Mausolo fue un rey persa que vivió en el siglo IV a.C. Al morir, su
viuda Artemisa mandó construir una tumba que por su grandiosidad y belleza fue
considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo.
En Galicia contamos con un monumento de dimensiones faraónicas que, si
bien no alberga los restos de su promotor, Manuel Fraga Iribarne, a la sazón
presidente de la Xunta,
por ahora, responde a su afán de dejar eterna memoria de su nombre para
admiración y asombro de las generaciones venideras. Tal vez pasó por su mente
el ánimo de emular el gigantismo de Cuelgamuros de su admirado “Caudillo”.
Para que la idea se viera plasmada en algo real fuera de lo común, buscó
un emplazamiento y eligió el monte Gaias, en las afueras de Santiago. Convocó
seguidamente un concurso internacional entre arquitectos de fama mundial que
fue ganado por el norteamericano Peter Eiseman.
El proyecto premiado contemplaba una serie de edificaciones unidas que, sin
una idea clara del destino a que serían dedicadas albergarían una biblioteca y
archivo, un centro de innovación cultural, un museo y un auditorio. Este último
continúa inédito por falta de fondos.
Yo sentía una viva curiosidad por conocer de cerca la nunca bien
ponderada “Cidade da Cultura” como la describiría un cronista décimonónico. El
deseo quedó satisfecho visitándola el 1 de octubre de 2014 acompañado de un
amigo. Como profano de los cánones arquitectónicos, no la enjuiciaré como obra de
arte, pero digo que sentí admiración por el arquitecto que la diseñó, por la
vistosidad, originalidad, por su encuadre en el paisaje y la selección de los
materiales. Condeno, sin embargo sin paliativos a quien ideó la magnitud de la
obra, su gigantismo a mayor gloria de la megalomanía y a los conselleiros que
dieron sus parabienes al autócrata sin reparar en los medios limitados de una
autonomía situada entre las más pobres, y sin determinar de antemano la
finalidad útil que podía servir .
Las modificaciones que sufrió sobre la marcha y la suntuosidad de los
materiales empleados pulverizaron el presupuesto inicial de alrededor de 100
millones de euros multiplicándolo por cuatro, a pesar de que una parte
sustancial, el auditorio, no pasó de los planos. Y no se trata solamente del
coste de la inversión sino del gasto de conservación y mantenimiento que
hipotecan buena parte del presupuesto de la Xunta, todo lo cual saldrá del bolsillo de los
impuestos de usted y míos.
Al asombro e indignación que tal despilfarro suscita se une la impresión
que causa de inutilidad como ciudad y como cultura. Mi acompañante y yo nos
trasladamos al lugar en un autobús de la línea 9 y durante el trayecto los
únicos viajeros fuimos nosotros. En las edificaciones se percibe una ausencia
de visitantes y solamente se veía a un vigilante jurado.
En el interior de la biblioteca las estanterías permanecen vacías u
ocupadas por algunos volúmenes. En la gran sala de lectura el número de
ocupantes no llegaba a una docena. La soledad de las inmensas instalaciones era
impresionante. El museo, reducido a una sala de exposiciones temporales estaba
cerrado por falta de contenido. Todo pone en evidencia la desproporción entre
la desmesura de lo hecho y la utilidad que reporta. En otras palabras, la
asimetría entre el continente y el contenido. Artemisa pudo costear la
sepultura porque su esposo disponía de todos los recursos del reino. Fraga
ocupaba el cargo de presidente de la
Xunta, elegido democráticamente, pero sus deseos eran órdenes
que nadie podía contradecir y menos desobedecer. Así pudo convertir en realidad
sus sueños de grandeza a cargo del presupuesto autonómico.
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