Una de las
cuestiones de más difícil solución es la valoración real y objetiva de las
noticias leídas u oídas que nos llegan, y justificar por qué unas mantienen su
vigencia mediática y otras caen muy pronto en el olvido y dejan de tener
resonancia periodística. Sin quererlo ni buscarlo estamos expuestos a dar o
quitar importancia a informaciones manipuladas por los medios audiovisuales,
los cuales se mueven por los intereses de sus propietarios. Esto es
especialmente significativo en lo que se refiere a la televisión por su
influencia en la información pública al ser para mucha gente la única fuente de
información. De ahí el interés que muestran los gobiernos (central, autonómicos
o municipales) por disponer de su propia “caja tonta”.
Los ejemplos de la
manipulación informativa serían interminables referidos tanto al ámbito
internacional como al nacional o local. En aras de la brevedad tomaré solamente
una mínima selección para ilustrar la realidad.
La llamada
“primavera árabe” dio lugar en el caso de Siria a una guerra civil que ya dura
tres años y causó más de 150.000 muertos y varios millones de refugiados y
desplazados. En los primeros tiempos fue tema constante de noticias y comentarios
que resaltaban el deseo de Occidente de derrocar al presidente vitalicio Bachar
el Asad. Pero en este año, Israel realizó un bombardeo inmisericorde de la
franja de Gaza como represalia por el disparo de cohetes de Hamas. La operación,
que denominaron “plomo fundido”, ocasionó 2.000 muertos frente a 70 de los
israelíes. Mientras duraron los ataques aéreos y artilleros contra la población
indefensa, la atención de los medios fue permanente y eclipsó la tragedia
siria. Pasado algún tiempo, lo poco que se habla de ella viene motivado por la
aparición del terror y del horror del Estado Islámico, por más que siga vivo el
sufrimiento del pueblo sirio.
En España nos
aburren con las idas y venidas de los independistas catalanes y la reacción a
piñón fijo del Gobierno, en ausencia de un diálogo entre las partes que debería
abocar a una solución razonable. Estas maniobras de distracción hacen que ni en
España ni en Cataluña se hable del paro, o de la epidemia de legionella que ya
arroja un saldo de 10 víctimas mortales, y no digamos de los recortes en
sanidad y educación en la comunidad catalana como en el resto de España
La
dimisión-destitución del ínclito ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón,
el hombre que quería defender a las mujeres impidiendo el aborto, fue seguida
de su inmediata incorporación al Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid con
un sueldo superior al que tenía como ministro, sin perjuicio de dedicarse a su
profesión de fiscal. Tan provechosa interpretación de la justicia distributiva
levantó múltiples comentarios críticos, pero en esto estalló el escándalo de
las tarjetas negras (que debieran ser rojas) de la Caja de Madrid y de Bankia, y
un espeso silencio cayó sobre el nuevo consejero y su canonjía. Su nombre
desapareció de los medios y de la injusticia consumada no se volvió a hablar.
La facilidad y
frecuencia con que nos enteramos de lo que pasa en el mundo no puede ser más
desigual. Si se derrumba un edificio en Nueva York, el hecho es noticia en todo
el mundo, pero si ocurre en el tercer mundo, la televisión da cuenta en 20
segundos y los periódicos lo despachan en la sección de sucesos con dos líneas.
Nada se menciona de las causas, de la situación de las víctimas o la reacción
de las autoridades. Todo ello se dio en un hecho real sucedido en Bangla Desh al
desplomarse un edificio en el que murieron 1.200 personas de las 2.000 que
trabajaban en condiciones inhumanas para las grandes superficies europeas.
Así se provoca la
confusión entre opinión pública y opinión publicitada y entre información y
opinión.
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