Sin remontarnos más allá de 1973, cuando estalló la guerra entre Israel y los países árabes, hemos visto que el petróleo y más tarde el gas natural, protagonizaron incontables episodios de carácter económico y político en los ámbitos nacional e internacional, precedentes de la confusa situación que se registra actualmente. No en vano los combustibles fósiles constituyen la materia prima por excelencia, y su papel en la economía mundial es tan importante como la sangre en el sistema circulatorio del reino animal.
En los últimos seis meses su precio pasó de los 108 dólares por barril a menos de 60, con una depreciación de casi el 50%, sin que el descenso haya tocado fondo.
Los factores determinantes del exceso de oferta que ocasionaron el hundimiento de los precios son tanto de origen económico como político. Los primeros son fáciles de enumerar, no así los segundos que solo pueden ser estimados en base a hipótesis a causa del secreto con que los gobernantes mueven sus peones.
Los factores económicos que intervienen son la extracción de petróleo y gas por medio de la fractura hidráulica o “fracking” en Canadá y Estados Unidos que con la producción propia ya cubren la mitad del consumo; la crisis de los países industrializados que se contagió a los emergentes y redujo la demanda, y la mayor eficiencia lograda sobre todo en la automoción y la producción de electricidad.
Entre los factores políticos coadyuvantes cabe destacar la negativa de la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo) que controla el 40% del mercado, a recortar la producción, por presión de Arabia y los Emiratos Árabes, que podría evitar el desplome de los precios. Esta actitud, en coincidencia con el aumento de la oferta norteamericana, explican la bajada de las cotizaciones. Cada uno de los protagonistas tiene su propia estrategia, coincidente en parte. Arabia persigue dos fines: poner en apuros a Irán, su rival regional, y desplazar del mercado el “fracking” haciendo que resulte antieconómico su empleo a partir de un determinado coste de extracción estimado en alrededor de 60 dólares el barril.
En cuanto a EE.UU., coincide con Arabia en perjudicar a Irán para ablandar su posición en las negociaciones en curso a fin de que desista de fabricar armas nucleares. A este objetivo se suma el de causar el mismo impacto a dos productores con los que mantiene tensas relaciones. Uno es Rusia por el conflicto de Ucrania, y el otro es Venezuela, en abierta oposición al gobierno de Washington. El tercer fin que EE.UU. persigue es conseguir con su autoabastecimiento liberarse de la dependencia del Próximo Oriente, y especialmente de Arabia y los Emiratos Árabes Unidos, lo que le permitiría mayor libertad en su política respecto a estos aliados de incómoda relación por su apoyo claro o encubierto a movimientos yihadistas y a la expansión del islamismo o radical financiado por Arabia Saudí.
Nos hallamos ante un juego arriesgado que implica a numerosos actores (más o menos afecta a todo el mundo) con intereses divergentes y cuyo resultado no se puede prever. La experiencia nos enseña que jugar con el petróleo es casi tan peligroso como jugar con fuego. Están en el aire muchas preguntas a las que solo el tiempo puede dar respuesta. ¿Logrará Arabia torcer el brazo al Tío Sam y paralizar el “fracking”? ¿Qué efecto producirá la crisis en la estabilidad política de los países productores, para los cuales es vital la exportación rentable del crudo? ¿Podrá resistir la OPEP tamaño drenaje de recursos o se rebelarán sus socios? Para hacernos una idea de lo que representa la venta del oro negro, diremos que los países de la Organización sin Irán, ingresaron en 2013 la suma de 825.000 millones de dólares.
La extracción y venta de dicho hidrocarburo ha creado o propiciado grandes fortunas, pero también dio origen a guerras civiles, golpes de Estado, dictaduras y casi siempre un clima de corrupción. Puede decirse que su aparición en 1859 fue para muchos países fuente de calamidades como atestigua claramente Irak donde se dan cita todas las desgracias. El nuevo año promete muchas novedades en el juego del petróleo.
En los últimos seis meses su precio pasó de los 108 dólares por barril a menos de 60, con una depreciación de casi el 50%, sin que el descenso haya tocado fondo.
Los factores determinantes del exceso de oferta que ocasionaron el hundimiento de los precios son tanto de origen económico como político. Los primeros son fáciles de enumerar, no así los segundos que solo pueden ser estimados en base a hipótesis a causa del secreto con que los gobernantes mueven sus peones.
Los factores económicos que intervienen son la extracción de petróleo y gas por medio de la fractura hidráulica o “fracking” en Canadá y Estados Unidos que con la producción propia ya cubren la mitad del consumo; la crisis de los países industrializados que se contagió a los emergentes y redujo la demanda, y la mayor eficiencia lograda sobre todo en la automoción y la producción de electricidad.
Entre los factores políticos coadyuvantes cabe destacar la negativa de la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo) que controla el 40% del mercado, a recortar la producción, por presión de Arabia y los Emiratos Árabes, que podría evitar el desplome de los precios. Esta actitud, en coincidencia con el aumento de la oferta norteamericana, explican la bajada de las cotizaciones. Cada uno de los protagonistas tiene su propia estrategia, coincidente en parte. Arabia persigue dos fines: poner en apuros a Irán, su rival regional, y desplazar del mercado el “fracking” haciendo que resulte antieconómico su empleo a partir de un determinado coste de extracción estimado en alrededor de 60 dólares el barril.
En cuanto a EE.UU., coincide con Arabia en perjudicar a Irán para ablandar su posición en las negociaciones en curso a fin de que desista de fabricar armas nucleares. A este objetivo se suma el de causar el mismo impacto a dos productores con los que mantiene tensas relaciones. Uno es Rusia por el conflicto de Ucrania, y el otro es Venezuela, en abierta oposición al gobierno de Washington. El tercer fin que EE.UU. persigue es conseguir con su autoabastecimiento liberarse de la dependencia del Próximo Oriente, y especialmente de Arabia y los Emiratos Árabes Unidos, lo que le permitiría mayor libertad en su política respecto a estos aliados de incómoda relación por su apoyo claro o encubierto a movimientos yihadistas y a la expansión del islamismo o radical financiado por Arabia Saudí.
Nos hallamos ante un juego arriesgado que implica a numerosos actores (más o menos afecta a todo el mundo) con intereses divergentes y cuyo resultado no se puede prever. La experiencia nos enseña que jugar con el petróleo es casi tan peligroso como jugar con fuego. Están en el aire muchas preguntas a las que solo el tiempo puede dar respuesta. ¿Logrará Arabia torcer el brazo al Tío Sam y paralizar el “fracking”? ¿Qué efecto producirá la crisis en la estabilidad política de los países productores, para los cuales es vital la exportación rentable del crudo? ¿Podrá resistir la OPEP tamaño drenaje de recursos o se rebelarán sus socios? Para hacernos una idea de lo que representa la venta del oro negro, diremos que los países de la Organización sin Irán, ingresaron en 2013 la suma de 825.000 millones de dólares.
La extracción y venta de dicho hidrocarburo ha creado o propiciado grandes fortunas, pero también dio origen a guerras civiles, golpes de Estado, dictaduras y casi siempre un clima de corrupción. Puede decirse que su aparición en 1859 fue para muchos países fuente de calamidades como atestigua claramente Irak donde se dan cita todas las desgracias. El nuevo año promete muchas novedades en el juego del petróleo.
1 comentario:
Siempre -por desgracia- nos encontramos con esos dos extremos: poder-economía y guerra-miseria. No acabamos de aprender, a pesar de estar tropezando con la misma piedra.
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