domingo, 1 de junio de 2014

El fútbol y el poder



       Que la afición al fútbol es un sentimiento y una pasión irrefrenable no precisa de mayores demostraciones después de la jornada vivida en Lisboa, a donde acudieron 60.000 forofos españoles para presenciar el partido en el que el Atlético de Madrid y el Real Madrid se disputaban la final de la Liga de Campeones, muchos de ellos después de adquirir entradas a precios desorbitados.
    Millones de personas acuden a los estadios a ver ganar a su equipo como sea, y muchos más se conforman con verlo delante de un televisor. Si triunfa, serán presa de excitación y éxtasis. En caso contrario sufrirá desánimo, frustración, disgusto, depresión. Los medios de comunicación, por su parte, calientan el ambiente con noticias, comentarios y declaraciones de los jugadores para mantener viva la afición. El fútbol es también una religión en la que no podían faltar cohortes de fanáticos al mismo tiempo que atrae a creyentes de todas las clases sociales. Sus campos son lugares interclasistas donde coinciden empresarios y trabajadores, gobernantes y gobernados, blancos y negros. Estos últimos integran las plantillas de los equipos y algunos alcanzan puestos preeminentes, contratados por millones de euros.  
    Para entender la dimensión imparable del fenómeno y sus perversiones, conviene analizar la relación incestuosa entre el fútbol y las instancias del poder. Este fue acusado en la dictadura de Franco de utilizarlo como una forma actualizada del romano pan y circo, instrumento de distracción de la política y válvula de escape de las dificultades y ausencia de libertades. Si hubiera sido así, hay que reconocer que la democracia ha contado con alumnos aventajados, capaces de llevar la tensión a límites insuperables.
    En este contexto, el Estado alimenta la difusión del fenómeno futbolístico con diversas ayudas y dispensándole un tratamiento fiscal que no concede a otros contribuyentes. Los clubes acumulan cuantiosas deudas fiscales de hasta 3.500 millones de euros sin que Hacienda adopte medidas de apremio. En el impuesto del IVA aplica a las entradas el gravamen reducido del 10%, en tanto que las del cine y teatro sufren el 21%, lo cual amenaza a estas actividades culturales con desaparecer.
    No contentas con esto, los directores de Televisión Española y Radio Nacional, sostenidos con los impuestos de todos los españoles, reservan espacios preferentes a dicho deporte, y en la transmisión del partido de Lisboa, TVE después de haber pujado con las cadenas privadas para conseguir la exclusiva, desplazó a la capital portuguesa a un equipo de 120 personas.
    Y por si todo ello fuera poco, es menester contabilizar el coste del despliegue de fuerzas de seguridad para mantener el orden.
    Si del ámbito nacional descendemos al local (provincial y municipal) vemos que las diputaciones subvencionan la construcción de campos de fútbol con césped artificial en parroquias escasamente pobladas, y en Vigo, el alcalde anunció que, con cargo al superávit presupuestario de 2013, destinará 2.700.000 euros a reparar y mejorar el estadio de Balaídos que usufructúa el Celta sin contrapartida. Disfrutar del campo en exclusiva y cargar al propietario el gasto de mantenerlo en uso es un negocio redondo. Como si el Club fuera una ONG.
    Uno piensa, si aun queda capacidad de pensar, si no habría otra aplicación más justa de ese excedente ante la crisis que pone a tantas familias al borde de la subsistencia.
    Dado el trato preferente que nuestros gobernantes otorgan al mundo del espectáculo deportivo, usted, amigo lector, quizás se pregunte la razón de estos privilegios. Ante semejante duda solo puedo responder, como decía el padre Astete en su famoso catecismo “Doctores tiene la Iglesia que sabrán responder.” Estos doctores son los políticos que hemos elegido para administrar con prudencia los caudales públicos.

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