seguridad del gallinero. Lo mínimo que puede asegurarse de la región es su inestabilidad por los intereses contrapuestos que están en juego.
    La entrega a Riad de ingentes cantidades de dinero a cambio de su oro negro, retorna en parte a los bancos occidentales, en parte se dedica a la compra de armamento, fundamentalmente norteamericano, y en parte a la financiación de las mezquitas que funcionan en nuestras ciudades desde las que se imparte islamismo wahabita que incluye la “sharía”.

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