Sin duda una de las consecuencias más
inesperadas y traumáticas de la crisis desencadenada en 2008 y que seguimos
sufriendo, fue la práctica desaparición
de las Cajas de Ahorros como tales, con un arraigo en el país de cerca
de dos siglos. Fueron desalojadas del mundo financiero como destrozadas
por un tsunami.
Los perjuicios de esta pérdida son
múltiples y diversos, tanto de orden financiero y crediticio como social.
Habían sido concebidas por el legislador del siglo XIX como entidades
semipúblicas, sin ánimo de lucro, dedicadas a administrar el ahorro de las
familias, conceder crédito a las pequeñas y medianas empresas y dedicar los
excedentes a constituir reservas y crear obras sociales no atendidas por los
poderes públicos en los más variados campos de la cultura y la asistencia
social en favor de las clases más necesitadas. Con su conversión en bancos
comerciales, su objetivo, como el de cualquier empresa privada es conseguir
beneficios a repartir entre los accionistas.
El pecado que más ilustra el desastroso
final fue el que cometieron sus gestores olvidando la naturaleza y fines de las
Cajas a las que deberían servir, acompañado de una ostensible falta de ética y
un exceso de codicia, compartidas ciertamente por las clases dirigentes del
país. No le falta razón a la catedrática de Ética Adela Cortina al afirmar que
“si nos hubiéramos comportado éticamente no tendríamos una crisis como la
actual”, que es además de financiera, económica, política, social y cultural.
Las manifestaciones prácticas de una
gestión que cabe calificar de impropia, desacertada y arriesgada, tienen su
concreción en hechos causales como los siguientes:
a)
Crecimiento desequilibrado, excesivo y sin control.
b) Deficiente evaluación del riesgo en los créditos
concedidos a promotores inmobiliarios.
c) Infracción
de los principios básicos de las inversiones: seguridad, rentabilidad y
liquidez.
d) Endeudamiento
excesivo en los mercados mayoristas internacionales agravado por su corto plazo
y su empleo en hipotecas a largo plazo.
e) Consejos
de Administración integrados mayoritariamente por miembros inexpertos con la
agravante de algunos provenientes de la política, defensores de intereses
ajenos a los de las Cajas.
La responsabilidad de lo acaecido salpica a
muchos organismos por acción u omisión. Entre ellos es inevitable citar: el
Estado, encarnado en los Gobiernos, con especial implicación de los ministerios
de Economía, por las normas dictadas que hacían imposible la supervivencia de
las Cajas; el Banco de España, por dejación de sus funciones de regulación y supervisión; los Gobiernos
autónomos, por no defenderlas e influir en sus decisiones inspiradas en motivos
políticos; la Confederación Española de Cajas de Ahorros, por no adoptar a
tiempo acuerdos que corrigiesen o frenasen
las desviaciones del “modus operando”; y finalmente, los gestores, que
no supieron estar a la alturas de las circunstancias. Los resultados de sus
decisiones se los endosaron al Estado, o sea, a los contribuyentes. La
conclusión es que entre todos las mataron y ellas solas se murieron.
Nos podemos preguntar, como en las novelas
policiacas, “Qui prodest?”, ¿a quién benefició la muerte de las Cajas de
Ahorros? La respuesta la tienen los grandes bancos, que vieron eliminadas a
destacadas competidoras, las cuales habían llegado a controlar la mitad de los
depósitos y del mercado crediticio. Tales recursos se concentraron en el sector
bancario, del cual, las tres mayores entidades captaron 100.000 millones de
euros solamente en el año 2012, fugados en gran parte de las Cajas inmersas en un
el proceso de reconversión en pequeños bancos, con excepción de Bankia, sumida
en un escándalo, y Caixabank, proveniente de la antigua Caja de Pensiones de
Cataluña y Baleares. El dinero es por naturaleza medroso y huye de la
inseguridad, por lo que no extraña que se refugie en las entidades que
considera más seguras.
Tanto la economía nacional como la sociedad
en general, tardarán mucho en rehacerse del daño infligido a la actividad
financiera y la obra social, todo lo cual conllevó, entre otros efectos, el
cierre de oficinas y la pérdida de empleo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario