A 67 años de la fundación del Estado de
Israel, la convivencia pacífica en la región entre judíos y palestinos sigue
siendo tan conflictiva como siempre.
Lo que les iguala es el odio recíproco y el
fanatismo religioso a pesar de tener un origen étnico común. Si damos crédito a
la Biblia, fuente de las respectivas creencias, el patriarca Abraham contrajo
matrimonio con su hermanastra Sara, que resultó ser estéril. Ella le cedió su
esclava Agar con la que Abraham procreó un hijo llamado Ismael. Cuando el
patriarca ya tenía 99 años, Dios curó la esterilidad de Sara y tuvo un hijo de
nombre Isaac. De esta forma, los descendientes de Ismael se identifican con lo
árabes y los de Isaac con los hebreos. Por tanto, judíos y palestinos tendrían
al mismo padre, lo que desgraciadamente, no impide que se sientan incompatibles.
El odio que les separa se agrandó cuando
los sionistas fundaron Israel en 1947 en un territorio habitado a la sazón por
palestinos desde que los judíos fueron desterrados por los romanos y arrasado
el templo de Jerusalén cuyas ruinas forman el muro de las lamentaciones.
Desde la fecha fundacional las naciones
árabes limítrofes, Egipto, Jordania y Siria intentaron en vano en tres ocasiones
destruir el nuevo Estado en 1948, 1967 y 1973. Derrotados, Egipto y Jordania,
firmaron la paz, no así Siria, por no aceptar la pérdida de los altos del
Golán.
En cuanto a los árabes palestinos, viven en
dos territorios separados, la franja de Gaza, de 363 km. cuadrados donde se
hacinan 1.800.000 personas y Cisjordania de 5.879 km. cuadrados con población
de unos 5.000.000 de habitantes. Esta última región, que para los judíos es
Judea y Samaria, está ocupada por Israel, sembrada de asentamientos ilegales
que hacen inviable cualquier proyecto de Estado independiente.
Cuantos intentos se han llevado a cabo para
establecer la paz se han estrellado contra la cerrazón israelí y de nada
sirvieron los compromisos obtenidos en 1991 en la conferencia de Madrid de
cambiar paz por territorios, ni más tarde los acuerdos de Oslo. La
intransigencia israelí, amparada por Estados Unidos, le permite el lujo de
desobedecer las resoluciones de la Asamblea
General de la
ONU, anuladas por el veto estadounidense en el Consejo de
Seguridad. El resultado es que el israelo-palestino sea uno de los problemas
irresueltos más antiguos en la agenda de Naciones Unidas junto con los del
Sahara Occidental, Cachemira y Chipre.
En
la llamada Tierra Santa existen tres religiones enfrentadas: judía, cristiana y
musulmana. Las tres son monoteístas, y por tanto, excluyentes, ya que se
consideran exclusivas depositarias de la verdad revelada por Dios. Las tres se
apoyan en una fuente común, la Biblia. Sus
doctrinas están recogidas en otros tantos libros: la Torá, los Evangelios y el
Corán., respectivamente. Todos los creyentes se proclaman demócratas, pero sus
prácticas distan mucho de serlo. Lo que predomina es el fanatismo que
obstaculiza el entendimiento. Así, cuando un jefe de Estado sensato mostró una
actitud realista, terminaba en un magnicidio. Tal fue el caso de Abdalah, rey
de Jordania que fue asesinado en 1951 acusado de negociar con los dirigentes
sionistas; el de Anwar el Sadat, presidente de Egipto, que corrió la misma
suerte en 1981, por haber firmado el tratado de paz con Israel; y el primer
ministro israelí, Isaac Rabin en 1995, por haber concedido la autonomía a la
franja de Gaza. El impulso de los asesinos fue el odio, el fanatismo y el
extremismo, plantas letales que crecen en abundancia en esa tierra atormentada.
En este contexto en el que las personas
sufren y la razón se ausenta, no se atisban indicios de que se pueda abrir paso
una solución justa, mas tampoco las cosas pueden continuar así indefinidamente.
Ambas partes viven en un ambiente de incertidumbre sobre lo que pueda
depararles el futuro, con inseguridad y temor.
Los israelíes no pueden soportar por tiempo
ilimitado vivir en un campamento militar ni sentirse rodeados de países
enemigos ni habituarse a la presión de la comunidad internacional. La situación
en que malviven los palestinos es intolerable, reducidos a ciudadanos de
segunda, humillados, empobrecidos y hostilizados por sus ocupantes. A medio o
largo plazo, la tensión se tornará insostenible. El escenario de la tragedia,
el Próximo Oriente, es quizás la región más inestable del mundo en la que
cualquier cambio sorpresivo para mal puede acontecer como ha probado la
historia reciente.
Recuérdese, por ejemplo, la guerra entre
Irak e Irán, la caída del Sha, la ocupación de Kuwait por Irak que originó dos
invasiones de este país por Estados Unidos, la llamada primavera árabe,
frustrada de momento, el derrocamiento de Mubarak y la deposición de su
sucesor, elegido democráticamente, la guerra civil de Siria, el surgimiento del
Estado Islámico, la lucha sectaria entre suníes y chiíes, etc. etc.
El panorama que se ofrece es desolador.
Para no caer en depresión, sigamos el método religioso: Dios proveerá.
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