Tras la revolución triunfante en 1959, Cuba
ha pasado por diversas vicisitudes que, si bien no han deparado una situación
floreciente, le han permitido mantenerse a flote y firme en el eslogan “revolución
o muerte”. No sabemos si los cubanos asentirán de buen grado a la resistencia
numantina contra viento y marea, pero el gobierno salido de aquella victoria,
encabezado por los hermanos Castro, sigue impertérrito al timón de la isla
caribeña.
En distintas ocasiones los acontecimientos
de la geopolítica pusieron en apuros al régimen y amenazaron con el naufragio,
más siempre hubo un valedor exterior para evitar que la nave zozobrase. Tras la
entrada triunfal en La Habana
el 1 de enero de 1959 con el respaldo de Estados Unidos, la actitud
complaciente se quebró en 1961 con la nacionalización de las empresas
extranjeras, mayoritariamente norteamericanas, lo cual dio lugar a la sanción
del embargo. La salvación vino de la Unión
Soviética que a cambio de ayudar a Fidel ponía una pica en
Flandes a 150
kilómetros de las costas de su rival como un triunfo en
el contexto de la guerra fría.
Cuba salió del apuro, pero en 1991 el
colapso de la URSS
volvió a poner al gobierno en un serio aprieto con la privación del apoyo
económico e ideológico del comunismo. El turismo y la inversión extranjera,
principalmente a cargo de España y Canadá, paliaron las consecuencias del
aislamiento. La Venezuela
de Chaves contribuyó con el suministro de petróleo a precio preferente,
correspondido con el envío de médicos y profesores que mejoraron la educación y
la sanidad venezolanas.
Ahora, cuando el desplome del precio del
petróleo podría originar trastornos en la isla, llega el tercer rescate en
virtud del acuerdo entre Raúl Castro y Obama hecho público el 17 de diciembre
de 2014 que prevé la normalización de relaciones diplomáticas
cubano-norteamericanas, rotas 53 años antes. En las negociaciones que se
alargaron 18 meses, tuvo un papel destacado la mediación del papa Francisco. Lo
convenido prevé el aumento de las remesas de emigrantes, y mayores facilidades
para los viajes y el comercio mutuo. Por el contrario, el levantamiento del
embargo queda para más adelante, pendiente de que lo autorice el Congreso, dominado
por los republicanos, declarados anticastristas. Todo ello mejorará el
bienestar de la población y, en principio, el fortalecimiento del régimen.
La incógnita que presenta el cambio de
escenario es si impulsará la democratización o si apuntalará la dictadura
implantada hace más de medio siglo. Las opiniones al respecto están divididas.
Así, por ejemplo, Mario Vargas Llosa piensa que a largo plazo tal vez, pero que
a corto, no. Creo que todo depende del número de años que asignemos al corto y
largo plazo. Si le damos al corto cinco años y de ahí en adelante al largo, doy
por cierto que en el curso del primero se impondrá la democracia y la conquista
de derechos y libertades de los cubanos.
Abonan este supuesto razones biológicas, y
sociológicas. Retirado Fidel de la política activa, su hermano Raúl, con 83
años, prometió abandonar la presidencia en 2018, sin contar los avatares que
pueden suceder antes de esa fecha. Sus compañeros de armas como posibles
continuadores, tienen edades similares y además carecen del carisma de los
Castro. Todo hace pensar que la sucesión pasaría a líderes más jóvenes que
hasta ahora no gozan de notoriedad. Independientemente de esta evolución
personal, entrarán en juego otras fuerzas capaces de adelantar el desenlace. Es
previsible que en el curso del presente año se levante el bloqueo, que aumente
la entrada de turistas y se difunda la comunicación en doble sentido, y estos
factores harán más difícil sostener un régimen de partido único y privación de
derechos fundamentales (opinión, expresión, asociación, etc.). En tal tesitura,
si el gobierno se enrocase y optase por la represión, podría precipitar los
acontecimientos y acelerar la transición política. No sería extraño que la
supresión del embargo estuviera condicionada a la previa introducción de
reformas democráticas.
Pienso que muchos cubanos se plantearán el
dilema de elegir entre mantener el régimen vigente con prestaciones sociales o
pasar a un Estado de corte liberal con corrupción y desigualdad, como es
frecuente en otros países del continente. No se olvide que si en su día estalló
la revolución fue como protesta contra los abusos y corruptelas que rodeaban al
gobierno de Fulgencio Batista. Los precedentes de cambios políticos no
ofrecen soluciones uniformes, China y
Vietnam no respetan los derechos humanos, pero a cambio, han sacado de la
pobreza a buena parte de su población. En cambio Corea del Norte no ha logrado
una cosa ni la otra. Negativo también fue el desenlace de la llamada primavera árabe;
con la posible excepción de Túnez, el derrocamiento o la muerte de los
dictadores trajeron la anarquía y el caos. Se demostró lo problemático que es
consolidar la democracia sin demócratas.
Lo que está fuera de duda es que en Cuba se
abre una nueva era con amplias y promisorias expectativas. Que las promesas se
cumplan dependerá del entendimiento que se consiga entre la disidencia interior
y la emigración, y de esta, la parte más envejecida que respira aire de
resentimiento y venganza, así como de la comprensión y generosidad del régimen.
Ojalá que la fortuna sea propicia con la Perla de las Antillas.
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