Por las revelaciones del ex analista de la
Agencia Nacional de Seguridad (NSA), Edward Snowden, nos hemos enterado de que
EE.UU. y Gran Bretaña han estado espiando a todo el mundo, tanto ciudadanos como
gobiernos de países amigos y aliados.
El método utilizado para la escucha es la
interceptación de las comunicaciones personales y comerciales de cualquier
sistema de telecomunicaciones que, una vez procesadas, se archivan en
dispositivos especiales a disposición de los servicios secretos de ambos
países.
No son pocas las reflexiones que suscitan
estos descubrimientos. Si la primera potencia espía a sus aliados, qué grado de
confianza, por pequeño que sea, puede existir en las relaciones internacionales.
Cualquier negociación queda viciada si uno de los interlocutores conoce de
antemano las posiciones del otro. Es como si en una batalla, uno de los
contendientes tuviese conocimiento previo de los planes del contrario.
Según se ha hecho público, España, un socio
que ha cedido bases militares en su territorio, es objetivo del espionaje electrónico
anglosajón. La situación semeja la de alguien que invita a su casa a un amigo y
este, aprovechando un descuido descubre los aspectos más íntimos del anfitrión con
fines que solo él conoce. Si este abuso de la amistad fuese conocido, la lógica
reacción de la víctima sería la ruptura de la amistad o la denuncia si procediere.
Sin embargo, trasladado el supuesto a los gobiernos, sorprendentemente no se
han manifestado quejas o protestas, y hasta se ha acusado a Alemania de haber
cooperado con la red de espionaje. Algo extraño ocurre para que el silencio sea
la respuesta a tamaña vulneración de la soberanía nacional.
Otro aspecto de lo ocurrido es que, según
declaraciones oficiales, de la investigación general quedan excluidos los
norteamericanos, que al parecer son los únicos que inspiran confianza. Los
demás somos súbditos de los que hay que desconfiar.
En los planes de espionaje global colaboran
con la Administración las redes sociales (Microsoft, Google, Facebook, etc.)
con lo que la frontera entre lo privado y lo público se esfuma y aumenta en la
misma medida en que se enlazan las conexiones entre redes sociales y las agencias
de ciberespionaje.
Es destacable que las intervenciones
electrónicas no están amparadas por la intervención de los jueces, por lo que
son delictivas. Esa actitud al margen de la ley, por gobiernos que se presentan
como adalides de los derechos humanos, se inscribe en una serie de actos que
conculcan los principios del derecho internacional, del respeto a los tratados
y a la soberanía nacional. Ese gobierno emplea aviones sin piloto (drones) para
perpetrar asesinatos selectivos sin juicio previo, practican la ciberguerra
para anular los sistemas informáticos de otros países, etc.
Se están ensayando nuevas armas que
permiten cambiar el sentido tradicional de la guerra como enfrentamiento de dos
o más ejércitos, de modo que posiblemente en los futuros conflictos bélicos las
víctimas directas sean menores pero sufrirán más los dictados de la ética.
El pretexto que arguye EE.UU. es que de lo
que se trata es de luchar contra el terrorismo, pero su gobierno se reserva
decidir qué es terrorismo y qué no lo es, y esto es arrogarse el papel de juez
y parte y jugar con ventaja. En cualquier caso, el mal no se puede combatir con
otro mal y el fin no justifica los medios. Es triste observar como después de
cinco siglos de la publicación de “El Príncipe” de Maquiavelo, sus
recomendaciones de utilizar cualquier medio para la seguridad del Estado siguen
plenamente vigentes.
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