lunes, 4 de agosto de 2014

Regeneración de los políticos



    La corrupción de los políticos, cuyas noticias saturan los medios de comunicación un día sí y otro también, se ha convertido en uno de los problemas que más preocupan a la ciudadanía. Se les acusa de todos los males que nos afligen, y muchas veces con sobrada razón. La situación recuerda el dicho italiano “piove, porco goberno”. Se les califica de ineptos, partidistas, venales. Sin embargo, al emitir juicio conviene hacer ciertas puntualizaciones. En primer lugar, que el mal comportamiento no es exclusivo de nuestros representantes, porque en cada caso de corrupción hay un corruptor, y en segundo, que no son marcianos venidos de otro planeta sino integrantes de la sociedad, que viven entre nosotros, y por lo tanto, con las mismas virtudes y defectos que el resto de los mortales. Se distinguen, no obstante, por una cualidad singular: son depositarios de la confianza que hemos puesto en ellos al votarles para resolver problemas y no para crearlos y, en consecuencia, con una responsabilidad añadida, aumentada por estar en sus manos, más que en las de nadie, legislar de formas que se restrinjan al máximo las conductas irregulares y en su caso, castigar a quienes incurran en ellas.
     Que nuestros representantes acierten o no en su tarea es algo que hemos de admitir como inevitable, pero que traicionen nuestra confianza y utilicen el cargo en beneficio propio, es algo por completo inaceptable. Si tienen poco fuste y observan conductas poco recomendables no podemos esquivar la responsabilidad que nos corresponde por haberlos elegido sin reunir las condiciones exigibles. Bien es cierto que de esto tiene buena parte de culpa la ley electoral al imponer listas cerradas y bloqueadas que obligan a votar la candidatura completa aunque incluya algún integrante que nos parezca impresentable.
    En todo caso, los ciudadanos cumpliríamos mejor nuestro papel  de electores si fuéramos conscientes del valor que la ley concede a nuestro sufragio, que puede ser decisivo para que triunfe una u otra alternativa, si nos interesáramos más por los asuntos públicos que son los de todos, si fuéramos más proclives al asociacionismo y si estuviéramos dispuestos a ser más participativos en las convocatorias electorales.
    Una persona bien informada está más inmunizada contra los cantos de sirena, eslóganes publicitarios, demagogia y populismo de quienes ofrecen soluciones simplistas a problemas complejos o promesas inalcanzables. Con buena información desecharíamos las candidaturas de partidos que hubieran incumplido sus programas, haciendo suya la cínica afirmación del que fuera alcalde de Madrid de que las promesas electorales están para no ser cumplidas. El mismo rechazo daríamos a los que incluyeran en sus listas a miembros imputados por indicios de delito. Si no acudimos a las urnas o votamos con frivolidad, nos faltará legitimidad para protestar por las posibles tonterías o fechorías de nuestros representantes.

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