viernes, 21 de marzo de 2014

El petróleo, factor político



    Probablemente no haya hipérbole en la consideración del petróleo como el producto natural que más ha influido en la historia, con excepción del oro, especialmente a partir de la Gran Guerra, en cuyo resultado tuvo un papel decisivo. No en vano mereció el nombre de oro negro.
  Desde que en 1859 fue perforado en Titusville (Pensilvania, EE.UU.) el primer pozo petrolífero por un autotitulado coronel Drake, el control de su producción y comercialización produjo enormes fortunas, guió la política exterior de grandes potencias y causó numerosas guerras. Baste recordar la  que sostuvieron Bolivia y Paraguay desde 1932 a 1935, las que enfrentaron  a las naciones del Próximo Oriente, las dos invasiones norteamericanas de Irak, y por último, la que recientemente llevó a la independencia de Sudán del Sur, que sigue siendo escenario de luchas tribales por el dominio de los yacimientos.
    El temor al agotamiento de las reservas y el encarecimiento del precio desde 1973, impuesto por los países productores miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ha inducido a los países industrializados a buscar fuentes alternativas que primero consistió  en potenciar las energías renovables, principalmente la eólica y la solar, y recientemente acudiendo en Estados Unidos al “fracking”, técnica consistente en la fractura hidráulica de rocas para extraer de ellas gas y petróleo. Esta forma de producir hidrocarburos tiene defensores y detractores. Estos últimos le atribuyen perforación de acuíferos, pequeños terremotos y contaminación de aguas subterráneas.
    Frente a estas prevenciones, Norteamérica emplea esta técnica sin reparos, y los frutos son prometedores. La producción de crudo que fue de cinco millones de barriles en 2008, menos de la mitad de su consumo, se aproximó en 2013 a ocho millones y se especula que en pocos años no solamente abastecerá sus necesidades sino que podrá exportar.
    Si la hipótesis se confirmara como parece probable, significaría un vuelco en la economía mundial con manifestaciones de gran calado en la política internacional. EE.UU dejaría de mimar sus relaciones con Arabia Saudita, un país sunita que emplea parte de sus enormes ganancias en difundir el islamismo radical Wahabita, en pugna permanente con los chiíes, la otra rama del Islam predominante en Irán. La importancia estratégica del Próximo Oriente, depositario del 60% de las reservas mundiales de petróleo se vería muy menguada. El cambio favorecería la mejora de las relaciones de Irán con Occidente y ello dejaría sin justificación la construcción del escudo antimisiles estadounidense o guerra de las galaxias que se atribuyó a defenderse de un posible ataque nuclear desde Teherán. También afectaría a Venezuela como país exportador, su principal fuente de ingresos. De momento, el “fracking” ya está influyendo en la estabilidad de precios del petróleo que ayuda a superar la crisis económica y a frenar el declive del Tío Sam. Esta materia prima indispensable sigue jugando un papel fundamental en la economía y las relaciones internacionales.
    Los países como España que carecen de yacimientos de hidrocarburos han de buscar su abastecimiento diversificando los proveedores para evitar la dependencia de un monopolio de oferta, compaginándolo con la obtención del mejor precio posible, ya que es la mayor partida de importación por importe de unos 45.000 millones de euros.

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