domingo, 3 de noviembre de 2013

Remedios criticables contra la crisis



    España ostenta dos records europeos que sería deseable perder porque nos sacan los colores. Con datos dados a conocer recientemente, nuestro país es el más desigual de Europa y ocupa el número uno en tasa de desempleo.
    Ello es resultado del camino escogido para combatir la crisis que nos aflige desde hace cinco años. Como es sabido, en el mundo industrializado se adoptaron dos métodos distintos para solucionarla: uno, el protagonizado por EE. UU., consistente en fortalecer la actividad económica mediante incentivos monetarios y crediticios a trueque de aumentar el montante de su deuda pública, siguiendo una receta keynesiana.
    La UE por su parte, y de manera especial España, bajo la presión de Alemania, optó por la austeridad a ultranza que llevó a la recesión durante nueve trimestres. Si el acierto lo juzgamos por los resultados obtenidos, es evidente que la fórmula estadunidense ha sido la más eficaz para reducir los efectos negativos de la crisis, comenzando por la destrucción de empleo. Es cierto que las condiciones que se daban en Estados Unidos no eran las mismas que en Europa, y especialmente en nuestro país por la importancia de la burbuja inmobiliaria que se dejó hinchar imprudentemente por los gobiernos. La pertenencia a la UE hizo imposible recurrir a la devaluación de la moneda, pero aun así, cabía la posibilidad de adoptar distintas medidas anticrisis.
    Se prefirió recurrir a la devaluación interna que implicaba reducir salarios, aumentar impuestos y precarizar las condiciones laborales, haciendo pagar los platos rotos a los trabajadores, imponiendo la austeridad a toda costa con el consiguiente efecto de deprimir el consumo, incrementar el paro y hundiendo el nivel de vida de las clases medias. La consecuencia más palpable fue el empobrecimiento general con excepción de la minoría más rica, ajena a toda clase de restricción, como ponen de manifiesto los informes publicados últimamente.
    Según el informe anual de Cáritas, 12 millones de españoles viven por debajo del umbral de las pobreza, 3 millones tienen que conformarse con menos de 307 euros al mes y más de un millón carecen de ingresos de todo tipo, condenados a sobrevivir de la beneficencia.
    En el extremo opuesto, el Crédit Suisse informa que quienes poseen una fortuna superior a un millón de dólares aumentaron en España un 13% entre mediados de 2012 y junio de 2013.
    Esto se explica porque los sueldos escandalosamente altos no se han tocado, porque la lucha contra el fraude no descubre más que una pequeña parte de los casos, porque las grandes fortunas siguen disfrutando de privilegios fiscales y porque la tributación de los rendimientos del capital tienen un tope del 19 €, en tanto que el IRPF que grava sobre todo los rendimientos del trabajo puede llegar al 56% en algunas autonomías.
    La cura de caballo recetada por el gobierno de Rodríguez Zapatero y extremada por el de Rajoy ha ocasionado una fractura social y heridas profundas que en la sociedad española tardará mucho en ser restañadas. El daño inferido a la educación, la sanidad, la cultura y la investigación dejarán huellas duraderas en el Estado del bienestar.
    Al alcance del gobierno del partido popular estaban otras alternativas más solidarias, más sensatas y menos dolorosas, tanto aumentativas de ingresos fiscales como reductivas de gasto. En el primer grupo figurarían, a título de ejemplo, las siguientes medidas: unificar los ingresos de los diputados nacionales y autonómicos sometiéndolos a tributación por IRPF como el resto de los salarios, luchar con más eficacia contra el fraude, gravar los beneficios de las Sicav, igualar el IVA de las entradas al futbol, que solo pagan el 4% con las del cine y teatro. Tendrían tanto efecto recaudatorio como ejemplarizante.
    En el capítulo de gastos cabría rebajar los sueldos de los cargos políticos, revisar sueldos de cargos públicos en el extranjero, reducir o eliminar los cargos designados a dedo llamados asesores, id redundancias televisivas y duración de las programaciones, embajadas autonómicas en el extranjero y casas de autonomías en Madrid, flotas de coches oficiales, subvenciones a las líneas aéreas de bajo coste. Y por último, suspender las obras del AVE que no estén en fase de terminación y dedicar parte de los fondos liberados a la reparación de autovías y carreteras.
    Finalmente, un mínimo de sensibilidad social, aconsejaría paliar la pobreza severa con medidas de este tenor: prolongar la duración de la prestación mínima de desempleo, ampliar el importe y el número de pensiones no contributivas, reponer el almuerzo en los colegios de primaria y la gratuidad de los libros de texto.
    Omitir estas ayudas es tanto antisocial como inhumano.

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