La noticia tuvo amplia difusión mediática y
fue presentada como la primera acción policial contra la compraventa de órganos
en España. Se había detenido a cinco personas acusadas de haber mediado en un
intento de donación de un trozo de hígado para ser trasplantado a un enfermo
hepático –uno de los arrestados– a cambio de una importante suma de dinero. Los
cinco podrían haber incurrido en un delito castigado con penas de prisión de
seis a doce años, de acuerdo con lo establecido en la última reforma del Código
Penal de 2010.
No seré yo quien discuta la finalidad ética
que la ley española defiende al prohibir la compraventa de órganos –permitida
en otros países– mas no me niego a reflexionar sobre la complejidad de las
cuestiones que se plantean. Es un hecho que el cuerpo humano se compone de órganos
únicos (corazón, hígado, bazo, etc.) y de otros duplicados (pulmones, ojos,
etc.) y que la vida puede mantenerse con relativa normalidad con uno solo de
estos últimos. El organismo también elabora materiales renovables como es el
caso de la sangre o el esperma. También se ha descubierto recientemente que el hígado
es un órgano vital que, reseccionada una parte, se regenera, por lo que es
posible trasplantar una porción que sustituya a otro enfermo, sin que la vida
del donante corra peligro, aunque no por ello esté exenta de riesgo.
Se
producen con excesiva frecuencia situaciones de personas en estado de extrema
pobreza que solo cuentan con su fuerza de trabajo sin que nadie les ofrezca una
ocupación. No poseen propiedades ni bienes de clase alguna que ofrecer en venta
en el mercado para sobrevivir, tal vez no solamente ellos sino otras personas
que de las primeras dependen, como era el caso de inmigrantes irregulares entre
los cuales se buscaban posibles donantes. Para ellos no existían opciones entre
las que escoger para satisfacer sus necesidades básicas que la sociedad
insolidaria en que vivimos no les ofrece. En esta tesitura se explica la
aparición de anuncios en Internet con el ofrecimiento de vender un riñón o un
pedazo de hígado. Para estos anunciantes la venta de un riñón puede salvar la
vida de un enfermo y salir de la angustiosa miseria a la que se ven abocados.
Para el hambriento lo más urgente es alimentarse y después filosofar. Los demás
podemos condenar tales conductas porque tenemos saciado el apetito. Al fin y al
cabo, donante y donatario están defendiendo el derecho a la vida que ampara la Constitución.
Por otro lado, en tiempos no lejanos estuvo
permitida la venta de sangre y en cambio ahora está prohibida y penalizada. El
veto legal no se extiende a la venta de esperma o de óvulos, si bien
enmascarando el precio pagado como compensación a las molestias que ocasiona la
extracción. No es fácil justificar la diferencia entre el comercio de gametos y
el de la sangre, tanto más cuanto que España importa plasma. Cuando alguien,
por mor de la adversidad se ve forzado a desprenderse de una parte duplicada de
su organismo a cambio de una retribución, ¿a quién daña?, ¿a quién perjudica?
Mientras se admita que el dinero es un elemento diferenciador de posibilidades,
siempre será conflictiva la valoración de los privilegios que su posesión
otorga.
Un caso reciente acaecido en Tarragona
ejemplifica lo resbaladizo del terreno que se pisa a la hora de juzgar la
eticidad de las ventajas compradas con dinero. He aquí el relato de los hechos entresacados
de la información periodística. Una enferma necesita ser operada para implantar
una prótesis de rodilla. Acude al hospital financiado en un 97% de su actividad
por la Seguridad Social,
y según ella, le dijeron que la lista de espera era de catorce meses. Como
adujo no poder aguatar el dolor, propuso abonar la operación y la espera se
redujo a menos de un mes sin que, según la dirección del centro, se retrasase
ninguna intervención pública. El coste fue de 9.300 euros, todo perfectamente
legal.
Lo que esto pone de relieve es la
discriminación de pacientes de primera y de segunda en los centros concertados
con financiación mixta, pública y privada.
Cuando hablamos de problemas éticos, a
veces tenemos que conformarnos con la solución admitida por consenso, a
sabiendas de que puede no estar amparada por verdades inconcusas. Es una
cuestión de valores que, como tales, no son inmutables.
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