Se me quedó grabado en la memoria la
noticia leída en la prensa el año 2000 de que una mujer –gaditana, si mal no
recuerdo- fue multada con 300.000 pesetas por alojar en su casa –la justicia
diría que lo ocultó- a un inmigrante indocumentado.
Poco después leí también en el periódico,
que un taxista de la misma provincia, de nombre Antonio López López, fue
encarcelado el 3 de febrero del año siguiente por transportar a tres
inmigrantes sin papeles. Ante tan horrible delito, la juez de Chiclana, Carmen
Fornell, decretó la prisión incondicional del reo, sin que fuera motivo
para cambiar la sentencia que el
ganadero Miguel Trujillo declarase que fue él quien auxilió a los inmigrantes
al verlos “mojados y medio muertos” y quien solicitó los servicios del taxista.
La lectura de estas noticias, y sobre todo
la segunda, me dejó un amargo sabor de boca, además de sentime confuso y
estupefacto. En seguida me vino a la memoria el Evangelio de San Lucas en el
que Jesús, respondiendo a la pregunta capciosa de un doctor de la Ley “quien es mi prójimo”, le
dijo: “Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos
salteadores que, después de robarle y darle de golpes se alejaron dejándole medio
muerto. Un sacerdote bajaba casualmente por aquel camino y, al verle, se desvió
y siguió. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó junto a él y, al verle, le
dio lástima, se acercó y le vendó las heridas derramando en ellas aceite y
vino, después, montándole en su cabalgadura le llevó al mesón y cuidó de él. Al
día siguiente, sacando dos denarios se los dio al mesonero diciendo: cuida de
él y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta. ¿Quién te parece que fue el
prójimo del que cayó entre ladrones? El que le hizo misericordia, contestó, y
Jesús le dijo “Anda y haz tú lo mismo”.
Como personajes de siempre, el buen
samaritano y el levita están entre nosotros. A uno, creyente de que veinte
siglos de evangelización habían inspirado las leyes españolas e influido a sus
servidores se le tambalean las convicciones, y sus dudas se agrandan al
escuchar el estentóreo silencio de la sociedad española, y sobre todo cuando
procede de la Iglesia
jerárquica que se proclama depositaria del mensaje de Cristo.
Solamente los compañeros de trabajo del
preso se manifestaron, quizás más por motivos de solidaridad laboral que de
justicia, pero al menos alzaron su voz contra quienes legislan y juzgan con
tanta insensibilidad que niegan de hecho su condición de cristianos o
simplemente de personas decentes. Me sumo a la manifestación de los taxistas.
Si yo estuviera en el papel de los
inmigrantes ¿a quién consideraría mi prójimo? Desde luego, no sería a la juez
que, a la vista de la información periodística, hizo un uso abusivo de la ley.
Las palabras evangélicas nos dan la respuesta sin ambigüedades.
En nuestros días, numerosos ejemplos dan fe
de que no siempre la semilla evangélica cae en terreno pedregoso, lo que alienta
a conservar la fe en la humanidad. Quiero referirme a un caso reciente, también
noticia de prensa. El de un bombero de A Coruña llamado Roberto Rivas, que se
negó a facilitar el desahucio de una anciana. La juez –también una mujer- le
condenó a una sanción de 600 euros por desobediencia, que fue satisfecha con
aportaciones voluntarias. De nuevo surge la pregunta inevitable ¿quién es tu
prójimo? Sin duda, el reconocimiento del prójimo es la gran asignatura
pendiente de los cristianos –y por supuesto, de los que no lo son- que no acabamos
de cumplir el mandato de Jesús de amar al prójimo como a nosotros mismos.
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