Asistimos con pesadumbre a la
desertificación progresiva del territorio rural de España, sentido con especial
intensidad en Galicia, sin que exista un plan oficial que prevea paliar los
costes sociales de este fenómeno.
Como consecuencia de este proceso
imparable, la población gallega, que está en fase de descenso por otras causas,
tiende a concentrarse en la franja costera y en las siete ciudades de Vigo, A
Coruña, Ourense, Santiago, Pontevedra, Lugo y Ferrol. En conjunto han pasado de
representar el 12% del censo gallego en 1900 a sobrepasar el 42% actualmente, en tanto
que más de un centenar de aldeas se quedan deshabitadas cada año y se suman a
las 1.300 que ya cerraron sus puertas.
La desertificación comenzó a partir de la
segunda mitad del siglo XX con el éxodo rural del campo a las ciudades y la
emigración, y desde entonces la hemorragia demográfica no ha cesado. Los
jóvenes siguieron el mismo camino porque el campo no ofrecía alicientes ni
expectativas de mejora. El resultado fue que el número de vecinos menguó a ojos
vista y al generalizarse el envejecimiento no existe renovación generacional y
la muerte es solo cuestión de tiempo. Diríamos que se trata de una muerte
anunciada como el título que lleva una de las novelas de García Márquez.
Como consecuencia, al no existir apenas
población infantil, los colegios de enseñanza primaria cierran sus aulas. La
reducción del censo clausura las farmacias por descenso de ventas. Esa misma
razón deja sin viajeros a las líneas de autobuses con lo que reducen las
frecuencias o simplemente se suprimen.
Hasta hace poco, esta evolución era
particularmente intensa en los pueblos más pequeños, pero de algún tiempo a
esta parte la sufren también los núcleos que son sedes de ayuntamientos y
partidos judiciales. Tal es el caso de O Carballiño que cito, no porque sea el
ejemplo más elocuente, sino por ser uno de los que mejor conozco.
Hasta hace pocos años disponía de autobuses
a diversos destinos, particularmente a Vigo, y de una estación de ferrocarril
que fue inaugurada a raíz de la entrada en servicio de la línea Zamora-Ourense.
Pues bien, la línea de autobuses tiene escasísima frecuencia y se suspende sábados
y domingos. Con motivo de la entrada en servicio del AVE Santiago-Ourense, al
no parar en la villa carballinesa se ha quedado sin tráfico, de modo que cuando
alguien quiere viajar a Madrid deberá coger un taxi a la capital provincial
para continuar después el viaje en tren. El último golpe que puede recibir vendrá
del anteproyecto de organización de la justicia que resta competencias y
personal a los partidos judiciales. El aislamiento de la villa está en marcha,
con lo que redundará en la disminución del número de habitantes. Un paso más
hacia el aislamiento.
Los costes sociales, económicos, culturales
y medioambientales que implica el proceso en marcha son evidentes, sin que ello
sea motivo para que las autoridades tomen medidas para remediar la situación.
En las aldeas abandonadas, las casas se
derrumban con el peso del tiempo, las corredoiras se quedan silenciosas y
muertas, y en medio de la soledad, la vida humana ha desertado. Tampoco quedan
gallos que canten a la alborada ni perros que repliquen los ladridos de colegas
lejanos. Todo se prepara para que la vida salvaje y la vegetación desordenada
se adueñe del lugar. Todo un espectáculo melancólico, especialmente triste para
quienes conocieron allí el sosiego y la paz animada por gentes que vivían sin
prisas pero animaban el ambiente.
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